
El arribo del Oberá Tenis Club a la Liga Nacional, dos temporadas atrás, fue la noticia más importante para el básquetbol provincial en los últimos 25 años. Antes de eso, Luz y Fuerza había marcado un hito en Primera. Entre ambos capítulos se sucedieron varios años de esfuerzo para los clubes misioneros en busca del ansiado ascenso. Nunca fue fácil.
Bien sabe de aquellas odiseas César “El Colo” Mendoza (51), uno de los tantos jugadores referentes de esas campañas de Mitre, Tokio, ABE de Eldorado y hasta el propio OTC para dar el salto. Incluso fue uno de los pilares de Regatas de Corrientes, hoy afianzado en la Liga Nacional, en el inicio del camino a la máxima, al ganar con el Celeste los ascensos a la extinta Liga B y al también desaparecido Torneo Nacional de Ascenso (TNA).
EL DEPOR habló con Mendoza para rememorar la lucha de aquellos años y recordar nombres como los de Beto Merenda, Lucky Flamig, Hugo Benítez, Raúl Tarnowyk, Javier Cambas, Opi Barreyro o Willy Lezcano. “Tuve el privilegio de jugar con la Generación Dorada de Misiones”, resaltó el ala pivot que se dio el gusto de compartir equipo con Finito Gehrmann en su despedida en Banco Provincia.
¿Cómo te iniciaste en el básquet?
Cuando tenía 12 años me mudé a Villa Cabello. Ahí empezamos con el vóleibol, hasta que un día faltaba uno en la canchita de básquetbol de la chacra 149 y me sumé. Como recién habían inaugurado la cancha, los mejores de Posadas iban a jugar ahí, incluso el propio Finito Gehrmann. El básquet me gustó enseguida y, cuando todos se iban, yo seguía tirando al aro. Y un día Perro Magri me vio jugando y me invitó a entrenar en Mitre. Y así arranqué. A las pocas semanas se jugó un Provincial en juveniles y me convocaron para jugar con la Selección de Posadas. Fuimos a Eldorado y me fue muy bien: salí goleador del torneo y el jugador más correcto. Hasta me hicieron una entrevista en la televisión. Imaginate, yo apenas había salido del barrio…
¿Cómo siguió tu carrera?
El básquet era mi pasión, me iba a entrenar a las 15 y volvía a las 23. Siempre le decía a mi mamá que algún día, el básquet me iba a dar de comer. Jugué dos años en Mitre y a los 18 me llevaron al Club San Juan para jugar el Torneo de Encarnación, cuyo ganador ascendía a la Liga Nacional de Paraguay. Ahí gané mi primer sueldo, en dólares… Algo así como 100 dólares por partido, imaginate… Eso fue un incentivo para seguir entrenando. Y una experiencia enorme. Y allá por 1988 me pasaron a préstamo de Mitre a Banco Provincia para jugar la Liga C. Ahí compartí equipo con el propio Finito Gehrmann, Marcelo Reviski, Humberto Varesco, el Tanque Barrios, Coco Musalzki, Guido y Gabriel Barreyro.

Te diste el gusto de jugar con Finito en su último equipo…
Sí, sí, fue el último año de Fino. Estar ahí era ver a un maestro en la cancha, era darle la pelota y que hiciera todo, de donde tiraba era punto. Es un orgullo decir que compartí el último equipo de Finito. Me tocó jugar varias veces en contra y era difícil, con Hugo Benítez, mi compañero, tratábamos de fastidiarlo (se ríe)… Y cuando lo tuve de compañero, me di cuenta de la concentración que tenía. Años atrás me invitó a su casa y me mostró todos sus recortes… Con Finito no te aburrís nunca. Siempre digo que tuve el privilegio de jugar con la Generación Dorada de Misiones. Eran todos monstruos, el doctor Guido Barreiro tiraba de mitad de cancha y embocaba. Yo creo que no hubo otra camada que jugara al básquet como ellos. Siempre llevo eso en mi recuerdo. Finito recibió muchos reconocimientos, muy merecidos, pero los otros también eran jugadorazos.
