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En 1946, llegó a Ita Curuzú (Cruz de piedra), desde la lejana provincia de La Rioja, un joven recién recibido con el cargo “Maestro de grado”. Con gran desafío, esfuerzo y coraje, llegó a esta colonia de Montecarlo, a la entonces Escuela Nacional N°240.
Su viaje fue largo y cansador, ya que tenía que realizarlo en varias etapas por los escasos medios de transporte que existían en ese momento. Tardó una semana hasta llegar a destino, y su último trayecto entre Posadas y Montecarlo fue en barco, desembarcando en el puerto de Montecarlo.
Grande fue su sorpresa al encontrarse con habitantes tan diferentes a los de su provincia tanto en costumbres como en el idioma, pero a la vez tan agradecido por el buen recibimiento.
En esta escuela fue por ese tiempo el único docente. Los alumnos y pobladores, sobre todo los inmigrantes, hablaban poco y nada el castellano, hablaban el guaraní, portugués, polaco, ruso y alemán.
Fue muy difícil comenzar a enseñar el castellano por la diversidad de idiomas que manejaban los alumnos, un gran desafío, pero su vocación hizo con el tiempo cumplir sus objetivos: que los alumnos aprendan.
A las clases también se fueron integrando los padres de los alumnos interesados en poder aprender a leer y a escribir, grata fue su sorpresa cuando en el afán de enseñar a los alumnos la letra de un canto para saludar a la bandera, una madre, la del alumno Armin Rauh, la Sra. Ana María, le enseñó al maestro las notas de dicha canción, con el órgano a pedal, nada menos que la Canción Aurora.
Enseñó a sus alumnos a jugar al básquet y a su vez aprendió a jugar ajedrez con el padre de la alumna Helga, Ludwig Götz. La relación con los padres de los alumnos era muy buena ya que se interesaba mucho en la historia y en las distintas vivencias. Con el tiempo su medio de movilidad fue una bicicleta. Se alojaba en casa de Arnoldo Reckziegel, quien tenía una pequeña pensión donde le brindaban la comodidad necesaria. Estaban orgullosos que con tanta paciencia el maestro sembró la semilla del saber y con los años dio ricos frutos.
Después de varios años de lucha para lograr sus objetivos y sentirse gratificado por lo logrado, en mayo de 1951, volvió definitivamente a su La Rioja natal, dejando gratos recuerdos en cada una de las familias de la Colonia Ita Curuzú.
Después de 50 años de silencio, sin comunicación alguna, Helga Götz recibió una llamada telefónica en su domicilio, y al levantar el tubo de inmediato reconoció su voz.
-¿Es usted Jovino Vera?- Y a su pregunta él respondió: -¡Sí! -con énfasis. Fue un momento de mucha emoción, tantos años transcurridos, y esa voz aún seguía grabada en sus recuerdos. En dicha comunicación Don Jovino expresó su anhelo por volver a reencontrarse con sus exalumnos de ese último 6° grado de la Escuela N°240, porque él estaba organizando una excursión a Misiones. Parecía un cuento, pero era la realidad.
De inmediato con mucho entusiasmo y ansias “me comuniqué con mis excompañeros y les conté de tan grata noticia. Todos sorprendidos, contentos y entusiasmados comenzamos la organización del tan esperado reencuentro. Grandes eran las expectativas y así se hizo realidad. El 27 de setiembre de 1996 llegó a Montecarlo, con un contingente de jubilados con destino a Iguazú. Muchas fueron las personas reunidas en el acceso a nuestra ciudad a la espera de su llegada, para saludarlo y recibirlo con emoción”.
Souvenir de bienvenida
Con gran entusiasmo “preparamos un almuerzo para todos los viajeros riojanos, en el salón parroquial de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata. Todo fue alegría, emociones, regalos y un gran agradecimiento por tanto calor humano.
