Es habitual que Irma Irene Cañete y Estela Ester Suarez hagan una pausa en sus quehaceres y se crucen hasta el taller del fondo para colocarse el delantal y ensuciarse un poco las manos. Trabajar con la arcilla y dar las más diversas formas es, para estas mujeres, un verdadero cable a tierra. Si bien cada una tiene su algo que la vincule al tema, la llegada de la tecnicatura a Santa Ana afianzó esa pasión y prodigó abundantes conocimientos.
Además de administrar su tiempo como empleada administrativa, protecista dental y los quehaceres domésticos, Cañete buscó un espacio para recibirse de técnica ceramista, una carrera de tres años de duración y mucha práctica.
Nacida en Santa Ana, no tuvo oportunidad de cursar estudios universitarios siendo joven, y no quiso dejar escapar esta oportunidad. Recordó que su interés por la cerámica surgió allá por 2005 cuando la entonces intendenta, Mabel Pesoa, comenzó a proyectar la creación de una carrera. Es que aquí funcionó una fábrica de cerámicas que durante muchos años abastecía de tejas y ladrillos, hasta que quedó debajo del agua a raíz del llenado del embalse de Yacyretá. Pero a raíz de eso se sabía que en la zona se contaba con buen material -barro ñaú- para llevar adelante algún emprendimiento de este tipo.
Pesoa logró su cometido, se hizo la primera cohorte y Cañete se quedó con las ganas de hacer la carrera. “Fue por cuestiones laborales que no pude cursar”, aclaró, y agregó que en la segunda cohorte “pude concretar el anhelo. Obviamente, no lo iba a dejar pasar. Como a muchas mujeres del pueblo, me costó llegar a una universidad, por varios factores. Y ahora la teníamos acá, en nuestras manos. Era el momento. Dejé de hacer otras cosas, y me embarqué en esto, porque realmente me parece algo fantástico. Trabajar con la cerámica es mucho más que el hecho de hacer una pieza y poder generar ingresos. Claro que es importante la parte económica, no lo voy a negar. Pero va más allá, porque es el contacto directo con nuestra tierra. Cuando una ama la cerámica, trabajarla te lleva a otra dimensión”.
Cuando se abrió la carrera, junto a varias compañeras “pudimos hacerla. Porque la Facultad de Artes nos facilitó mucho. Vino a nosotros, y eso fue una gran ventaja. Hubo un puntapié que se continuó, y yo lo pude aprovechar. Hice la carrera, pude terminarla y recibirme, más allá de la edad que tengo. Siempre digo que cuando uno tiene voluntad de hacerlo, la edad es lo de menos”, aseveró.
Con el advenimiento de la pandemia, Cañete hizo “causa común” con su compañera y vecina, Estela Suarez. “La llamé y la invité a que nos juntáramos. Limpié un depósito de herramientas de mi esposo, Juan Ramón Castillo, y armé en el fondo del terreno, un pequeño taller. Le propuse trabajar juntas y levantar nuestro propio horno, porque ese es un problema que se presenta, por tratarse de una herramienta costosa. Pero, mientras tanto, decidimos hacerlo pequeño y a leña y, de esta forma, poder quemar los objetos más rústicos”, dijo, haciendo alusión al inicio de este sueño.
Mamá de Claudio, Gustavo y Sofía, Cañete ya está comercializando algunas piezas, lo que le resulta de gran ayuda. “Siempre digo que la facultad nos abrió una puerta enorme. Ahora está en nosotros buscar más conocimientos para poder superar un montón de obstáculos que teníamos. Sabemos que, con un poquito de esfuerzo, se puede lograr. Por lo general, nos acompañamos mutuamente y, sumando a más compañeras vamos a hacer fuerza y a tener más producción”, celebró.
Trabaja con las réplicas de objetos guaraníes, que “es algo que me gusta. También hago alcancías, portarretratos, para que el turista venga y se lo pueda llevar. Que sea cómodo, práctico, porque al ser cosas muy grandes, no facilitas el traslado. Pensado en eso, hago cosas más pequeñas. En el caso de las réplicas, de yapepó (vasijas culinarias creadas y utilizadas por las antiguas tribus guaraníes con fines diversos), es con el fin de mantener nuestra cultura”.
Aclaró que en la zona existen dos comunidades guaraníes pero que “las del cerro están abocadas a hacer otras cosas, como las pipas y los bichitos, que siempre hacen. Como ellos no están haciendo yapepó, era una veta, decidí hacerlo para seguir manteniendo viva esa parte. Los turistas del interior de Misiones los llevan bastante. Los hago en una sola quema como algo decorativo, como porta planteras. También empezamos a hacer ollas porque nos piden”.
