Mucha gente se queja de que no es capaz de decir que no. ¿Sabías que hay dos palabritas que son las más potentes del universo? Sí y No. Ellas nos permiten fijar límites cuando es necesario, tanto personales como a los demás. Esto es un signo de salud psicológica, la cual es fundamental en épocas de crisis.
Algunos creen que son limitados por los límites (valga la redundancia); pero nada más lejos de la realidad. Los límites nos liberan. ¿Por qué? Porque nos ayudan a mantener una autoestima elevada y a generar autoconfianza. Los encargados de ponerles límites a los niños y adolescentes son primeramente, sus padres. Estos son la “luz verde” y la “luz roja” que les brinda un marco para crecer seguros.
Veamos ahora algunas ideas interesantes al respecto:
Los límites en los menores: El fin de establecer límites a nuestros hijos no es simplemente que tengan un buen comportamiento sino sobre todo que guarden en su interior las dos palabras que mencionamos. Así, cuando lleguen a la adultez, serán capaces de decirle “sí” a lo bueno y “no” a lo malo.
Si esto no ocurre, los límites serán impuestos en sus vidas por alguien más: un maestro, un jefe, un policía, un juez, etc. ¿Te cuesta decirle que no a tus hijos y, cuando lo hacés, lo vivís con culpa? Recordá que un límite no es un castigo. Es más bien un jardinero que poda la planta para ayudarla a crecer.
Los límites a los otros: Es imposible quedar bien con todo el mundo. A veces debemos decir que no a los demás, lo cual es en realidad un límite a nuestra propia omnipotencia. Decir “no puedo”, “no sé” o “no tengo” nos humaniza y nos protege del exterior. Quienes temen decirles que no a otros, en el fondo, temen ser rechazados.
Pero siempre hay cosas que podemos hacer y otras que no podemos hacer. No somos superhombres o supermujeres omnipotentes, aunque en ocasiones nos sintamos así. Un “no” a tiempo es muy saludable y va dirigido a alguien más y a uno mismo.
¿Por qué nos cuesta decir que no?
Sólo seremos capaces de decir que no a los demás, una vez que nos lo hemos dicho a nosotros mismos. Quien puede restringirse a sí mismo podrá ponerles límites a otros. Entonces, podemos concluir que el “no” es una expresión de inteligencia emocional, pues la persona que lo usa conoce sus propios límites.
Cuando tenemos una estima sana no sólo nos amamos equilibradamente; además, hemos desarrollado la capacidad de reconocer qué cosas nos salen bien, qué cosas nos salen más o menos y qué cosas nos salen mal. Si yo no veo mis fortalezas y mis debilidades con claridad, de ningún modo podré limitarme a mí mismo y a los demás.
La mejor actitud que podemos adoptar en la vida es la de pararnos en la potencia: saber qué podemos y qué no podemos. Sólo así, seremos capaces de decir que no y, de ese modo, reforzaremos el vínculo con el otro que lo recibirá como un rasgo de honestidad de nuestra parte. ¡No temas decir que no!