El paso por “Mi vida universitaria” caló profundo en Julio César Cristaldo, que se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la UNNE. Es que esos años se hicieron difíciles para un joven proveniente del interior de Misiones, que desembarcaba en la capital de la provincia de Corrientes, lejos de la familia, del entorno, de los afectos. Pero en el proceso, encontró almas caritativas que le tendieron una mano, que no lo abandonaron, y por eso escribió un libro en el que plasma una infinidad de agradecimientos.
“Tenía muchas ganas de estudiar en una Facultad, hacer una carrera universitaria pero no tenía los medios económicos suficientes para ir a vivir a Corrientes. Ya había estado en Posadas estudiando el Profesorado en Ciencias Jurídicas con ayuda económica de mi amigo Ramón ‘Coquito’ Ferreyra, hijo de mi patrón, el dueño de la panadería 9 de Julio, de mi pueblo, en la que trabajé durante seis años”, recordó Cristaldo.
“Coquito” lo alentó que fuera a Corrientes, pero antes debía hacer el servicio militar obligatorio en el Regimiento de Monte 30 de Apóstoles. Salió de licencia hasta la baja, en noviembre de 1984 y, en diciembre, fue a inscribirse en la Facultad de Derecho. “‘Coquito’ iba a ayudarme económicamente, y así lo hizo. Me animé y me fui. A la facultad me acercó mi amigo de colimba Fredy Badaró, y en el pasillo, cuando pregunté por el Centro de Estudiantes Misioneros en Corrientes (CEMEC), Roberto Sena, me ayudó a buscar pensión”, contó.
Fueron al barrio Cambá Cuá y le consiguió una pieza en Junín 142, cuya dueña era de apellido Almeida. En la pensión a la que fui el 18 de febrero de 1985 vivía en la pieza de al lado Carlitos, de Sauce.
“Él me prestó su radio cuando llegué y lloraba en la pensión por todos los miedos que me invadieron en esa pieza sin ventanas con una puerta con dos agujeros y una cadena sin candado. Con una silla y una mesa, nada más. Me puse a llorar porque pensaba que en ese lugar me tenía que quedar cinco años o más. Y me entristeció. Pero él me dijo, soy Carlitos, de Sauce, vivo acá al lado, te dejo mi radio porque yo voy a salir un ratito. Escucho en la radio la canción de Teresa Parodi, Changa de los domingos. Tengo pendiente agradecerle a la artista por esa canción porque me levantó el ánimo”.
Cuando Carlitos volvió, “charlamos un rato, me contó que estudiaba medicina. Al otro día fui a la facultad porque, como dice la canción de Mario Bofill, comenzaba mi vida de estudiante”.
Envuelto en papel madera, “llevé un colchón de unos diez centímetros que puse en el piso y dormí durante ocho meses hasta que me mudé a la casa de ‘Monona’ Mohando, madre de Luis Duarte Mohando mi compañero en el curso de historia constitucional argentina. No tenía trabajo por lo que la plata que había llevado la gastaba y no se reponía, no comí algunas veces, y mentí para tener trabajo de ‘maestro particular’ y así ganar unos pesos. No abandoné la carrera, soporté muchas cosas malas, seguí hasta alcanzar mi sueño y acá estoy, tratando de vivir con dignidad”, reflexionó.
“Monona”, otra de sus salvadoras -junto a Badaró y Sena-, lo adoptó como su hijo y vivió 30 meses seguidos con la familia. Antes de eso, “cursé economía política. Allí conocí a Aída Tilve, a quien estoy muy agradecido por todo lo que me ayudó. Conocí también a el gendarme Gavilán, de Comandante Fontana, Formosa, una gran persona que ojalá se haya recibido de abogado. Me presenté a rendir libre la primera materia que era derecho romano y salí mal, no sabía casi nada, no sabía estudiar, no sabía que había que ir de saco y corbata. Con la ropa me ayudó mi hermana Ema que de Buenos Aires me mandó la camisa, el pantalón, los zapatos y la corbata de su marido Gerardo Ávalos a los que estoy eternamente agradecido”.
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Evaluó que “Sena es quien me salvó, consiguiéndome una pensión. La señora que nos atendió, nos habló desde una ventana, no se mostró mucho. Dijo: si no se van a quedarse, me tienen que dejar para la seña. Yo no sabía lo que era. Roberto me dijo dame para la seña, le alcanzo algo de plata con desconfianza, y él le alcanza a la señora de apellido Almeida. Dijo, bueno, ya tienen señada la pieza. Y de ahí, regresamos al departamento de Sena, un ex jugador del Club Mitre”.
Mencionó a Máximo Ricardo “Coco” Dacunda Díaz, que fue maestro rural, del que fue amigo. Él escribió el gran diccionario de lengua guaraní. Fue este diccionario el que usó el Papa Juan Pablo II para aprender guaraní. Fue por esa obra que Don Coco recibió una medalla de oro de El Vaticano. Cuando el Santo Padre estuvo en Corrientes en abril de 1987 saludó en guaraní “Taraguí che rojaijú” (amo a Corrientes), tal y como recomendara su maestro de idioma. “Me ayudó mucho en la carrera, era presidente del Museo Sanmartiniano de Corrientes. Ahí aprendí mucho de la vida del general, de Rosa Guarú. Y ya recibido, conocí Yapeyú”.
El logro esperado
Para Cristaldo, hijo de obreros, de mamá y papá sin oficio, sin profesión, “llegar al título era un logro muy esperado. Ambos trabajaron en la empresa Citrex, pero ella era, además, ama de casa. Papá terminó la primaria, que para el año 1947 era todo un logro. Empezó la secundaria, pero la abandonó porque se fue al obraje, la tarefa, tocaba la guitarra”
El quinto de ocho hermanos, “fui el primero que terminé la secundaria e ingresé a la facultad. Por eso después le ayudé a los menores y los dos se recibieron de abogado. Juan es camarista en la Cámara Civil de Apelaciones de Puerto Rico, recientemente creada”.
Con más de treinta años en la profesión, confió que “haberme recibido fue una sensación rara. Si bien tenés el título, te preguntas qué es lo que te espera porque no sabes nada de nada. Solo era abogado, no sabía que tenía que escribir a máquina, en papel romaní, no sabía adonde quedaban los juzgados. Sólo tenía el título. Agradezco a los colegas que siempre me ayudaron (Miguel Bareiro es el principal) en el ejercicio de la profesión, donde tuve buenas y malas, pero sigo trabajando, como todos”.