En su caso, sus trabajos recibirán el nombre de “Cerámica con propósito” porque “al trabajar nuestra tierra, nuestro ñaú, tiene un propósito. Cuando alguien compra una pieza, se está llevando un poquito de Santa Ana. Y cuando se viaja más allá, a otras provincias, se va algo de Misiones, se lleva nuestra tierra colorada. Así que decidí que lleve ese nombre, y lo voy a describir por qué con propósito, así que el que lo lleva, lo entiende”.
Es un proceso
Las mujeres extraen el material de la zona del puerto de Santa Ana, donde también hay varias olerías que elaboran ladrillos. Es que en el lugar se encuentra lo que denominan el ñaú “puro”, que se acopia en el Taller de Arte de la Municipalidad. Aunque la curiosidad, la investigación, las llevó a probar otras alternativas y “empezamos a sacar desde otros lugares. Recorriendo con mi compañera, llegamos a la conclusión que en otros varios lugares tenemos buenas arcillas. Vamos y extraemos”, manifestó. Dejan reposar este “principal condimento” en un tacho con agua, por un buen tiempo. Luego lo someten a un batido y colado, para sacar todas las impurezas que puede llegar a tener el barro. Eso se convierte luego, en una arcilla “muy buena para trabajar y muy maleable”.
Contó que, en ocasiones, “lo que hacemos es mesclar la arcilla de un lugar con la de otro, porque siempre una carece de una cosa y la otra, le agrega propiedades. Así trabajamos con la arcilla de la zona. También tenemos arcilla que compramos de Buenos Aires, que son las del Sur, de color blanco, claras, porque en ocasiones nos piden cosas con otras tonalidades”.
Aclaró que la local es “roja”, por la cantidad de hierro que contiene. Entonces, “la mesclamos porque refuerza y mejora la calidad. Pero lo que más hacemos es sacar de un lugar, y del otro, y la mesclamos. La gran ventaja es que a la materia prima la tenemos, sólo que tenemos que trabajarla un poco”.
Cañete está pasando un momento complicado debido a la salud de su esposo, pero no por eso “dejamos de hacer. Tenía en él un gran compañero, un gran apoyo, porque me llevaba de un lado al otro, aunque no le gustaba que llenara de barro el auto”, acotó la mujer, que por la mañana desarrolla tareas en la Municipalidad de Santa Ana y, por la tarde, se ocupa de la confección de prótesis y la producción de cerámicas.
“La cerámica está en todo momento. Es sinónimo de relajación, de producción, de creatividad. Propicia la charla, y eso está muy bueno. En lo personal la cerámica representa mucho en mi vida porque me sacó de un montón de situaciones. De paso, es una fuente de trabajo, porque todo lo que se puede llegar a producir, tiene salida, se vende, eso está buenísimo. Es algo que a la gente le gusta, sólo que se conoce poco, pero a medida que se va mostrando, que la gente sabe de su existencia, tiene salida. Cuando nos juntemos más, entiendo que será mucho mejor. En Paraguay, existen pueblos enteros que viven solo de la cerámica. Pero su historia es otra, ya desde que abrieron los ojos viven de eso y son reconocidos por ese trabajo. Siempre digo, no que vamos a llegar a eso, pero por algo tenemos que empezar. Pero a uno no le puede gustar algo que no conoce. Algo tan simple y sencillo como eso”.
Sostuvo que “a mí me gustó porque siempre tuve contacto. De chiquita, como mis raíces están del otro lado -haciendo alusión a Paraguay-, mi mamá me compraba la ollita, la pavita, y cuando íbamos a los eventos siempre encontrábamos las exposiciones de cerámica y los juguetes eran siempre de ese material. Siempre tuve eso por eso siempre amé la cerámica. Encima te lo pintan, te lo dejan bonito”. Por eso, a partir de 2005, cuando Pesoa empezó a escribir los primeros renglones para traer la carrera a Santa Ana, que se dictó en el Taller de Arte del municipio, no dudó en involucrarse.
Rememoró orgullosa que “somos de la segunda promoción y tuvimos a vecinos nuestros, que fueron de la primera, y actuaron como ayudantes de cátedra. Y fue muy lindo tener a gente de Santa Ana que fuera parte de este proyecto. Ahora estamos pensando en hacer la licenciatura, de alguna u otra forma nos vamos a acomodar para poder cursarla”.
Cree que hay espacio para todos los que abrazaron esta profesión, y es “lo que siempre les digo a mis compañeras. Días atrás recibí un llamado telefónico, preguntando si hacíamos placas para tumbas, pero, como no es nuestra especialidad, sugerimos a otra compañera que sí se ocupa del tema. Otras confeccionan maseteros, y así se puede hacer una infinidad de cosas, y eso también nos ayuda. Cada una se define. Hago lámparas, mi compañera de ocupa de hacer rostros. Yo me siento al lado y hago otras cosas. Estamos compartiendo el mismo espacio, los mismos materiales y diferentes productos”.
