
La familia Zapp está próxima a llegar al Obelisco de Buenos Aires, que fue el punto de partida para esta travesía que hizo que dieran vueltas alrededor del mundo a lo largo de 22 años. Pero hay una diferencia: Herman (53) y Candelaria (51) Zapp, estuvieron prácticamente solos durante la salida, sin embargo ahora los acompañan sus cuatro hijos: Pampa (19), Tehue (16), Paloma (14) y Wallaby (12), a quienes dieron vida durante este largo viaje y, al llegar, sus conocidos y familiares planifican una gran caravana.
Herman fue criado en el campo, en Sierra de la Ventana, cerca de Bahía Blanca, y Candelaria, en Lezama, cerca de Chascomús. Las familias los llevaron a Buenos Aires, en edad escolar, por lo que se conocieron cuando ella tenía 8 años y él, 10. A los 14 años se pusieron de novios. Siendo más grandes, decidieron viajar a Alaska como parte de una aventura, una odisea romántica en un auto antiguo: un Graham Paige de 1928.
Herman contó que el propósito era llegar hasta Alaska, volver en seis meses y planificar la familia. Pero los planes no resultaron. “Tardamos cuatro años en llegar a Alaska y en el viaje nació nuestro primer hijo. Luego, siguió el viaje y se fueron sumando más, así que tenemos un yanqui, un australiano, un canadiense, pero también un argentino”, celebró. En este tiempo pasaron por 102 países. “No lo puedo creer que pudimos dar la vuelta por cinco continentes. Pasamos por muchas casas de familia, la gente nos recibe, y vamos conociendo la cultura, la tradición, en las mismas casas. Cumplimos el sueño de viajar y tener una familia a la vez”, agregó.
En todos estos años, Candelaria siguió con un sistema de educación a distancia que emana desde Argentina, donde con exámenes y clases vía online, los chicos tienen la misma currícula que los demás estudiantes. Además, saben un montón de idiomas, aprenden a adaptarse a miles de cosas, porque de repente están en una casa de familia gigante y al día siguiente, en una muy sencilla; en hoteles cinco estrellas y al otro día acampando en la sabana de África sin muchos placeres, aclaró Zapp.
Contó que cuando salieron desde el Obelisco con el Graham Paige, “nadie nos fue a despedir, ni siquiera nuestras familias, porque no nos creían. Déjense de jorobar con esa idea de ir hasta Alaska con ese auto. La única que estuvo fue Ana, la hermana de Candelaria, pero porque la fuimos a buscar. Fue ella la que nos sacó la foto a los dos solitos. Nadie nos tenía fe, pero nosotros teníamos muchas ganas”. Por estos días, quieren llegar a destino y disfrutar de la familia en Argentina. Es que “nos perdimos unos cuantos años de familia. Queremos recuperarlos por un tiempo. Dejé a sobrinas en pañales y ahora ya están cursando en la universidad”, graficó el jefe de hogar. Después, “quisiera seguir viajando, pero navegando. Quisiera dar la vuelta al mundo, pero en velero. El espíritu de viajar, de soñar, te mantiene joven. Gracias a Dios, toda una vida juntos, y qué linda vida”.
Consultado respecto a cuál sería su lugar ideal, contestó que “cuando cierro los ojos, no veo el paisaje, veo caras. Lo que quisiera es estar con esas familias, con esos amigos que hicimos en el camino, porque el mejor lugar no es adonde estás sino con quien estás. Y qué linda gente que conocimos, pero había que continuar el viaje”.
Cuando piensa, sostiene que “no volvería al Gran Cañón, a la Barrera de Coral, al Himalaya, quisiera volver a esas familias. Por ejemplo, con una de Boa Vista, en Brasil, donde es caluroso, húmedo, no hay río, ni arroyo, pero quiero volver a estar con esa familia. O con la de la India, que tenía una casita muy pequeña, pero la pasamos muy lindo. Lo más lindo del viaje es con la gente que estuvimos”.
Aunque es difícil de creer, comentó que “viajando se gasta menos que estando en la casa. Sólo combustible, un poco de comida, un poco de ropa”.

Contra los pronósticos
Mientras Herman permanecía en un taller de Posadas, para solucionar algunos detalles antes de seguir viaje, Candelaria se “refugió” en casa de Celeste, y desde allí se refirió a las charlas motivacionales que ofrecen en los sitios en los que se le presenta la oportunidad.
“La intención es compartir lo vivido, con ese auto, recorriendo el mundo, y sin dinero, y presentar nuestro libro Atrapa tu sueño, para que vean que pueden atrapar su sueño, en todas las edades. Lo único necesario es animarse. Queremos compartir que no somos seres extraordinarios, que somos como cualquier otro, y en los días sucesivos, recibimos los comentarios de una cantidad de seres soñadores. Cada persona que compra el libro sabe que son kilómetros de este sueño. El que lo lea va a tener un mensaje, le dejamos un pedacito del viaje. La gente nos retribuye contando sus sueños”, manifestó, quien hizo de maestra de sus hijos, empresaria de barcos, diplomática, impresora de libros, entre otras tantas cosas.
Recordó que, al momento de partir, el hecho de “dejar nuestra casa, fue lo más difícil. Cuando fuimos al Obelisco, estábamos solos. Nuestros familiares nos decían: mañana nos vemos seguro, mañana vuelven. El primer día alcanzamos 55 kilómetros, pero no volvimos y esa fue una buena decisión. Paramos en San Andrés de Giles, porque el auto se descompuso. Allí lo arreglaron tres herreros, a quienes consideramos los primeros ángeles de nuestro viaje”.
Admitió que ella “soñaba con viajar, pero tuve miedo en ausentarme por seis meses. Pero una vez que lo haces, te sentís bien, y decís ¡cómo no lo hice antes! Descubrimos que era nuestro sueño”.
Sobre el vehículo, confió que un mecánico “nos lo entregó como forma de pago de una deuda. Por su estado, lo trajeron a casa con una grúa. En el viaje se fue arreglando. Herman no sabía nada de mecánico, aprendió de tanto ayudar a los mecánicos. Inicialmente, íbamos a realizar la travesía solamente con una mochila, pero él vio el auto y se enamoró”.
Fue así, que los planes cambiaron. A los seis años, “lo extendimos 40 centímetros para poner otra fila de asientos, adaptamos una carpa en el techo, y un baúl que hace de cocina”. Así que, el auto que, por su estado inicial, parecía ser causante de problemas, “nos abrió muchas puertas. Lo primero que hacen las personas es sonreír al auto, que aún conserva su motor original. Es muy simple, de mecánica sencilla”.
Para Candelaria, compartir, es lo más lindo del viaje. De esta manera, la estadía se extiende y “no querés salir. La gente siempre es increíble. Descubrimos una humanidad increíble. En casa de indúes, de budistas, de musulmanes. Todos tenemos sueños, todos queremos tener una familia, amigos, buscamos las mismas cosas”.
Otra vez en suelo propio
Tras permanecer en el Estado de Santa Catarina, en Brasil, ingresaron a la Argentina a través del puerto de El Soberbio, visitaron los Saltos del Moconá -hasta donde Herman había venido junto a su abuelo-, luego recorrieron las Cataratas del Iguazú, que Candelaria había visitado en su viaje de egresada. Luego fueron bajando. Llegaron a Eldorado, luego las Ruinas Jesuíticas, Posadas, pasarán por Uruguay y concluirán en el Obelisco, que fue el punto de partida.