Los economistas empiezan a prestarle atención a un indicador que hasta ahora parecía bajo control, pero que podría ser un predictor de futuras turbulencias: en el balance cambiario del Banco Central, la cuenta corriente -es decir, la diferencia entre la cantidad de dólares que entran y los que salen del país- mostró su cuarto mes consecutivo de deterioro. Y, lo que es peor, por segundo mes seguido se ubica en terreno negativo.
Puede ser que los 785 millones de dólares “en rojo” que dejaron las cuentas de septiembre no impresionen, a primera vista, como una cifra extremadamente preocupante, pero lo que genera preocupación es la tendencia: la cuenta corriente no para de caer desde el ya lejano mes de mayo, cuando se había registrado un superávit de 1.623 millones de dólares. Eran los días en los que el país celebraba el inesperado regalo de la soja cotizando a 600 dólares y cuando las exportaciones permitían recuperar oxígeno y reservas.
Pero ahora la situación es radicalmente distinta. No sólo van dos meses consecutivos en terreno de pérdidas, sino que la perspectiva para los próximos meses es francamente desalentadora. Por una cuestión estacional, el verano es el momento del año en el que ingresan menos dólares provenientes de las exportaciones agrícolas. Y, en coincidencia, aumenta la demanda de rubros como el turismo y los servicios.
Pero además, este año, se agrega un factor político: hay una marcada expectativa de una devaluación post elecciones.
Hoy los economistas ya no discuten si ocurrirá esa devaluación, sino de cuánto será su monto y si se logrará acotarla a un proceso gradual o se tratará de una corrección brusca. Y esta situación lleva a que los turistas demanden más pasajes, los importadores traten de adelantar compras y la población en general trate de hacerse de divisas en el mercado paralelo.
Antecedentes peligrosos
Lo cierto es que, a partir de ahora, el saldo de la cuenta corriente deberá ser un indicador a monitorear de cerca. La evolución es elocuente: tras el récord de mayo, en junio se cayó a 1.254 millones de dólares, en julio a 656 millones de dólares y en agosto sonaron las alarmas, cuando se registró un déficit de 301 millones de dólares.
La historia económica reciente demuestra que los momentos de deterioro acelerado de esa cuenta ha sido el preludio de grandes correcciones cambiarias.
Un informe de la Fundación Mediterránea compara el estado de la cuenta corriente al momento de cada elección, y se destaca, por ejemplo, que cuando el macrismo se impuso en las legislativas de 2017 se había llegado a un rojo de 4,85% del PBI. Una cifra que marcaba con elocuencia la dependencia extrema que tenía el país del mantenimiento de un flujo continuo de crédito externo y que, de interrumpirse, provocaría una crisis.
Con menores magnitudes, pero también en zona de alarma, se llegó a las elecciones de 2013 y 2015. En ambos casos la oposición denunciaba que el Gobierno kirchnerista mantenía artificialmente retrasado al tipo de cambio y, como argumento para apoyar esa acusación, se destacaba el déficit de cuenta corriente -de 2,19% en 2013 y de 2,78% en 2015-.
Más allá de las diferencias históricas de cada caso y de los debates ideologizados, el resultado final fue siempre el mismo: una devaluación brusca. Ocurrió a inicios de 2014, ya con Axel Kicillof como ministro, cuando pese al cepo hubo una corrección de 20% en el tipo de cambio oficial. Luego, en 2015, con el cambio de gobierno se levantó el cepo, con lo cual el dólar oficial subió un 40% para confluir con el “contado con liqui”. Y en 2018 se inició la larga saga devaluatoria que llevó al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional