“No pienso que estoy viejo, mantengo la cabeza limpia, hago las cosas como deben ser, pensando en el trabajo, entonces Dios me ayuda. Me pone mal escuchar que hay personas de 50 que se lamentan por la edad”, manifestó el fabricante de calzados y ortopedista, Gustavo Luis Argüello que, a los 80, sigue trabajando con el mismo entusiasmo de los primeros tiempos. Cuando la actividad “flaqueaba” incursionó en otros rubros, pero siempre volvió al primer amor. Después de estos meses de pandemia, remozó el local que posee en el barrio Guazupí y apeló a las redes sociales para atraer a los clientes. En unos días decidió cancelar la cuenta debido a la alta demanda, contó, entre risas, el protagonista.
Nació en el Tiro Federal, y a los 16 años ya había comenzado a trabajar en la profesión que abrazó para toda la vida, gracias a las enseñanzas de su tío Faustino Vera.
“Me mostró y yo aprendí viendo, practicando, me gustó de por vida. Me salió bien porque sigo ganando plata igual y haciendo las cosas con el mismo entusiasmo del primer día. Hay trabajos que para mí son para criaturas”, acotó.
A pesar de la negativa de su madre, María Asunción, viajó a Buenos Aires para perfeccionarse y diferenciarse de los colegas que abundaban en la capital misionera.
“Aprendí el oficio de un tío que tenía una pequeña fábrica y hacía composturas. Empecé a mirar, aprendí, mis padres me ayudaron un poquito y me compraron las principales herramientas para empezar. Sentía que no podía decir que era zapatero, entonces viajé a Buenos Aires. Fui a perfeccionarme. Trabajé en un par de fábricas, pero donde me destaqué fue en la de un italiano, para aprender”, comentó, mientras acomodaba su delantal de cuero, rojo.
En una de las fábricas estaba confeccionando pares nuevos, “pero un día quedé sin tareas porque se trabajaba por temporada. Agarré los diarios, miré los clasificados y empecé a recorrer. Encontré el local, ingresé y el hombre me preguntó qué era lo que sabía hacer. ‘Soy armador de zapatos y modelista, pero hice de todo’. Me respondió: si querés trabajar acá, tenés que hacer compostura ortopédica, compostura en general. Le dije que no sabía, pero si querés te enseño, agregó. Le caí bien. No tenía hijos y me quería mucho. Pretendía que me quedara, pero nunca me hallé y quería volver al pago. Vivía bien, trabajaba bien, gané plata y me traje un par de máquinas”, para continuar con la actividad.
“Cuando vine, me instalé, en un local que tenía zapatería a cada lado. Me decían cómo vas a hacer eso, y les respondía: vamos a ver quién tiene más suerte. Como traje otras ideas, enseguida surgí. Y como tenía una experiencia diferente a los que acá estaban, empecé a hacer la fabricación y compostura en general. Hacia los repartos a domicilio”, comentó el padre de Carolina, Gustavo y Laura, que también nacieron en el Tiro Federal, donde en los 70, Argüello comenzó a trabajar y a fabricar calzado a lo largo de 20 años. Además, hizo compostura en general y reparto a domicilio.
“La actividad venía flaqueando en coincidencia con problemas que tenía con el terreno, porque la Entidad Binacional ya mostraba cierto interés en esa tierra. Ya no podía edificar. Entonces antes que la cosa se complique, decidí vender por buena plata y empecé a comprar algunos terrenos en este lugar. Me instalé e hice los primeros pasos de vuelta. Me puse a hacer alpargatas de cuero, trabajos para el PAMI y el Hospital. La actividad comenzó a mermar porque yo trabajo con cuero, empezaron a venir alpargatas de lona, y no tenía ganas de seguir con eso, entonces cerré. También aportaron su parte, los pagos con cheque, que venían atrasados. Los materiales encarecían, las plantillas comenzaron a ser de goma, cuando nosotros las hacíamos en cuero. Hacía 40 pares de zapatos, botas, zapatones, y los vendía a Corrientes. Hice calzados de toda clase”, narró, quien es un apasionado de las motos y que cuando se siente oprimido “doy una vuelta y se despeja la cabeza y me quita la soledad”.
Fue así que abrió una despensa, y después un bar, pero no se desprendió de las herramientas principales “porque tenía la ilusión que algún día podría trabajar de vuelta. Tenía una pegadora, una prensadora, dos máquinas de aparar, una composturera, y una paulina completa que sirve para las terminaciones. Vendí y dejé dos y herramientas de trabajo. Las hormas no las vendí porque me salieron mucha plata. Cuando me jubilé, volví a sacar las herramientas y comencé a tomar el gustito nuevamente mediante la compostura. Fue como un hobby pero la publicidad se fue propagando de boca a boca y el éxito fue rotundo”.
Así, le dijo a un amigo que “me haga una página en el Facebook, y comenzaron a seguirme. Y dije, me voy a preparar de vuelta. Me entusiasmé y tengo mucho trabajo. Quiero trabajar mediante las redes sociales. Hay varios muchachos a los que enseñé el oficio, uno de ellos está sin trabajo, entonces quiero que venga a colaborar conmigo”.
Arguello rememoró un día, estaba sentado con los brazos cruzados sobre el escritorio, cuando comenzó a pensar: “¿Por qué estoy así? Porque no cambio la situación. Al quedarme solo, la situación me llevó a esto. Fue cuando le dije a un amigo, probá en las redes sociales cómo anda eso. Me armó una página (Facebook zapatería San Luis) y me empezaron a llover mensajes, entonces cerré porque iba a venir un montón de gente y yo no estaría en condiciones de recibirla en mi local, al que le faltaba el equipo de música, una pequeña heladera y un televisor. Y eso me entusiasmó”.
