Al parecer, que las ideas surjan más rápido de lo que pueda expresarse, lo fastidia un poco. Pero no es impedimento para emprender todo lo que Adrián Eduardo Gsell (31) decida. Se trata de un joven perseverante, constante, que abandona el propósito cuando realmente está seguro que no podrá lograrlo.
Cuando tenía apenas un año y medio, sufrió un accidente doméstico que derivó en varios problemas físicos y de salud, que no le hicieron fácil la vida al propio Adrián, y a su familia. Pero, a pesar de estos obstáculos, la suya es una historia de superación absoluta.
Encara actividades diversas, pero su pasión es la bicicleta. Con ella concreta la mayoría de sus viajes, ya sea por placer o por deporte. También integra el grupo de la Escuela Municipal de Atletismo Adaptado, que es liderada por el profesor de educación física y entrenador de atletismo Jorge “Chino” Flores, y realiza las prácticas en el polideportivo “Ian Barney”.
“La primera vez que competí, mi amiga, la profesora Noelia Lindström, me dijo si quería unirme a un grupo y fui para probar. Y me quedé. Apenas llevaba un mes de entrenamiento cuando el profesor me puso a correr, yo le dije, ‘estás loco’ porque apenas empezaba a entrenar, me falta mucho todavía. No me imaginé. La primera vez no me fue bien porque había comido sólo verduras. Me caí porque me sentí débil, faltando un poquito para llegar. Enseguida me levanté, y salí segundo o tercero. Perdí tiempo. Al otro día competí y salí tercero”, manifestó.
Con atletismo “fui a Montecarlo; un par de veces a Posadas, donde salí primero en mi categoría, y a Chaco, donde representó a Misiones en el Open Internacional”. Su sueño es ser parte de la Selección Argentina de Atletismo, “no sé cuándo, hoy o mañana, voy a hacer lo que pueda para estar, pero hay que practicar, hay que poner ganas”
Contó que a los 14 años aprendió a andar en bicicleta y desde ese momento “no paré. Primero me compraron una más o menos, después me armé otra y otra, porque compro las partes y las armo y las desarmo, porque me gusta. Después me compré una de aluminio y fui hasta la Basílica de la Virgen de Itatí tres o cuatro veces. La última, era la que yo quería, y con esa fui otras tres veces”.
La primera vez que quiso pedalear hasta la localidad correntina, “un amigo me dijo ¿será que va a aguantar tu cuerpito hasta allá? Y le contesté, vamos a probar. Y ahí me preparé. Los fines de semana me iba hasta Leandro N. Alem, Campo Viera, Campo Grande, para recorrer y practicar. Mis hermanos: Diego, Héctor y Griselda, y mi mamá, me decían: metele pata”. Así, cargaba su mochila, su botella de agua, y todo lo que necesitaba y “me iba, cuidándome mucho. Aparte tengo mucha fe en Dios, al que le pido, que me guíe el camino”.
Comentó que a Itatí “voy porque tengo mucha fe. Una vez fui caminando, y la última se me rompió la bicicleta justo a la entrada, entonces, y al otro día, como conozco mi cuerpo, porque corro diariamente, me puse las pilas para llegar corriendo los kilómetros que me faltaban hasta la iglesia. Salí desde el cruce y no me detuve hasta el santuario. Entré corriendo a la basílica y la gente hizo un cordón para aplaudirme. A ese video lo subí al Facebook”.
Confió que desde varios grupos lo invitaron a participar en “carreras en bicicleta o moto, por el monte, pero no me animo. Algún día voy a probar, pero hay que ir rápido, y yo prefiero ir por la ruta, que es lo que conozco, pero este año voy a probar triatlón o mounain bike. Pero hay que entrenar, practicar, es la única manera de lograr el objetivo”. Durante la pandemia se probaba sobre el camino vecinal que pasa frente a la propiedad de sus padres, María Cristina y Claudio, y tomaba una calle interna que lo dejaba justo sobre la avenida De las Américas, en el centro de la ciudad, o bien, rumbeaba hacia Campo Ramón donde su familia realiza la explotación de un emprendimiento turístico denominado “Viejo puente”, a unos diez kilómetros de su casa, donde Adrián también colabora en las tareas que allí realizan.
