Abundan en la web y en las redes sociales videos de gente lamentando pérdidas que, en algunos casos, son totales.
Igualmente conmueven las imágenes de animales que sucumbieron ante la sequía o que no lograron escapar de las llamas.
La empatía de la sociedad suele abroquelarse en situaciones como la actual para pedir una pronta solución a tanto drama. Casi todos intentamos ponernos en la piel de esa gente que perdió algo, mucho o todo.
Y se dice “casi” porque no todos actúan de igual manera. Incluso detrás de todo el espanto que van dejando las llamas queda lugar para la avaricia, la falta de empatía y el ventajismo.
Casualmente son siempre los mismos, los que toman ventaja de entre la tragedia intentando -paradójicamente- llevar agua para su molino.
No es sorpresa entonces ver cómo algunos funcionarios o exdirigentes que deberían arrogarse la responsabilidad de solventar una salida, se ubican del lado del problema lanzando acusaciones hacia afuera.
Intentar sacar rédito político acusando de no haber pedido ayuda o de haberlo hecho fuera de tiempo es lamentable a estas alturas de la crisis.
De la misma manera, ubicarse en la tribuna moral cuando se es responsable de una de las mayores deudas de la historia nacional que compromete el futuro de millones de argentinos (tal y como sucede con estos incendios) es, cuanto menos, miserable.
Es en estas crisis cuando la sociedad espera gestos de la clase política que devuelvan la esperanza pensando en el futuro. Pero, al mismo tiempo, es en estas crisis cuando aflora lo peor de esa clase en boca de algunos funcionarios en ejercicio u otros que ya dejaron el cargo, pero “tribunean” pensando en volver.