Es lógico: como la modernidad rompe con las reglas de “cómo se debe hacer arte” que impone la tradición a través de las academias, el lenguaje moderno incorpora con mucho entusiasmo elementos de diversas culturas originales, exóticas, “incontaminadas” por esas reglas del arte occidental. A eso se le llama “primitivismo”. Y esos elementos de culturas lejanas y exóticas, o lejanas en el pasado (las culturas ancestrales), o la de quienes no han sido “enseñados” (como los niños y su arte “ingenuo”), son fundamentales para la renovación del lenguaje plástico: lo revitalizan con su ingenuidad, frescura, rusticidad, simplificación, coloridos intensos y “no reales”, encuadres y perspectivas “extraños”.
El primitivismo no es un movimiento propiamente dicho. Es más bien una “influencia”, es la tendencia a incorporar elementos de culturas ancestrales o exóticas al lenguaje moderno. El primitivismo es uno de los “elementos constitutivos” del arte de muchos movimientos modernos.
La modernidad se empieza a gestar cuando el artista tiene la necesidad de expresar sus emociones, sus sentimientos, su propia experiencia con las cosas. Expresar “lo que tiene adentro” en vez de seguir reproduciendo con la mayor fidelidad posible el mundo exterior a él. Entonces, en esa necesidad de manifestarse, buscándose a sí mismo, quiere ser “auténtico”.
Y así empiezan a tener valor la naturalidad, la espontaneidad, el instinto, y por qué no la ingenuidad. En definitiva: todo aquello que poseía el arte ancestral, el de la más vieja tradición popular, así como el arte de las culturas exóticas y lejanas. Culturas originarias a las que se las denomina “primitivas”.
Encontramos admiración por la estampa japonesa del siglo XVIII, por ejemplo, en los posimpresionistas: desde la técnica cloisonista (pintar por zonas de color delimitadas por un borde negro), hasta el japonismo en muchas obras de Van Gogh o los carteles de Toulouse-Lautrec. O tenemos a Gauguin, quien directamente se va a vivir a un mundo “primitivo”, “incontaminado”, “original”. En el cubismo de Picasso o en los retratos de Modigliani vemos la admiración por la escultura africana. Y así llegamos hasta los símbolos dibujados sobre la arena de los indios navajos que imitaba Pollock (y que terminarían incluso influyendo en su idea de pintar colocando el lienzo en el piso).
Tengamos en cuenta, y esto tiene que quedar bien claro, que si bien la palabra “primitivo” puede llegar a utilizarse en otros casos con un cierto tono despectivo (como hablando de algo bruto, poco refinado, salvaje, como cualidades despreciables del ser humano), aquí justamente se utiliza en un sentido elogioso: como algo que tiene que ver con el principio, el origen, el estado natural, auténtico, espontáneo, incontaminado por el “progreso de la civilización”.
El artista encuentra lo natural, lo espontáneo, lo auténtico, lo intuitivo, lo impulsivo, en lo “precivilizado”. Y esa libertad original (aún “precivilizada”) también la encuentra en la creatividad de los niños. Por eso hay mucho arte moderno que admira e incorpora la esencia “primitiva” del arte infantil. Algo que no es menor, ya que estamos hablando de artistas como Joan Miró o Paul Klee, por mencionar sólo un par.