Todas las discusiones que tenemos son básicamente por dos motivos. Primero, por competencia. Cuando uno siente envidia, aún si no lo reconoce, eso nos lleva a compararnos y a competir.
Entonces aparecen los desencuentros que generan peleas. En el fondo, se trata de la expresión de la búsqueda de poder. Es decir, de “quién define la escena”, “quién tiene más fuerza”, “quién gana la pulseada”.
Pero hay un segundo motivo que especialmente se da en los vínculos afectivos. Todos nosotros cuando nos relacionamos, firmamos un contrato explícito y un contrato implícito. Supongamos que yo voy a trabajar a la compañía de gaseosas número uno del mundo y me dicen: “Usted va a trabajar de tal hora a tal hora, le vamos a pagar tanto dinero, va a tener tantos días de vacaciones, etc.”. Ese es el contrato explícito. Pero hay además un contrato no dicho, no hablado de ciertas cosas que esperan de mí.
Por ejemplo, si yo voy un día a trabajar a esa empresa con una latita de la gaseosa número dos, sin duda, me van a mirar mal. Me lo van a hacer notar e incluso, probablemente me despidan.
En este caso, el contrato explícito no decía: “Usted tiene prohibido entrar con una gaseosa de la marca número dos”, pero se supone, se sobreentiende que, al menos en mi horario de trabajo no voy a tomar otra gaseosa que no sea la que fabrican allí.
Cuando nos relacionamos afectivamente con alguien, sucede exactamente lo mismo. Todos, aunque no seamos conscientes, tenemos algo que esperamos del otro que se lo hemos expresado. Pero también hay cosas que esperamos del otro que no las hemos mencionado y las damos por sentado. “Yo esperaba que me llamaras cuando estuve mal, o que me acompañaras en esta situación difícil, y me fallaste”. Allí es cuando sobreviene la desilusión. Muchas de las discusiones y los desencantos que experimentamos son el resultado del rompimiento del contrato implícito.
Si bien, no todas las personas manejan la desilusión de la misma forma, por lo general, esta surge por lo no dicho que esperábamos del otro. Para evitar caer en esta emoción y sufrir por ello en nuestras relaciones, lo ideal es explicitar lo más posible lo que esperamos del otro. Los demás no pueden leer nuestra mente y, muchas veces, no saben lo que esperamos de ellos. Por eso, no nos lo dan y no entienden por qué nos sentimos ofendidos y/o lastimados.
También es importante tener siempre presente que nadie es perfecto. Todos los seres humanos tenemos fortalezas y debilidades y, en ocasiones, no actuamos como quienes están cerca de nosotros esperan; ya sea que se trate de un jefe, una pareja, una amistad, etc. Recordar que “yo también puedo fallarle a alguien” y expresar lo que quiero y espero del otro son actitudes que nos permiten construir vínculos más sanos y satisfactorios.