La pregunta es recurrente, y la respuesta de Frédéric Nicolás Francois Boulay (58), es prácticamente la misma: “Si a los veinte años me decían que terminaría mi vida criando cabras y chanchos en Argentina, no lo iba a creer”.
Es que para muchos es hasta difícil de comprender, porque nació en un barrio integrado a la ciudad de París, pero decidió emigrar hacia la tierra colorada y, por estos días, se dedica a la producción de animales en una chacra de Santa Ana. Admitió que se fue de Francia “en un momento importante, en el que tenía más de 40 años: me quedaba para siempre o todavía podía cambiar. Y la elección fue ésta”.
Contó que en Francia había comenzado un proyecto de construcción y comercialización de piscinas de todo tipo. La experiencia resultó interesante, al punto que “vinieron a buscarme para continuarlo en Barcelona, España. Mi socio tenía dos parientes que venían desde Buenos Aires, y me encantó el acento porteño y todo lo que contaban. Además, en Francia, Argentina tiene muy buena fama. La postal es como siempre, hablamos de Buenos Aires, de La Boca, de La Pampa y la Cordillera. Y todo eso generó en mí, unas ganas de venir a la Argentina que se pudieron concretar en el 2000, pero la situación acá era bastante complicada”.
En 2009 habló con Ariane, su hija más chica, “que tenía nueve años y siempre la tuve conmigo, y le propuse cambiar de continente, de idioma, y ella aceptó el reto. Fue muy lindo y siempre le estaré agradecido porque sin su acuerdo no lo hubiera hecho”, agregó.
En la primera oportunidad, hicieron un viaje de dos meses para ver dónde podrían radicarse. En septiembre de 2009, dieron la vuelta por el Norte del país, buscando una zona más cálida porque a Frédéric no le agrada el frío. Desde Buenos Aires viajaron a Rosario, La Rioja, Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Uruguay y volvieron desde Uruguayana a Paso de los Libres. “Ahí encontré a un abogado de Oberá, Jorge Pablo Thomas, que me escuchó hablar y me dijo: ‘entiendo tu proyecto, pero no podés decidir donde radicarte sin pasar por la Capital del Monte’. Me dio su tarjeta y agregó: ‘mañana por la noche te espero para compartir un asado’. Cuando se llega a Oberá, con la disposición de las plazoletas, uno se enamora. Casi compré un terreno en Famatina, en La Rioja, que era muy lindo, pero muy seco, y el contraste con Misiones es tremendo. Acá todo es verde, todo vegetal cuando allá es todo mineral”, describió el papá de Ariane (22) y Bastien (30), que están en Argentina, y de Marine (30) y Caroline (33), que residen en Francia, al igual que su mamá, Antoinette (95).
Apenas llegaron, Frédéric compró una camioneta, “para quemar mis naves, además, de esa manera sabía que tenía que quedarme. Durante dos meses utilizamos ese vehículo para trasladarnos, ubicar el mejor lugar para nosotros y después, la dejé en un estacionamiento por alrededor de un mes, que era el tiempo que necesitábamos para volver a Francia, despedirnos de la familia, empaquetar todo y mandarlo por barco, y volver acá”.
El primero de enero de 2010 llegaron al aeropuerto internacional de Ezeiza. Luego fueron directamente a Oberá. “Nos quedamos en un apart hotel y después alquilamos una casa. Compré un terreno en Colonia Guaraní para edificar, después hubo otra chacra que vendimos a una pareja de franceses que conocimos acá y, al final, compré una chacra de 30 hectáreas en Los Helechos, para hacer algo, porque era más mecanizable a nivel agrícola. Empezamos con el mamón, que fue un desastre total. El primer año tuvimos sequía, y el riego no estaba hecho; al segundo año tuvimos una helada temprana, que mató todo. Y el tercer año hubo un corredor de viento que pasó justo sobre la chacra. Era como un tornado. Habíamos zafado muchas veces de la piedra que había tocado a otros, y ese año justo nos tocó a nosotros”, se explayó.
Y en un momento pensó: “Tres años es mucho. Si no se da, no se da. Un ingeniero del INTA nos habló del maracuyá, que es bastante más pesado como proyecto porque hacen falta postes, y una infraestructura más pesada que para el cultivo del mamón. Pero anduvo bien. La verdad es que fueron años lindos e hicimos riego por goteo”. Así conoció a Marta, su esposa, que era diputada.