Cuando hay pendientes pronunciadas, “yo subo, porque toda la vida anduve en bici, y me preguntan cómo hago. Yo me muero de risa. Hay que practicar nomás, contesto. Me cuesta un poquitito cuando hace calor. Pero para mí todo pasa por la práctica”. Este año planificaba ir hasta los Saltos del Moconá “pero justo me engripé, pero el otro año me voy a unir al grupo. Me asusta porque hay unas tres subidas medio complicadas, pero para mí será un desafío. Miro hacia atrás y no puedo creer todo lo que logré en este tiempo”.
Al referirse a su rutina diaria, Adrián mencionó que, por lo general, se levanta por la mañana y “me pongo a correr. En estos días no tengo casi tiempo porque voy a la pileta a ayudar a mi familia, pero cuando puedo lo hago. Antes de año nuevo lo hice con frecuencia. Me calzo las zapatillas y corro. Para mí es sólo practicar. En el camping hago de todo un poco, ayudo a papá, preparo las papas para freír, limpio la pileta, junto la basura, los papelitos, para que quede limpio. A veces agarro la motoguadaña y me pongo a limpiar los caminitos”.
Amante de la naturaleza, agregó que hace un tiempo compró cuatro bicicletas porque pretende “hacer un circuito y alquilarlas dentro del predio del camping cuando termine la época de pileta, porque ahora hay mucha gente, mucho trabajo”.
Adrián considera que “la vida es un camino que hay que caminar, si no caminás, te caés. Capaz Dios me ayuda porque tengo mucha fe. Tengo pocos amigos, pero buenos, de esos que siempre están, y hago lo mismo que ellos. No hago apuestas, sólo hay que poner ganas. Hay veces que voy a entrenar, me hacen correr como nunca, vuelvo a casa tipo 21 horas, me ducho, ceno y me voy a dormir hasta el otro día. Mamá me despierta y estoy cansado, pero hago lo que me gusta. Me parece que si te quedás, es peor”.
Adrián aseguró que “hago una vida como todos, pero no me quedo quieto. Fui a la escuela especial, después a la Escuela N° 305 y después a la escuela donde mi mamá era directora. Me manejo bien con las redes sociales, aunque si me cuesta ella me ayuda, me escribe algo. Es que ahora me quedé solo con mis padres, mis hermanos están casados”.
“Lo que más me gusta es la bicicleta”, repite. Y planifica su sueño, que sería “agarrar la bicicleta e irme a recorrer el mundo, Misiones, Corrientes, donde tengo mis tíos, al igual que en Córdoba. Es un poco complicado si te agarra la noche, o se te rompe la bici, pero si encuentro a un amigo que le guste lo mismo que a mí, me voy. Mientras, sigo andando por acá”.
Contó que en dos ocasiones fue hasta Santa Ana con el grupo de ciclistas. “Quedamos en ir otra vez hasta el Parque de la Cruz, pero ahora hay muchos turistas en la ruta y no es conveniente. La idea es armar una carpita y volver al otro día. Sé cocinar, me defiendo. Me gustan las milanesas con puré, las hamburguesas, aunque no tengo preferencias”, acotó.
“Ahora me di cuenta que hice mucho por mí, porque hace rato ando en bicicleta, voy hasta el camping que mi familia tiene en Campo Ramón todos los días. Salimos en grupo de tres o cuatro amigos, los fines de semana, nos vamos hasta Leandro N. Alem, o hasta otros pueblos. No me gusta estar solo, me gusta tomar un mate y hacer compañía. Muchas veces soy yo quien ayuda a mis amigos a levantarse”, celebró.