Lo mejor de todo este proceso es que “nos sentimos apoyadas. Si me falta una herramienta, y ella tiene, me la presta. O la presto yo. Es reforzar el vínculo, la parte comunitaria. Hacer una compra a Buenos Aires nos facilita a todas, entonces llamamos a varias de las chicas y les preguntamos qué es lo que necesitan, porque de esta manera se abaratan los costos. Si actúo de manera mezquina, soy yo la que me embromo porque todo sale más caro. Y, de esta manera, podemos dividir los costos”.
“Por qué no conocí antes”
Estela Ester Suarez (43) nació en Cerro Azul, pero por cuestiones laborales de su esposo, Miguel, se radicó en Sana Ana ya hace algunos años, y es ama de casa. Admitió que “no conocía la cerámica” de primera mano. Lo único que tenía en su casa eran unos jarrones de barro que eran de mi bisabuela, que los había traído desde Europa. “Pero no tenía idea de cómo se hacía. Cuando surgió la carrera, el impulso de hacerla fue grande porque siempre tuve ganas de estudiar, pero no pude porque vivíamos en la chacra, eran otras las necesidades”.
Pero como esta oportunidad se dio en el pueblo donde reside, “me dije: la hago. Pero no tenía idea de lo hermoso que era lo que estaba por hacer. Cuando fui conociendo más de cerca y en profundidad, dije por qué no conocí antes. Y siempre digo, que bueno es esto de hacer conocer porque mucha gente no sabe de qué se trata, no sabe lo que se puede hacer con material que tenemos tan a mano”.
Empezar la carrera fue para Suarez, todo un acontecimiento. “Esos encuentros, esas quemas, fueron lo más maravilloso. Cada quema es una ceremonia. Es lo más. Es ahí donde se gana la experiencia, haciendo las tareas todos juntos, se aprende de acá, de allá, de uno de otro. La cerámica es lo más lindo que me pasó, vamos hablando, tomando un matecito, ensuciándonos las manos”. Ahora está entusiasmada con hacer la licenciatura porque es una manera de “ir complementando el aprendizaje. Pero quiero hacer lo que me nace, no especializarme en algo puntual”, dijo, mientras daba los últimos retoques a los rostros de “sus personajes” favoritos.
En segundo año, “lo pasé terrible, pero todo se supera. Mi esposo me apoyó, aunque también a veces me recrimina por el barro. A él le encanta lo que hago, me hace promociones, y le digo que no es para tanto todavía. Mis hijos: Cristina, Evelyn, Marina y Gabriel, están orgullosos. Cuando en el acto recibimos el título, me decían ‘te lo vamos a encuadrar, te vamos a colgar’. Y yo, feliz, porque es un anhelo que pude cumplir, gracias a Dios. Esto no tiene edad, mientras una tiene ganas, y quiera, se puede. Se van sobrepasando las adversidades que pueden aparecer, pero uno llega a la meta”.
El próximo paso será el horno eléctrico
Una de las cosas para que este equipo de trabajo prospere, radica en la necesidad de poder adquirir un horno eléctrico porque cada vez que tienen intenciones de secar una pieza, deben que salir a avisar a todos los vecinos, por una cuestión de respeto, debido al humo que se produce en la propiedad y se esparce a los terrenos lindantes.
“Este horno levanta mucha temperatura porque está armado, pensado, preparado para la quema de cerámica. Está hecho en función de lo que nosotros aprendimos en la carrera. Es un horno que se quema a leña, y tiene una diferencia enorme con el horno de pan. Estaba preparado, armado, y es de tiro directo. Y levanta temperaturas que oscilan los mil grados, aunque puede llegar a más”, explicaron las protagonistas de esta historia. Los que tienen en el Taller de Arte son eléctricos.
“Uno de manta, y el restante de ladrillo refractario. Son dos tipos de hornos diferentes. Se queman hasta 1.200 grados, pero se pueden controlar mejor. Aunque a estos también se los maneja bien si uno tiene conocimiento de cómo ir manejando el fuego ya que a medida que pasan las horas, levanta la temperatura. Pero se empieza con muy bajo. Quemamos de a poquito. Como tenemos mucha madera de descarte de los aserraderos, quemamos los machimbres y levanta temperatura porque produce llama que es lo que necesitamos”.
La ventaja es que esa madera se consigue de manera gratuita. “Podemos ir a buscarla, y a eso se agregamos las ramas secas que encontramos en los alrededores”.