La inflación es del 50% anual, los impuestos a las empresas son elevados y la legislación laboral es rígida. Pero el fundador de la empresa de desarrollo de software Hexacta dice que su mayor dolor de cabeza es el éxodo de empleados altamente calificados que abandonan sus puestos de trabajo con salarios en pesos, por trabajos independientes pagados en dólares.
Argentina ha sufrido periódicamente una fuga de cerebros en épocas turbulentas. Sin embargo, a diferencia de los episodios de los años 80 o 2000, muchos graduados universitarios con conocimientos de tecnología abandonan hoy sus puestos de trabajo, pero no su país. Navarro calcula que el año pasado tuvo que sustituir a 80 de sus 600 trabajadores en Buenos Aires.
Esto se debe a que aceptaron ofertas de empresas tecnológicas extranjeras que no tienen una presencia formal en Argentina, pero que permiten a los contratistas quedarse donde están. “Diría que el 75% de los adultos jóvenes bilingües de alrededor de 25 años que estudiaron carreras de tecnología informática están trabajando fuera de los registros”, dice.
La revolución del trabajo a distancia hace que una gran cantidad de empresas tecnológicas estadounidenses busquen nuevas contrataciones en América Latina, donde pueden encontrar personas cualificadas que trabajarán por un salario mucho menor que en Estados Unidos.
La guerra resultante por el talento es una nube que se cierne sobre la industria tecnológica de Argentina, que ha sido uno de los pocos puntos brillantes en una economía por lo demás anémica, al agregar 50.000 nuevos puestos de trabajo desde 2017, según datos del Gobierno.
Hasta 200.000 argentinos con experiencia en áreas como la codificación, las ciencias exactas y la biotecnología están trabajando para empresas extranjeras que no tienen presencia formal en el país, estima Luis Galeazzi, director ejecutivo de Argencon, un grupo comercial que cuenta con Mercado Libre Inc. y Globant SA, dos de las mayores historias de éxito tecnológico del país, entre sus miembros.
Daniel Filmus, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, lamenta la fuga de capital humano. “No queremos que esos excelentes profesionales, que estudian aquí y tienen grandes habilidades en el campo de la programación, se vayan del país, ni queremos que trabajen en empresas del extranjero”, dijo en un comunicado.
Entre ellos se encuentra Cecilia, de 29 años, licenciada en Ingeniería Industrial y con experiencia profesional como científica de datos. En su último trabajo, su salario era de unos 2.500 dólares al mes, pero la inflación y la depreciación del peso mermaron su poder adquisitivo. Así que, en diciembre, aceptó una oferta de una empresa estadounidense que le paga en dólares. Trabajando en su departamento, ahora gana más de 6.000 dólares al mes.
Su sueldo se deposita en una cuenta bancaria estadounidense, por lo que las autoridades fiscales argentinas no se enteran. También le permite a Cecilia convertir sus billetes verdes en pesos al tipo de cambio paralelo, que actualmente es de 214 pesos por dólar, en lugar del oficial, que está fijado en unos 106 dólares por dólar.
El acuerdo tiene sus inconvenientes. Cecilia no puede solicitar préstamos bancarios porque no puede demostrar sus ingresos. Además, como trabajadora autónoma, no tiene derecho a la asistencia sanitaria ni a las vacaciones pagas.
Pero, en general, los beneficios superan los costos. “No me gusta esta situación en la que trabajo de manera informal”, dice Cecilia, que habló con la condición de que no se publicara su nombre completo por miedo a las represalias del Gobierno. “Traté de evitarlo, pero al mismo tiempo -desde hace dos meses- finalmente he podido ahorrar una gran parte de mis ingresos”.
Soledad, diseñadora gráfica que vive en la Ciudad de Buenos Aires, cambió un puesto en una multinacional que pagaba el equivalente a 1.200 dólares al mes por un trabajo contratado en una empresa estadounidense que pagaba 4.000 dólares al mes.
Sus ingresos solían limitarla a unas vacaciones al año; el año pasado, ella y su novio hicieron cuatro viajes. También se compraron un automóvil. “Llega un punto en el que empezás a darte cuenta de la cantidad de dinero que perdés sólo por trabajar para una empresa argentina”, dice Soledad, que pidió permanecer en el anonimato porque no quería alertar a la administración tributaria de su situación.
Argentina ha tenido durante mucho tiempo una alta proporción de su fuerza laboral que trabaja en la informalidad, en su mayoría en trabajos de bajo salario, como la entrega de alimentos o el servicio doméstico. Pero el empleo informal se disparó entre 2017 y 2021, con un aumento de 721.000 autónomos, casi un 20%, impulsado por los trabajadores en blanco, según un análisis de la consultora EcoGo.
“Lo que hay es un cambio de paradigma muy agresivo”, dice Marina Dal Poggetto, directora ejecutiva de EcoGo.