Sus padres, Eulalio Ortega y Dolores Díaz fueron inmigrantes españoles. En el año 1919 desembarcaron en el puerto de Santos, Brasil, por lo que el comienzo en tierra extranjera fue muy sacrificado.
Antonio Ortega sólo logró hacer el primer grado de la escuela primaria. Concurría descalzo hasta el establecimiento escolar que quedaba en medio de la selva, a unos siete kilómetros de su casa. Por aquellos tiempos los padres no enviaban a sus hijas mujeres a la escuela.
Los varones podían asistir hasta tanto tuvieran una estatura y porte para ayudar en los quehaceres de la chacra u otras actividades inherentes a la fuente laboral y económica del grupo familiar. Pero todos debían trabajar.
Sus padres que estaban radicados en Santo Antonio (Brasil) habían hecho amistad con “Pancho” Queiroz, un conocido empresario maderero de la zona. Con su ayuda y mediación emigraron a la Argentina. En Puerto Aguirre (hoy Puerto Iguazú) abrieron una proveeduría en el aeropuerto viejo de las Cataratas.
Antonio Ortega con 14 años trabajaba como dependiente. En el pueblo, en el sitio donde actualmente está edificada la Escuela Parroquial tenían un almacén de Ramos Generales. Muchos de los productos los traían en mulas desde Santo Antonio. Ese fue el lugar donde inicialmente se ubicaron los primeros comercios de Iguazú.
Respondiendo a una línea nacionalista e industrialista que abarcaba la industria textil, siderúrgica, militar, de transporte y comercio exterior; en el año 1951 el gobierno de Juan Perón cerró las fronteras. Por lo que su padre Eulalio Ortega tuvo que cerrar la proveeduría de las Cataratas y trabajar únicamente en el almacén de Ramos Generales en Iguazú. Construyó para que vivan todos sus hijos un gran edificio que todavía existe, en la esquina de la calle Paraguay y avenida San Martín.
Por estos lugares agrestes no había hospitales ni centros de salud.
Razón por la que ese bravo colono llegado de España, luchador incansable dispuesto a salir adelante en medio de todas las adversidades, asistió a su esposa en los partos de sus doce hijos. Con los conocimientos que tenía de la chacra ayudando a los animales a parir, trajo al mundo un total de 14 hijos, dos fallecieron al nacer.
Antonio Ortega nació el 16 de agosto de 1930 en Santo Antonio do Sudoeste (Brasil). El primer negocio parecido a un kiosco lo instaló al lado de la tienda de “Panchita” Pedrozo de Giussani.
El comercio de esta mujer era grande y muy conocido, por lo que Antonio Ortega aprovechó esa conveniencia para hacer más rentables sus ventas. El segundo negocio lo construyó en la zona de las Siete-Bocas, sobre la continuación de la calle Perito Moreno (hacia el hotel Panoramic). Yo tendría seis años, pero recuerdo vagamente una construcción de madera con un alero al frente y un mostrador. Para llegar había que subir varios peldaños de una escalera ancha de ladrillos.
En la vereda colocaba percheros con camperas de cuero, de gamuza y abrigos de cachemir y angora. Se vendía whisky y variados perfumes, los más famosos eran Tulipán negro, Claro de luna, Mary Stuart, Agua de Rosas.
Ese negocio se incendió totalmente en el año 1961, junto con la vivienda familiar. Fue el primer incendio luctuoso y de grandes dimensiones en nuestro pueblo. En esa época no había estación de bomberos. Y las pérdidas fueron totales.
La familia de Antonio Ortega se quedó con lo que llevaba puesto. Para reponerse del siniestro contó con el apoyo de su suegra, de una tía llamada Laura y de algunas personas solidarias de la comunidad, que le prestaron dinero. Nuevamente puso en funcionamiento su ingenio de hombre talentoso, y volvió a luchar para resurgir de entre las cenizas. ¡Y lo logró! Fue el comerciante más próspero de todos los tiempos que tuvo nuestra zona de frontera.
Dueño de la primera Agencia de Turismo y la primera Casa de Cambio.
En ese tiempo pasaba el río Iguazú en bote todos los mediodías para utilizar un teléfono en Porto Meira (Brasil) y averiguar las cotizaciones de las monedas. También fue fundador de la Cámara de Comercio de Iguazú. Formó parte del grupo de gestión para la construcción del Puente Tancredo Neves, junto con Óscar Cianci y otras personas de nuestra comunidad y Foz de Iguazú.
A Antonio Ortega se lo recuerda como un hombre generoso y amistoso. Todas las tardecitas, se sentaba en la vereda del negocio a tomar unos tragos y a comer una picada. Los amigos que pasaban se unían al grupo, después iban a jugar a la cancha de bochas que estaba en una esquina del Parque Rolón. Todos los años festejaba su cumpleaños. Para agasajarlo venían amigos de Buenos Aires, Mar del Plata y Córdoba.
Prosperó rápidamente en virtud a su ingenio de comerciante nato.
Todo en este hombre era admirable, teniendo en cuenta que sólo tenía el primer grado de la primaria. La época de oro de Iguazú comenzó en 1970. El cambió favorecía inmejorablemente a los brasileños. Pasaban el río en precarias canoas.
La Casa Ortega había fabricado en Brasil bolsas (sacolas) de plástico de color blanco con un logo de una langostam que se repetía en la Agencia de Turismo y en la de Cambio de monedas.
Representaba la invasión de los ávidos compradores que llegaban de Brasil, y hacían que las arcas de sus negocios se llenaran de dinero vivo. Era impresionante ver cuando, a las 18, se cerraba el puerto, a una multitud de compradores que partía hacia el otro lado de la frontera. Cada uno con varias sacolas de la Casa Ortega. No había control aduanero. El dinero recaudado del día se ponía en bolsas. Por la noche, en la cocina de su casa, Antonio Ortega, acomodaba la plata cara con cara, la contaba y guardaba en fajos. Puedo testimoniar lo visto al final de un día de ventas, cargar los fajos de dinero en carritos de supermercado. Es que trabajé un tiempo con ellos.
Antonio Ortega falleció el 8 de febrero de 1978, en una clínica de San Pablo, Brasil. Cuando sus restos fueron trasladados a Argentina, desde Foz de Iguazú se inició un cortejo fúnebre con decenas de vehículos que lo acompañaron hasta Porto Meira. De este lado, otro cortejo multitudinario lo aguardaba con profundo pesar. Era un hombre muy amable y de gran simpatía, con muchos amigos. A lo largo de su vida trabajó también como camionero y taxista. Su esposa Rosa Borba de Ortega jugó un papel muy importante en el éxito de sus negocios, siempre estuvo a su lado colaborando y trabajando a la par. Tuvieron tres hijos: Elena, Ana y Carlos Ortega.
Hay una frase que parece haber sido escrita para este talentoso e inspirador comerciante de las Tres Fronteras: “Si alguien pudo hacerlo, yo también puedo. Y si nadie pudo,
yo seré el primero”.
Por Alicia Segovia