Un desafío de estos tiempos es poder dialogar, me refiero a esas conversaciones que nos permiten crecer, esos ida y vuelta en los que digo y escucho, y a partir de eso me transformo. Por ejemplo, ya se han definido los candidatos de cara a las elecciones de noviembre, que lindo sería por el bien de la democracia poder conversar con quienes piensan diferente a nosotros, en el convencimiento de que las diferencias siempre enriquecen.
¿Estuviste en alguna sobremesa en la que se hablara de política con integrantes de miradas diferentes y la conversación haya arribado a buen puerto?
Esto mismo trasládalo al clima, vacunas, fútbol, religión entre otros miles, cada vez más los intercambios se dan en términos de imponer opiniones.
Partiendo de la idea de que uno de los pocos caminos para crecer y ser mejores transcurre en el conversar, los invito a reflexionar sobre algunas claves para poder tener buenas conversaciones.
Aquí van algunas consideraciones para que la sobremesa del domingo no se lleve puestos nuestros vínculos.
Ser honestos sobre nuestro objetivo respecto a la conversación:
¿Busco conversar o convencer? ¿Estoy hablando para que me den la razón? Desde el convencer no hay encuentro, simplemente fundamentos y argumentos que sostienen mi posición. Podemos reconocerlo porque se cuela un poco de soberbia, el ego reclama reconocimiento y si no me dan la razón seguramente es porque “ellos no entienden nada”.
O bien, ¿estoy dispuesto a conversar?, conversar implica estar abierto a descubrir qué trae el otro. La conversación permite el encuentro, el intercambio, el replanteo y la transformación de ambas partes. Es como una danza en que los pasos se van entrelazando para sacar lo mejor de nuestras diferencias.
Si bien ambas opciones son válidas, conviene distinguirlas porque llevan a lugares diferentes. Distinguir el objetivo te permite moldear la expectativa.
Tener en cuenta el momento, el lugar y la disposición de la otra parte. En un mundo en que vivimos a mil y en multitasking, poder tomarnos el tiempo para una buena conversación a veces es desafiante, sin embargo es importante planificar: cuándo, dónde y cómo.
Practicar una buena escucha activa, esto implica escuchar para entender, no para contestar. Cuando escucho para contestar en realidad sólo me estoy escuchando a mi mismo y me pierdo lo que el otro tiene para compartir.
Evitar simplificar el tema. La simplificación contribuye a consolidar los extremos, limitando las visiones a sólo dos opciones, generalmente excluyentes entre sí.
Tener en cuenta que la energía del conflicto tiende a llevarnos hacia la polarización. Estar atentos a nuestras emociones y energías es fundamental.
Cuidar el impacto de lo que decimos, no se trata solamente de lo que decimos sino de lo que causa en las personas que nos escuchan.
La democracia, la convivencia, el respeto, la colaboración solo surgen desde una apertura reflexiva en cualquier circunstancia en la que nos encontremos con una dificultad porque si ya tenemos la respuesta hecha de antemano, dejamos de explorar quedando atrapados en lo dado y quitándonos la posibilidad de ver qué es lo que está sucediendo.
Como nos enseña el Maestro Maturana, “lo humano existe en el proceso del conversar, que es un modo de convivir”.