Estamos transitando los últimos meses del año y con quien hablo me dice: “Pasó volando el año” o “el tiempo vuela”.
Todo está acelerado, pareciera que se comienza a correr una carrera en esta época como si tuviésemos que llegar a algún lugar.
A veces me pregunto ¿a dónde vamos tan apurados? ¿Hemos aprendido a vivir así, rápido?
Creo que perdemos mucho tiempo pensando, organizando, planificando el futuro y no vivimos el hoy, eso hace que tengamos ansiedad, incertidumbre y nos llenemos de angustia por el miedo a lo que vendrá, pensando más que viviendo.
Nuestro cerebro es inquieto o por lo menos el mío lo es. Por eso busco diariamente ejercicios para estar presente.
Aprendí a través de sentir mi cuerpo, la respiración, disfrutar de los aromas y sabores que me presenta la vida, a estar consciente de que no tenemos mucho tiempo, pero de vida, nadie sabe cuándo nos iremos de acá.
Podemos practicar desde sentir el agua que nos cae en la ducha como caminar sintiendo los pies, ahora en este mismo momento podemos prestar atención a nuestra respiración.
Cuando nos dejamos llevar por las preocupaciones nuestra mente vuela, todo nuestro cuerpo se tensa, sufre por ideas que se nos ocurren que por ahí no pasaran.
Ser conscientes del tiempo que vivimos nos puede ayudar a desacelerarnos, a sentirnos más conectados con la vida. Observar nuestro cuerpo si está tenso o relajado también nos conecta con el aquí y ahora, una frase que está de moda, pero que es mas fácil decir que practicar.
En los talleres solemos hacer ejercicios para desacelerarnos, cuando esto sucede no hay conflicto ni ganas de discutir, escuchamos más, nos volvemos pacíficos, creativos y nace en nosotros ese amor que está adentro nuestro.
Observemos hoy ¿cómo estamos viviendo? Pensemos si se nos pasa volando el tiempo. ¿Nos falta tiempo? ¿Qué podemos hacer para estar más presentes?
Me despido con una frase de Séneca que dice: “No es que tengamos poco tiempo sino que perdemos mucho”. Que Dios los bendiga.