Insistió con que, en el caso de la bicicleta, “hace años practico y practico. Me caigo, me lastimo. Lo mismo me pasó con la moto. Me compraron una Zanella Dark, practiqué, practiqué y después de dos semanas le dije a mamá, me voy al centro con mis amigos. Mi hermana estaba en la plazoleta con sus amigas y me vio, y pensó que estaba loca. Después me compraron otra moto, un poquito más grande, y anduve por todos lados. Me dicen que la venda, pero no lo hago, porque a mí me gusta”.
Creatividad y juguetes
Como si fuera poco, Adrián montó un pequeño taller en el fondo de su casa donde se dedica a la confección de juguetes de madera de kiri. “Son juguetes didácticos (autitos), que estoy haciendo de a poco y tengo intenciones de llevarlos a vender. Tenía un amigo que tenía una carpintería y lo iba a ver en época de pandemia. Me decía te vendo las máquinas, compré las más chicas, las que yo puedo usar. Una máquina es para cortar, otra para hacer rueditas, y así”, alegó, quien regaló a sus sobrinos sus primeras creaciones.
Dijo que su hermano “me decía que me iba a sacar un dedo. Aprendí de cabezudo, hasta que me animé y me copé. Despacito las hago. Lo que me gustaría es practicar y hacer cada vez mejor. La primera tanda me salió bastante bien, no lo puedo creer. Me hice una repisa y los voy colocando. Los hago, los pinto y quedan ‘pipí cucú’. Le pongo colores para que queden más vistosod”.
“Hago las cosas que me gustan”, repite a menudo Adrián. Es que “me di cuenta que esto me gusta, me entretengo, es un hobby. Lo hago ‘para no estar de balde’, porque si estás de balde, te comen los piojos. Un día mamá fue al taller y dijo: ¿qué pasa acá? Le dije, ya termino. Y eran como las 4. Me entusiasmé y no me di cuenta de la hora, porque puse música, hice un tereré o mate, y termino uno, hago otro, y así”, justificó.
Inquieto como es, ahora pretende adquirir una máquina para hacer copos de nieve en el camping, y otra para fabricar pochoclos. Antes se había comprado un pelotero, pero “lo alquilé una vez y lo guardé porque está roto. Lo tengo que arreglar. Mi idea es hacer juegos y animar fiestas para los chicos, para no quedarme quieto. Yo pruebo, si me sale bien, buenísimo, si me sale mal, qué le voy a hacer, pero las cosas hay que probarlas porque si no, no sabés cómo va a salir. Para mí no existe el no puedo”.
También tiene un vivero de tunas en el que hace “muditas para vender, pero ahora paré un poco porque no puedo hacer todo a la vez, no me dan los tiempos. Despacito nomás”.
Relato escalofriante
María Cristina Lutz, docente jubilada y mamá de Adrián, es su pilar, su incondicional. Relató los terribles momentos que vivió la familia cuando, al año y seis meses de vida, el joven sufrió un accidente doméstico. Curiosamente, cinco días antes había leído en la revista Reader’s Digest, un artículo sobre cómo tratar a una persona cuando se ahogaba. “Sabía que no había que sacudirlo, entonces subimos al auto de mi hermana y yo lo puse boca abajo. Entramos en contramano al sanatorio. “Son cosas raras de la vida”, alegó.
Ese día, “tenía que ir a trabajar a picada Guaraypo, y justo el fin de semana, la empleada me había dejado plantada, y mis padres -Egon y María, a quienes les debo todo-, no se encontraban. Adrián estaba en un quincho donde no había nada que le pudiera representar un peligro. Pero desapareció de mi vista, a pesar que lo miraba a cada rato. Los portones estaban cerrados y no nos explicábamos qué pasó. Como vivíamos en la rotonda de Piotroski, salimos a buscarlo en la ruta, a la avenida, y no lo encontrábamos. Cuando estábamos por dejar de buscarlo, para ir a hacer la denuncia, porque creí que me lo habían robado, paso y lo encuentro dentro del lavarropas de mi mamá que estaba con agua porque el técnico tenía que venir a arreglarlo. Estaba flotando”, narró, al referirse al menor de sus hijos, a quien calificó de “muy escurridizo, era chiquitito y le costó caminar”.
