Cuando acompaño a personas en la gestión de conflictos suelo escuchar:
De un docente- “Es que mis alumnos no estudian, no les interesa nada, son unos vagos”.
De una madre- “es que mis hijos son unos egoístas, nadie pregunta cómo estamos, son unos mal educados”.
De una pareja- “es que él no me entiende, es como un hijo más”.
Y así podría dar miles de ejemplos. ¿Te suenan estas frases? ¿Cuántas veces proyectamos en los demás nuestro malestar?
La proyección psicológica es un mecanismo de defensa que utilizamos con frecuencia cuando no somos capaces de ahondar en emociones o indagar en nuestros conflictos. Entonces, toda esa energía del enojo es volcada sobre los demás en forma de críticas y dinámicas dañinas.
Al Cohen, con el relato bíblico Levítico 16:20-22, nos ofrece una excelente reflexión sobre como usamos la proyección como mecanismo de defensa psicológico para deshacernos de la culpa:
“Cuando la recién fundada nación hebrea vagaba por tierras vírgenes en busca de la Tierra Prometida, el pueblo comenzó a desanimarse. Algunos creían que sus pecados eran los culpables que no llegaran a destino. Así que el sacerdote Aarón llevó una cabra al centro del campamento y dijo al pueblo hebreo que descargaran sus pecados en la bestia. Después de seguir las instrucciones, la cabra fue abandonada en el desierto y se llevó con ella lo que ellos creían que eran sus pecados. Este es el origen de la expresión chivo expiatorio”.
Las cosas no han cambiado mucho, en los casi cinco mil años transcurridos seguimos creyendo que podemos deshacernos de los aspectos propios que no nos gustan proyectándolos sobre otras personas.
Las ex parejas son excelente ejemplo de este mecanismo, ni que hablar de la brecha y los estereotipos sociales.
Lo cierto es que si bien la proyección trae alivio momentáneo al ego resultando liberador, la mayoría de las veces termina mal y sobre todo, nos hace perder la oportunidad de mejorar haciéndonos cargo de nuestras sombras para poder iluminarlas.
Cuando no somos capaces de asumir la propia responsabilidad, desbordados, culpamos de nuestras incapacidades una y otra vez a los demás, haciéndolos cargo de lo que en realidad se originó en nosotros mismos. Al proyectar culpa en los demás, la intención es liberarnos de un sentimiento que percibimos como frustrante, cuando en realidad, lo que necesitamos es pedir ayuda para sostener lo que se nos hace insoportable. Sin embargo, nos dejamos tomar por la emoción y reaccionamos tirando nuestras miserias al más cercano en el convencimiento que seremos mágicamente liberados.
No nos damos cuenta que lo único que conseguimos atacando a los demás es obligarlos a protegerse y defenderse de nuestra irresponsable conducta culpabilizadora.
En definitiva, la proyección solo nos quita poder.
Para evitarla debemos vivir con conciencia cada proceso, emoción, realidad personal y conflicto que exista en nuestro interior.
Todos proyectamos en alguna ocasión, pensando que el defecto está afuera y no en nosotros mismos. Ante este mecanismo tan oculto, arraigado y difícil de detectar, actuar con humildad es una buena opción.
Es una oportunidad para tocar esas cuevas internas, iluminarlas y recorrerlas haciendo espacio para las emociones complejas. Solo desde la aceptación serán posibles la libertad y el crecimiento.
Porque al fin y al cabo, todos somos bellísimos seres imperfectos que intentamos sobrevivir en un mundo complejo para ser felices.