En esta oportunidad fue llevado por sus exalumnos Carlos Waidelich, Federico Handte y Armin Rauh, por unas horas a visitar su “antigua escuela” en la colonia, quedó sorprendido, ya nada era como entonces, todo era diferente, la escuela, la colonia, sus caminos, sólo preguntaba ¿dónde quedó mi escuelita? Antes de salir del patio de la escuela, tocó unos campanazos, como la llamada de aquellos tiempos, con esa campana que a tantos niños llamaba a su escuela. Esto trajo grandes recuerdos y emociones tanto para el maestro Jovino como para nosotros también. Prometió volver al año siguiente”.
También los músicos de Ita Curuzú lo agasajaron con una zamba llamada “El Riojano” escrita por Santos Villalba, vecino de la zona.
La gran sorpresa
Pasó un tiempo del encuentro en Montecarlo, cuando sonó nuevamente el teléfono. En esa comunicación “llegó la invitación de nuestro maestro para visitarlo en La Rioja, a conocer a su esposa Blanca, y a sus hijos Jovinito y Roberto. La invitación fue aceptada por todos nosotros con mucha alegría. No perdimos tiempo, organizamos todo y emprendimos el viaje. Al llegar a destino grande fue nuestra sorpresa al ver el recibimiento que nos hacían, nos recibieron el maestro y su familia, la prensa y otras autoridades del lugar, como se dice con bombos y platillos. Luego continuamos viaje hasta Pinchas, lugar de residencia del maestro y su familia, alojándonos en su casa quinta y pudiendo conocer a toda su familia, nos sentíamos como en casa. En la quinta había uvas y nueces, todo un manjar, los almuerzos con doña Blanca eran deliciosos, al igual que sus ricas empanadas”.
El maestro les tenía una gran sorpresa: llevarlos de excursión. Así visitaron muchos lugares como El Talampaya, El Valle de la Luna, lugares milenarios como el Cordón del Velazco, imágenes hermosas de olivares, viñedos, bodegas de vino, el sistema de riego por acequias, la histórica Catedral de La Rioja con su arquitectura antigua.
“Fuimos invitados a una antigua biblioteca histórica, que fue convertida en un museo llamado ‘Museo Solar de Los Castro y Barros’, en honor al prócer que participó en la lucha por la Independencia en Tucumán en 1816, dicho museo se encuentra en la ciudad de Chuquis, donde nos elogiaron e izamos la bandera con el maestro, entonando la canción Aurora con gran emoción y orgullo, con los ojos llenos de lágrimas. En la entrada del museo está escrita la frase ‘Si los libros no pueden ser tus amigos, por lo menos que sean tus conocidos’ W. Churchill”, reseñó.
En Pinchas, donde está su casa natal, en la pared con vista hacia una ruta nacional dice “Ita Curuzú, recuerdo imborrable de mi juventud”, logo que le regalamos a todos el día de nuestro encuentro”.
Llegó el día de la despedida por lo que “nos hicieron una fiesta con asado, empanadas y folclore, con versos y poemas tradicionales de la región. Volvimos cargados con nueces, higos, pasas, membrillo y agradecidos por tantas atenciones recibidas”.
Siempre en el recuerdo
El contacto siguió en pie y de manera fluida, “pero nuestro maestro estaba ya enfermo y empeoraba cada vez más, sin embargo, volvimos a visitarlo por última vez. Su añoranza de volver a vernos, de visitar una vez más su querida Ita Curuzú, pasear y recorrer sus viejos caminos de barro y polvareda, seguía vivo, pero su enfermedad y el destino no lo quiso así, y el 16 de febrero de 2002 nos dejó para siempre”.
Según Götz, “quedan gratos recuerdos y ha dejado huellas profundas de su enseñanza, que perduran para siempre, recordando el Proverbios 22.6: ‘Instruye al niño en su camino y aun cuando fuera viejo no se apartará de él’. Jovino Vera un gran maestro y profesor, un gran amigo. Estará siempre en nuestro recuerdo”.
“El día que yo me marche, del todo no me habré ido, quizás quede en el recuerdo de muchos buenos amigos, tal vez ande por los campos, por los que tanto he sentido, acompañado del viento, siendo en las cañas silbido, tal vez quede algo de mí, en las cosas que he querido, de mi eterna juventud, en mi Ita Curuzú querida”.