Y en Regatas fuiste parte de la historia del club…
Llegué a Regatas con 21 años y gracias a Lucky Flamig. Estuve allá cinco años, como profesional. Fue una experiencia inolvidable. Debuté en el Súper Cuatro de verano que hacen allá entre Regatas, San Martín, Hércules y Alvear. Una locura, meten entre 8 y 10 mil personas por partido. Y ahí comenzamos el camino de los ascensos. Primero jugamos la Liga C con un gran jugador como Alejandro Coronel, que después jugó para Luz y Fuerza. Ascendimos a la Liga B tras ganarle la final a Villa San Martín de Resistencia. Y después ascendimos al Torneo Nacional de Ascenso tras ganarle la final a Amad de Goya. El club siguió con ese proceso y llegó a la Liga Nacional, donde hoy ya tiene un lugar propio.
¿Qué se siente ser parte de esa historia?
En 2011 viajé a Regatas para jugar el torneo de juveniles que hace el club, el Perico Básquet, que reúne a 60 mil pibes de todo el país. Y me sorprendí porque tienen como un salón de la fama y estar en esas fotos es un verdadero orgullo. Siempre me reciben con mucho cariño. Imaginate que pude estar en la inauguración de la cancha, que fue contra Estudiantes de Olavarría, que en ese entonces estaba en la A. Ese partido fue la piedra fundacional del proceso que llevó a Regatas a la Liga Nacional.
¿Cómo fue el regreso a casa?
Volví para jugar en Luz y Fuerza, en 1998. El club estaba diezmado tras el paso por Liga A y me llamaron para empezar de vuelta desde la Liga C. Ya era tiempo de estar en casa con mi mujer y mi hijo. Y ahí empecé toda esa etapa de los equipos misioneros en busca del ascenso. Cuando Luz y Fuerza ya no tuvo más banca, volví a Mitre, al año siguiente fui a OTC, después jugué en AEMO… ¡Uhh! Los clásicos obereños son una cosa de locos… Cuando se jugaba en el Ian Barney, el rugir del público se escuchaba desde la ruta. De ahí me fui a Eldorado para jugar Liga B con ABE, que quedamos sextos con un equipo netamente misionero. Y cuando se disolvió ABE me fui a jugar la Liga C con Tirica, un equipazo, con Raúl Tarnowyk, Aldo González, Hugo Benítez, el Flaco Coller, que tenía 2.11 de altura…
Y volviste a jugar en Paraguay…
Sí, volví a Posadas y ahí me llamaron de 22 de Septiembre de Encarnación, con el que salí campeón. Al año siguiente, en 2005, me fui a Mitre para la Liga C con Nico Fulquet, Martín Ayala, Pablo De La Fuente, Hugo Benítez, Silvio Ojeda y Juan Rivas, prácticamente una Selección Misionera. Ganamos el torneo, pero nuestro delegado se olvidó de pagar mi pase internacional y nos sacaron todos los puntos.

¿Y cómo fue el retiro?
De ahí, volví a Paraguay para jugar en Petirossi, en 2008 me vuelve a contratar 22 de Septiembre y ahí, con 39 años, me retiré. Me invitaron, pero ya no quería saber más nada con la Liga C (se ríe). Creo que el único equipo en el que no jugué fue Cataratas (se ríe).
¿Qué te quedó pendiente?
Nada. Siempre digo y agradezco a Dios por todo lo que me dio, por los lugares que conocí, los amigos que tuve, las puertas que se abrieron. Y soy un agradecido al básquet. Tengo amigos en Paraguay, en Foz de Iguazú, donde también jugué. Ahora me toca devolver un poco de todo eso al deporte, así que estoy entrenando a los chicos en la cancha del barrio Terrazas de Itaembé Miní. Y volví al primer amor, porque estoy entrenando vóleibol.
¿Qué les decís a los chicos del barrio que sueñan con el deporte?
Siempre trato de inculcarles que, si se trabaja, todo se puede. Cuando jugaba al básquet en Villa Cabello y me vio Perro Magri, no tenía zapatillas. Ni para el pasaje de colectivo. Pero todo se acomoda. Sólo queda trabajar durísimo, el camino es largo, pero se llega a todo sueño o anhelo. A los chicos siempre les digo que le metan con todo, que en la vida todo se puede.