Y agregó: “Siempre digo que Dios nos pone tantas pruebas. Porque ese día estuvo en Oberá el doctor Rolón, que es el neurólogo infantil. Hubo una cesárea donde no ocuparon el aspirador, o sea que Adrián ingresó al Privado, y había cuatro médicos, Romano, Cisak, Saraceni, que fue su pediatra y a quien le debemos tanto, esperándolo. Y dos o tres médicos más, de los que no recuerdo sus nombres. Romano salió y dijo, yo no sigo, no dejo un ente, y de eso no me olvido. Después de un rato salió la enfermera y dijo, tuvo latidos”.
Seguidamente, entró en estado de coma a un sanatorio privado de Posadas (Córdoba y 25 de Mayo). “Fue a la siesta, después de revivirlo acá en Oberá. Estuvo 19 días en terapia intensiva. Había cuatro enfermeras junto a él, y para que no se produzca un edema pulmonar o cerebral, le hacían bajar la temperatura mediante la colocación de hielo”.
Mientras todo esto sucedía, Lutz estuvo dentro del auto durante quince días. “Si bien iba a la casa de una prima, volvía enseguida. Desde afuera escuchaba los pitidos de los aparatos, y eso era enloquecedor. Una mañana subo las escaleras y me encuentro con una fiesta porque Adrián había succionado la mamadera. Pero había quedado en posición fetal, encogido. Fuimos a Corrientes, adonde vivía mi hermana que era científica. Lo derivaron al Hospital Neurológico Infantil de Corrientes, donde vi tantas cosas horribles, por eso soy una agradecida a Dios. Ahí me encuentro con el doctor Carlos “Calilo” Szkope, que miró los estudios de Adrián y dijo que la situación era difícil pero que él creía que las células cerebrales se restauraban pero de manera lenta y que, si bien el panorama no era el mejor, había que comenzar a hacer rehabilitación. Es por eso que le debemos tanto a los médicos, también a Pilar Macaya, que era la kinesióloga”.
“Su rehabilitación fue bastante rápida, a los seis meses Adrián volvió a gatear, después se paró y dio los primeros pasitos. Se ve que dentro de él acumulaba mucha fuerza y ganas de hacer, se caía y se levantaba, a veces se golpeaba fuerte y se levantaba. Constantemente fue dando muestras de su decisión y de sus ganas de salir adelante”, agregó María Cristina, que después de tamaña experiencia, “viví 20 años con pánico, es algo tan feo que, si tuviera un enemigo, no lo desearía”.
Como madre, a pesar de que Adrián la necesitaba, dividía el tiempo para estar con sus otros tres hijos, que también practicaban deportes. Con Adrián a cuestas, los acompañaba y alentaba. Aclaró que “lo que más le afectó fue el habla y el aprendizaje. Pero él encontró muchas cosas, y otras pidió hacerlas. Generalmente, todas las cosas que Adrián hizo en la vida, él me venía a plantear una vez que ya las había comenzado. Él se siente importante con lo que hace. El hecho de que en Itatí se le rompiera la bicicleta, era como un fracaso, por eso eligió seguir y correr esos nueve kilómetros restantes hasta llegar a la meta. Él llegó corriendo, subió las escalinatas y los peregrinos le hicieron un cordón y lo recibieron con un cálido aplauso. Eso me hizo llorar. Puedo enojarme con mis hijos, pero cada cosa que ellos hacen, me hace llorar de emoción”.
También deportista, como su padre, recordó que en la colonia “se ve, y se sigue viendo, la vida del verdadero docente, el trabajo que desarrolla, porque dejás a tus hijos para criar a los ajenos, o los llevás junto. No te queda otra alternativa. A mi hija Griselda, la llevaba dentro de un moisés mientras daba clases”.