El nuevo escenario tras las elecciones legislativas del domingo obliga al país a encarar un nuevo rumbo frente a las mismas viejas problemáticas.
Más allá del hilarante debate sobre el triunfo, la derrota o las responsabilidades, sigue estando allí la Argentina que grita crisis, que ya no resiste las soluciones coyunturales y requiere proyectos a mediano y largo plazo, soluciones de fondo. Y ahora es justamente el Fondo, el mayor acreedor de la alicaída Argentina, el que pide a la clase política estar a la altura, algo que los argentinos no pudimos lograr en muchos años.
En su primera reacción tras las elecciones legislativas del domingo y para avanzar en una reestructuración de la deuda, el FMI solicitó ayer que el país presente un plan con “amplio apoyo político y social”, y que el país ataque la “alta inflación”.
El organismo consideró “importante” que el plan que negocia con la Argentina para refinanciar una deuda de 44.000 millones de dólares tenga un fuerte respaldo del arco político.
Tras saber de la derrota, o quizás antes (aún no queda claro a partir del mensaje grabado) el presidente Alberto Fernández anunció que enviará al Congreso un proyecto de ley con un plan económico dentro del marco de un programa con el organismo.
Quizás a partir de la derrota del oficialismo, o del triunfo de la oposición, o los más de un millón de votos blanco o nulos, o de la exhortación misma del Fondo Monetario, nuestra clase dirigencial comprenda finalmente que de esta no se sale nada más que con riñas ideológicas o denuncias judiciales… quizás la propia crisis madure en ellos la perspectiva necesaria para frenar la inercia de la crisis que oprime a los argentinos.
Suena utópico, pero también es necesario pensar que en algún momento alguien deberá ponerle un tope a tanto descalabro. En definitiva, la nueva etapa de la vieja crisis en la que estamos inmersos los argentinos es, al mismo tiempo, una nueva chance para los dirigentes para madurar y estar a la altura.