Confió que trabajaron con el maracuyá, vendieron en el Mercado Concentrador como fruta, después, extraían la pulpa y la congelaban. “Le dimos una dimensión un poco más industrializada. Hacíamos pulpa sin semilla que mezclamos con cachaza y se utilizaba para la caipiriña lista en sachet. Eso tuvo mucho éxito. El maracuyá venía bien porque era dueño de la fruta, la podía vender a turistas, hacer mermelada, lo que quería, o mandar al Mercado Central de Buenos Aires, que también lo hicimos. No se descompone tan fácil, con el paso de los días se achica la cáscara, pero la pulpa, que es lo que nos interesa, queda intacta. Es mucho más fácil de manipular. Fueron unos cinco años lindos, vendimos mucho. Cuando me casé con Marta, vinimos a vivir a Posadas. Pusimos personal en la chacra y todo fue en caída, por lo que decidimos vender la propiedad de Los Helechos. E invertimos en un predio de Santa Ana, donde decidimos dedicarnos a los animales”, expresó.
Al llegar aquí, había una persona que tenía cerdos y Frédéric le propuso trabajar juntos, pero de buena manera y con buena genética. En Armstrong, Santa Fe, consiguieron padrillos, madres, futuras madres, y llevan el control absoluto. Existe una ficha de padres, madres, una de parto con el peso de cada animal. Se registra cuánto pesa al nacer, a los 20 días, al momento del destete, siempre cuidando el bienestar. Es que “decidimos que, si hacemos animales, es con el respeto del bienestar animal, que para nosotros es una obligación. Teniendo en cuenta que es un animal que vamos a comer, es muy importante, además del amor que podemos tener, saber lo que comió y la vida que tuvo. Entonces todo su pasado, me tiene que importar. Un animal que sufre cambia la acidez de la carne, el PH, cambia el sabor”, explicó.
Contó que empezaron con los cerdos, algo de gallinas y por fin, pudieron introducir cabras, que son los animales “que siempre quería. Fue a buscar lecheras a 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. “Son totalmente blancas, mimosas, un encanto. Obtenemos la leche, hacemos queso, Marta prepara dulce de leche y vamos desarrollando poco a poco –porque tenemos pocos ejemplares- toda la gama de productos que nos pueden dar las cabras”.
Su promotor consideró que la cabra “es perfecta para la alimentación que se encuentra en las chacras, porque la vaca necesita pastura y la oveja, pastura baja, y todo lo que no come, lo pisa. Y la cabra come desde el piso hasta dos metros, es el animal perfecto para la zona. No trae para mucha gente la nobleza de una vaca. Muchos dicen tengo vacas, como si fuera un estrato social, y yo estoy orgulloso de decir, tengo cabras. Es un animal fantástico”, alegó.
La naturaleza del cerdo
De cerdo, elaboran absolutamente todo. Y de acuerdo a los comentarios, “la carne que ofrecemos es excepcional. Son animales que nacen en la chacra, los ayudamos en el parto, cortamos el cordón, lo colocamos sobre la teta, lo cuidamos todo el tiempo. Al cabo de un mes lo destetamos, van a un galpón para que se adueñen del lugar durante un mes, luego salen a un parque de casi una hectárea por cada grupo de edad. En esos diez mil metros cuadrados de monte tienen pileta de barro, están libres, se pasan el tiempo con la nariz hundida en el suelo para remover la tierra, porque es su naturaleza. Un chancho que está criado en un suelo de hormigón es una vergüenza. El borde de la nariz del cerdo es duro porque está hecha para mover piedras. Es su razón de ser, su propósito. Es impresionante verlos cómo juegan, cómo pelean, como remueven todo, dejan el campo hecho un desastre, pero esa es su naturaleza”.
Recordó que cuando fueron a buscar al padrillo, tenía un anillo en la nariz para que no pueda apoyar sobre las tablas y no destroce la cabaña que era pequeña. “Nos costó mucho quitar el anillo, porque estaba cicatrizado alrededor. Pero al cabo de una semana era el animal más feliz que habíamos visto. Plantaba la nariz y avanzaba. Trabajar con los animales de esta manera, no es un trabajo sino un placer. El animal nace en la chacra y vive en ella durante un año, en medio de la paz, la tranquilidad, sin ruidos, conoce su entorno y a los otros animales. Instalamos un matadero en el lugar con la asistencia de sanidad ambiental. Federico Pérez Monzón pasa a vernos regularmente para aconsejarnos. Mandamos el diafragma a estudiar en el laboratorio para estar seguros que no tiene triquinosis. Tratamos de hacerlo todo perfecto”.
Celebró porque tiene muchos clientes que vuelven porque reconocen que es una carne diferente. “Creo que el consumidor busca cada vez más una carne diferente, de un animal que tuvo una vida diferente. Empieza a pasar con los huevos. En Francia hay cadenas de grandes supermercados que rechazaron seguir vendiendo los huevos de gallina en batería porque sabemos que se comen entre ellas, tienen antibióticos, piojos. Entonces lo que intentamos es que el bienestar animal sea una norma que empiece a aplicarse en la provincia. Y no cuesta más plata. En lugar de ser un galpón con un piso de hormigón, que sea pura tierra. En lugar de hacer cerco exterior, colocar un hilo con un pateador. Se puede integrar el bienestar animal en la crianza, no va a costar más, tal vez menos. Y estaremos todos mejor”.