Enseguida mandó a hacer una divisoria en el local de la chacra 237, y agregó cartelería. Ahora resta poner piso cerámico y arreglar la vereda. “Ese adelanto me emocionó. Compré el juego de living para que pueda venir el que anda a pata, en auto, o en lo que sea, pero que esté cómodo, en un lugar bien atendido. Me gusta hablar, dialogar. De esta manera, voy a tener la cabeza ocupada”. Es que el hombre tiene “muchas ganas de trabajar. Si a los 80 uno tiene ganas de hacer estas cosas es porque tiene la cabeza limpia. Para mí, estoy siempre igual”.
Contó que su taller “siempre tuvo escritorio para atender a los clientes. Atendía y trabajaba, en ocasiones, en compañía de hasta diez empleados. Tengo hormas guardadas, confeccionaba por series, unos 40 pares por día”. Sobre los materiales, manifestó que los conseguía en Posadas, aunque en ocasiones, los traían de Buenos Aires o los pedía por encomienda “porque yo ocupaba mucho. Compraba unos 300 kilogramos de grupón cuando todos los calzados eran de cuero. Era un cuero especial que venía prensado y con eso se hacía la plantilla. No se usaba con nada de goma. Ahora saco un zapato, compro lo necesario, lo ensamblo y lo coso. Soy armador, coso en el aire. No me cuesta nada. Ahora me hice composturero, pero ese no es mi trabajo. Soy aparador, modelista, cortador, armador, de agarrar a hacer el zapato de cero, ese era mi trabajo”.
Insistió con que “ahora me hice composturero, hago plantillas ortopédicas si me piden. Se hace por receta médica, de acuerdo a los milímetros que necesita el paciente. Tengo la máquina, el arco porque hay personas que tienen pie plano o camina chueco, tengo una goma especial, todo depende de las indicaciones médicas. Es un trabajo que tenés que saber hacer. Se hace por milímetro, exacto, hay que respetar. Antes hacía botas con pie de bot, con forros, realce”.
Después que se mudó al Guazupí, Argüello siguió con la zapatería. Cuando las cosas no funcionaban bien, tuvo la primera despensa del barrio tipo almacén de ramos generales. Fueron cinco años de sacrificio, pero la inflación venció a mis padres, que fueron siempre emprendedores. Se fueron adaptando a las circunstancias, así que también vendían ropas y tuvieron a su cargo una agencia de quinielas. Más tarde en este local funcionó un bar pool a lo largo de 18 años. Gracias a Dios, a mis hermanos y a mi nunca nos faltó nada. Ellos siempre estuvieron”, agradeció Carolina.
Hablar de futuro
Argüello aseguró que “siempre le busco la vuelta para no quedarme en el tiempo. Hoy la gente embroma con los planes sociales, pero no se da cuenta que eso no le saca adelante. Acá lo que hace falta es trabajo y que se aprenda el oficio, pero nadie quiere. Zapateros hay pocos, pero nadie quiere venir a aprender, yo estoy dispuesto a enseñar. Están prendidos de los comedores, antes no sabíamos lo que eso significaba, comíamos dentro de la pobreza de nuestra casa. Por eso estamos como estamos. Hace falta trabajo, entonces va a haber dignidad, van a venir cosas mejores”, reflexionó.
Durante su vida fue zapatero, comerciante, de todo un poco, “siempre que fue para vivir y salir adelante, hice las cosas honradamente. La zapatería fue bajando cuando empezaron a entrar cosas de Brasil, y se fue terminando el cuero. Hoy plantillas de cuero no se hacen más. Nosotros hacíamos laburo, laburo, cortando con trinchetas, metiendo clavos. Ahora hacer un zapato es una pavada. Comprás la plantilla, la armas, la coses y listo. Si la suela no era prensada, había que golpear. Antes significaba trabajo, hoy la zapatería o la compostura es un trabajín. Hoy viene todo cortado, viene todo hecho, hay que ensamblar nomas. Es todo más fácil”, comparó, quien utiliza anteojos “sólo para detalles o cuestiones mínimas”.
De grande, volvió al Tiro Federal
Al regresar de Buenos Aires, estaba alquilando, y buscando un lugar, regresó al barrio. En los 70 compró un terreno sobre la calle Clotilde de Fernández, cerca de Primero de Mayo, donde vivía anteriormente. Ahí estuvo a lo largo de veinte años.
“La gente de ese tiempo me reconoce, muchos médicos, abogados, por el excelente trabajo que hacía y por la novedad que resultaba la bicicleta de reparto. Tenía un muchacho -Pochito, que ahora se dedica a la venta de quiniela- que andaba en un rodado exclusivo, con membrete (Zapatería San Luis, reparto a domicilio Tiro Federal. Clotilde Fernández 194), que iba dejando folletos. Y así me hice famoso, conocido. El traía los zapatos con las descripciones detalladas del trabajo que había que hacer, y al finalizar el arreglo, volvía a llevar. No había que molestarse en ir hasta el zapatero”, confió.
El día que Arguello vendió el terreno, sus conocidos cerraron la calle para despedirlo y el fotógrafo Robaldo no escatimó flashes para eternizar el momento. “No querían que me fuera. Lo vendí porque de todos modos tenía que salir de ahí. Era un lugar hermoso, pero no había posibilidades de progreso, no podía arreglar esa casa como yo quería. No quería que me dieran una vivienda, entonces, antes que me relocalicen preferí hacer un negocio por mi cuenta”, agregó.