Antes que un organismo multilateral de crédito, aunque ello no se vea en la superficie, el Fondo Monetario Internacional es un actor político con peso específico en el sistema internacional.
Es cierto que se trata de un prestamista con ventajas por sus tasas mucho más convenientes que las del mercado, pero también lo es que sus créditos vienen atados a programas de recupero que, generalmente, apuntan a una reducción del déficit fiscal. Con todo, jamás hay que perder de vista la primera afirmación, el Fondo es, en el fondo, un actor político en el concierto de naciones en el que se inmiscuyen decenas de países y en el que decide Estados Unidos.
Partiendo de esa premisa y a partir del informe que días atrás dio a conocer el organismo acerca de su actuación en el último crédito a la Argentina, vale contextualizar su objetivo, su viabilidad y su desenlace.
Vaya por delante la conclusión: el Fondo buscó sostener a Mauricio Macri, benefició a los inversores y endeudó monumentalmente a la Argentina.
El contexto en el que se otorgó el crédito es brutal, porque el país manifestaba (y aún lo hace) déficit fiscal crónico, alta inflación, escasez de dólares, devaluaciones en alza y endeudamiento crónico.
¿Es acaso lógico que en ese escenario se le otorgara al país el mayor crédito en la historia del organismo financiero?
El Fondo hizo lo que hizo sabiendo que no existían chances en el corto y mediano plazo de que Argentina pudiera hacer frente a semejantes obligaciones.
Al final el préstamo no cumplió ninguno de sus objetivos, oficiales y extraoficiales y terminó por endeudar a los argentinos de una forma astronómica.
Cualquier mea culpa en estas instancias termina siendo liviano frente a la potencia de la crisis que enfrenta el país desde antes, durante y después del stand by.