En economía existen máximas básicas que trascienden a cualquier especialidad y se escriben a fuego. Una de ellas expresa que no se puede controlar precios y cantidades a la vez. Se puede, eventualmente y por un lapso de tiempo, controlar una de ellas… pero nunca las dos.
Hablando del dólar, el Gobierno intentó doblegar esta máxima y los resultados quedaron a la vista con crudeza en la semana que terminó.
Desde la última vez que se intensificó el cepo a comienzos de este mes el dólar blue pasó de 185 pesos a 195 pesos, mientras que la variante que se opera en forma privada (el Senebi) saltó de 190 pesos a 201 pesos. Incluso al viernes más allá de la city porteña, eje de referencia para el dólar paralelo, se pactaron compras y ventas para mañana a partir de los 198 pesos.
Otra máxima expresa que el precio de equilibrio es aquel en el que la demanda y la oferta se igualan y, por lo tanto, el mercado “se vacía”. Esto permite que los oferentes vendan lo que desean y los consumidores compren todo lo que desean o puedan. Así las cosas, todo precio por encima del de equilibrio representará un exceso de
oferta de dicho producto, y todo precio por debajo será en definitiva un exceso de demanda.
En el primer caso, quedará un saldo de productos sin vender porque la demanda no convalidará su precio, mientras que en el segundo caso habrá faltante porque el oferente no optará por producir con los mismos costos obteniendo un margen de ganancia menor.
A la larga, el mercado termina ajustando a través de nuevos precios o nuevas cantidades de equilibrio.
En ese meollo es donde ahora dirimen fuerzas el Gobierno y los empresarios poniendo de cabeza al sistema y llenando de tensiones a los consumidores.
El nuevo congelamiento de precios, curiosamente surgido 34 años después que el anunciado por el
gobierno de Raúl Alfonsín, marcha hacia el mismo rumbo y terminará siendo un modo de reprimir la inflación y sumar presión adicional al primer trimestre de 2022.