Estar de pie mucho antes que asomen los primeros rayos de sol. Pasar noches en vela implorando lluvias. Mirar el cielo y suplicar que cese la caída de agua o, peor aún, granizo… Así es la vida de un agricultor, esta es la vida que Rosa de Olivera eligió transitar junto a su esposo, Carlos Alves, e hijos en este rincón de la tierra colorada, sin importar lo que el día demande, tomar bueyes y arado para preparar la tierra, exterminar hormigas, cosechar, ordeñar o dedicarse a la preparación de las conservas… Porque aquí todo es trabajo de todos.
En las poco más de cincuenta hectáreas con las que cuentan continuamente se está en tiempo de siembra y cosecha, todo funciona en un aceitado ciclo que lograron a partir de la rotación de cultivos y la autosustentabilidad. Aquí hay mandioca, batata, zapallo, poroto, soja, maíz, sandía, pepino, tomate, frutas, con las que se hacen jugos y mermeladas, además de un estanque con tilapias, bovinos, porcinos, pollo, leche, huevos. No falta prácticamente nada.
“Mis padres ya tenían este sistema de trabajo, luego comenzamos con mi esposo, hace veinte años atrás, desde cero, con nuestro trabajo logramos ir comprando tierras, más tarde tener luz y adquirir un vehículo que es el que hoy nos lleva al pueblo, también los animales. Un día en nuestras vidas comienza a las 5 y, luego de tomar unos mates, hay que alimentar a los animales, ocuparse del ordeñe y más tarde carpir, arar, cosechar… lo que disponga la jornada”, confió Rosa.
Además, hace tres años Rosa es feriante, “entré en lo que es la nueva gestión, pero escucho historias de productores que llevaban en el colectivo los productos y terminaban cambiando por mercadería para llevar a sus casas, yo comencé hace relativamente poco, en un principio vendía los excedentes en las casas, luego me invitaron a sumarme a la feria, que no es sólo para vender, también es un espacio en el que intercambiamos conocimientos, técnicas de cultivo, semillas, tratamos de continuar con nuestras propias semillas para lo que es agricultura familiar, que sean productos autóctonos y orgánicos”, describió.
Sentido de pertenencia
Actualmente Rosa y su familia cuentan con 55 hectáreas, “pero empezamos de cero, me tocó comer en la tapa de la olla, comenzamos con el cultivo que más ingreso dejaba, el tabaco, permitía la entrada de efectivo, lo demás era para autoabastecerse”, destacó y agregó que “siempre viví en la zona, con mis padres, luego me acompañé. Al principio aquí (en la zona donde se ubica su chacra) era la única mujer, más abajo había un hombre y lo demás era todo selva, muchas veces me tocó quedar sola por la noche, en una casita de madera, se escuchaba a un yaguareté, que hasta hoy pasa, pero para quienes crecimos en esto no vemos el peligro, aprendimos a defendernos, no sabemos de miedo, para nosotros es normal, si ves una víbora sabés que tenés que dejarla pasar”.
Rosa tiene dos hijos, Luis y Juan Pablo, quienes ya también formalizaron sus familias junto a Leticia y Débora, respectivamente. Ambos trabajan junto a sus padres. “Estudiaron y se quedaron con nosotros; muchos chicos se van, va a llegar a un punto en que va a ser todo automatizado, porque no se cultivaron nuestros conocimientos ancestrales, en eso faltan políticas de Estado, incentivo a los jóvenes para que permanezcan en las chacras, se exalta mucho lo que es la vida en la ciudad y no la libertad que tienen los chicos en las colonias, tienen espacios, quizá no cuentan con toda o la misma tecnología, pero sí los conocimientos necesarios para sobrevivir”, opinó.
E hizo hincapié en que “los conocimientos de la agricultura se van transmitiendo de generación en generación, agricultura familiar es cultivar los conocimientos e ir adaptando las nuevas técnicas que van surgiendo, hay técnicas que son para grandes productores que no nos sirven y las que se vienen trabajando por ahí se pueden adaptar a la actualidad”.
Asimismo, apuntó que “si existen créditos blandos o subsidios no reintegrables para comenzar, para iniciar una actividad en una hectárea que puedan cederte tus padres, por ejemplo, los pequeños productores no lo sabemos, quizá están, pero no tenemos acceso o el conocimiento para llegar, y son necesarios. Es importantísimo que el Estado considere brindar más apoyo y respaldo para que los jóvenes se queden en las chacras, de ellos depende nuestro futuro, son ellos los que van a seguir la diversidad de alimentos, debe concientizarse a los niños y adolescentes que es importante que estudien y que se queden en las chacras”.
Rosa también aporta su granito de arena a la causa, colabora en la iglesia, está a cargo del equipo de fútbol infantil y femenino, y trabaja en la Escuela de la Familia Agraria en el sector de industrialización y manipulación de alimentos”.
Obviamente también sintió los cambios que la pandemia trajo consigo, “el cierre de los puertos a los agricultores nos afectó en la posibilidad de conseguir herramientas, el sector comercial sintió mucho más el cimbronazo y al caer las ventas de los comercios bajaron los empleos; en la feria se redujeron significativamente las ventas, por el incremento de vendedores ambulantes que empezaron a producir y vender a domicilio, es una cadena”.
Pero en la chacra todo continúa demandando. El riego (mucho se hace a mano), las nuevas siembras, los animales…