Estamos iniciando la Cuaresma junto con un nuevo ciclo lectivo que vuelve a la normalidad, después de casi dos años de aislamiento social a causa de la pandemia. Es una gran oportunidad para renovar nuestra esperanza como comunidad en medio de tantas situaciones que nos desalientan a diario. La centralidad del tiempo de cuaresma, que nos propone la Iglesia, es para que sea un tiempo de profundización y fortalecimiento de nuestra fe.
Para significar nuestra vivencia cuaresmal, el papa Francisco, nos anima a vivir esta cuaresma como un tiempo para hacer el bien. Es un camino que hemos de emprender como humanidad en medio de tantas situaciones desalentadoras que nos rodean: el dolor de una nueva guerra que padecemos a nivel internacional, la crisis económica que nos atormenta cada día, el dolor de las enfermedades y la muerte de nuestros seres queridos en la última pandemia…Frente a tantas situaciones de desaliento, el inicio de la cuaresma nos anima a aferrarnos a la salvación que nos viene del mismo Cristo. Él es nuestra esperanza.
Ser personas de bien, es la tarea y misión de todo ser humano, especialmente frente a tantas situaciones que nos genera desilusión por los sueños rotos, frente a la pobreza y marginación que vive un gran numero de personas en el mundo. La resurrección de Cristo debe movilizarnos a seguir el camino del amor y la solidaridad, siendo promotores de esperanza en nuestro mundo.
El tiempo de cuaresma abre las puertas al encuentro de nuestro Dios que nos enseña a pasar por el misterio de la pasión, muerte y resurrección. Nos orienta a vencer el mal con el poder del amor. Las prácticas cuaresmales que nos invitan a la conversión, son una oportunidad para acercarnos a nuestro Dios que nos ama y estar en comunión con nuestros hermanos.
Las prácticas cuaresmales de la imposición de las cenizas, nos abren el camino para iniciar un tiempo de preparación donde renovamos nuestras esperanzas como personas y comunidades.
La imposición de la ceniza, nos recuerda de la necesidad de conversión y el inicio de una nueva vida. Dejarnos marcar la frente, es un modo de reconocer nuestras fragilidades, manifestando el deseo de emprender una vida nueva. Por eso, la ceniza recibida, es signo de conversión que nos abre al hermano y a nuestro Dios en la fe.
Tanto el ayuno como la limosna, son signos de la caridad fraterna, nos privamos de cosas para compartir con los demás, superando así los deseos y apegos personales. Se trata de una experiencia profunda de encuentro con las personas en su necesidad concreta, especialmente para los enfermos, abandonados, angustiados y desocupados.
El papa Francisco nos anima a entrar en la dinámica cuaresmal a través de la oración. Nos dice: “no nos cansemos de orar” en esta cuaresma. Porque sólo Dios puede liberarnos de tantos males que atravesamos como sociedad y la verdadera salvación viene del mismo Dios. Solamente la fe nos puede regalar la esperanza que no defrauda por el amor de Dios que nos rodea. La oración es un momento privilegiado para estar con Dios y descubrir su amor hacia nosotros. Para ello, es necesario encontrar tiempos de silencio, lectura y meditación de la Palabra de Dios y la contemplación de la vida desde la fe en Dios.
Vivamos esta fe a través de los pequeños gestos que enriquecen nuestra práctica cuaresmal: la caridad llena de alegría por el compartir, sembrando el bien por encima de tanto egoísmo que nos aleja del hermano. Seamos personas de bien en todo momento y en esta cuaresma cultivemos el hábito de hacer el bien…