Poner la otra mejilla, como dijo Jesús con gran sabiduría, es una buena solución porque cuando ofrecemos la otra mejilla observamos el problema desde otra perspectiva. Porque no podemos cambiar determinadas situaciones, no podemos hacer cambiar de opinión a todos, sí podemos ver la realidad con otros ojos. Esta flexibilidad será nuestra fortaleza.
Ser asertivos no agresivos ni defensivos. Cuánto tiempo perdí oscilando entre la agresividad y la pasividad. Tratando de decidir por otros o dejando que otro decida por mi hasta que entendí que nada de eso funcionaba y empecé a hacer declaraciones. Decidiendo tal o cual cosa. Como cuando decidí retomar mi carrera de abogacía a los 34 años con 5 hijos, un marido y trabajando.
Y pude hacerlo por mi misma, aceptando la ayuda del padre de mis hijos y de mi mamá, de mis compañeros de trabajo y mis jefes. Decidí por misma, en el momento que debía hacerlo, ni antes, ni después.
Lo logré cuando tuve la libertad para hacerlo, fiel a mi verdad y al mismo tiempo renunciaba a la necesidad del poder y control.
Y dejé de lado las críticas cuando lo decidí. Nadie crece con las críticas, ojo con eso. Hacemos las cosas por los demás, por mejorar la calidad de vida, por nuestros hijos, por la familia, etc., pero sobre todo las hacemos por nosotros mismos, para poder vivir sin la duda de expectativas irrealizables, sin esa rabia que nos consume cuando no se satisfacen por si solas. Eso pasa cuando pensamos con mentalidad de superioridad o inferioridad. Nuestra mente se quiere ubicar ahí, siempre. En un extremo o en el otro. Nos juega malas pasadas.
Muchos vivimos como si tuviéramos algo que demostrar. La terrible adicción que todos tenemos a tener la última palabra.
Si estamos intentando tener razón o que somos buenas personas, nos estamos convirtiendo en una persona que no existe porque todos nos equivocamos. Todos cometemos errores. No tenemos que demostrar lo que valemos.
Podemos, aceptar, celebrar lo imperfectos y plenos que somos.
Si tenemos algo que demostrar, seguimos siendo prisioneros.
Cuando prevalece el “qué dirán” en nuestras relaciones estamos valorando poco nuestra propia percepción de las cosas.
Hay una frase que me encanta y que le adjudicaron a Einstein: “Siento una enorme gratitud por los que alguna vez me dijeron ‘No’. Gracias a ellos lo hice yo mismo”. No necesitamos más, pero, si aún queremos tener razón, optemos por ser buenos porque con la bondad siempre acertaremos.