La idea de Frédéric no es regresar. “Acá estoy bien, aunque hay días que son más complicados que otros. Soy perfeccionista y Argentina no está hecha para perfeccionistas. El resto es fantástico por el mismo laxismo que veo a veces, que en el día a día es muy bueno, porque nada tiene mucha importancia. Es agradable porque no hay tanto estrés, pero cuando hay un proyecto que tiene que cerrarse, que es importante, este laxismo, juega en contra. Acá todo se puede, no hay nada imposible pero pocas veces sale porque dependemos de la buena voluntad de cada uno de los actores y siempre hay uno que falla. Es una pena, porque Argentina podría estar en las nubes, pero por culpa de uno, un grupo falla porque las normas permiten hacer todo. No hay nada prohibido, todo se puede hacer y nunca sale. Es una pena, me encantaría que Argentina suba. Tuve esta ayuda de la provincia y quiero devolverla. La devolvimos muchas veces con animales, en consejos, en visita a las chacras, tengo mucho que dar todavía, que compensar con la provincia. Si me piden un consejo y si estoy capacitado para darlo, lo doy. Si puedo dar animales para mejorar la genética siempre lo hacemos. Pero aún así, estoy en deuda con la provincia”, remarcó.
Se considera un promotor el turismo porque tiene familia y amigos que regularmente quieren venir desde el viejo continente. “La gente no conoce Misiones, porque es chiquito cuando se mira a Argentina, aunque las Cataratas están cambiando mucho la percepción de la provincia. Antes se organizaban tours de quince días para dar la vuelta al país, se iban a La Boca, a Ushuaia, al Glaciar Perito Moreno, y a Salta. Pero uno no puede hacer una cosa decente en quince días. Ese lapso de tiempo para conocer Misiones es demasiado poco. Ahora se empieza a ver un turismo diferente, vimos pasar a periodistas europeos que hacían notas sobre la tierra colorada. La cónsul de Francia en Puerto Iguazú, Ana María Pilar Pazos, hace mucho para aportar el conocimiento que los franceses puedan tener de Misiones. Es muy activa y hace mucho para que se conozca la provincia”.
Amante del rugby, dijo que, de Los Helechos, tiene los mejores recuerdos. Al principio, “pensaban que era tonto porque llegué y arranqué toda la yerba y el té de veinte años. Puse una topadora que empujó todo, lo que era un pecado mortal para la provincia. Pero no nací con la yerba en la sangre, en el ADN, y es una planta que no me habla. Además, creo más en los ciclos cortos, y el cambio climático me da la razón. Y soy impaciente por naturaleza, entonces plantar algo y esperar cinco años para un resultado, no va conmigo. Por eso Eugenio Kasalaba, que era mi vecino y tenía lazos con Francia por Michell Gilbard, que era un amigo suyo, vino a verme porque le dijeron hay un ‘francés loco’ que está arrancando todo”.
El amor llegó por añadidura
Cuando Frédéric estaba en Los Helechos, buscaba conseguir un crédito porque como extranjero era muy difícil conseguir una ayuda. Su vecino, Eugenio Kasalaba, le dijo que conocía a un ingeniero al que le iba a interesar el proyecto porque “a él, todo lo que significa tecnificar la chacra, le apasiona. Era Carlos Rovira, cuando aún sesionaban en el Parque del Conocimiento”.
Armó una carpeta contando lo que hacía y lo que pensaba hacer, y qué tipo de crédito necesitaría. Cuando llegó al recinto, en junio de 2011, “me dijeron que no tenía tiempo de atendernos, pero que iba a mandar a una diputada especializada en el tema, para estudiarlo. Y mandó a Marta Ferreira. Le presenté el proyecto, se interesó en la producción, le interesé a la diputada, y terminamos casándonos en 2014”, agregó, entre risas.
Describió a su compañera como “una apasionada por lo que hace, por la agricultura familiar de Misiones, y por el desarrollo de la soberanía alimentaria de la provincia. Realmente es una apasionada, y estamos hechos para entendernos. A ella este proyecto le sirve de cable a tierra porque sus horarios son tremendos, está siempre en movimiento. Y cuando vuelve a casa, va a ver a las cabras, hace porcinoterapia, entra en el parque de los chiquitos, que vienen a jugar, que vienen a morder. De esta manera también sirve para la gente que ella suele visitar, porque sabe qué es lo que ellos están necesitando, la realidad por la que están pasando. No sólo ocupa el cargo, sino que lo vive cuando vuelve a la chacra, está en sintonía con los productores”.
“Soy francés y me encanta quejarme. Lo tenemos en el ADN. Nos quejamos desde 1789, dicen que es para hacer catarsis, porque nos quejamos de cosas que no se pueden cambiar. Ella me aguanta, me escucha”, acotó.