Señora Directora: Una nota publicada el pasado 22 de enero planteaba la necesidad impostergable de recuperar la integridad de la democracia republicana ya que, desde el ‘83 hasta el presente, se han presentado oscuridades que empalidecen la institucionalidad.
Sintetizando, son síntomas de esta situación: la pobreza, el desempleo, la corrupción, la inseguridad, la inflación, la educación postergada, etc.
Un curioso efecto de estos síntomas es la aparición de una profunda grieta que deja a un lado a los que justifican todo en función de un supuesto proyecto político que cada vez más resulta una declamación incumplida. Del otro lado de esa grieta están los desesperanzados ante la ineficacia de los políticos.
Es frecuente señalar como causas de esta situación al fracaso de la economía, al peso de la deuda externa, al centralismo porteño, etc. -cuando en realidad- la causa es una sola: el colapso moral de una sociedad que permite desde hace tiempo, ser dirigida por una clase política que salvando excepciones está compuesta por ineptos que sólo piensan en su enriquecimiento, aquilatando su poder con la manipulación hipócrita de planteos irreales que enfermizamente terminan por creerlos, ante el éxito que consiguen en lo personal y corporativo, mientras día a día se alimenta la decadencia de la sociedad toda, que con cierta indiferencia prosigue su vida como pueden.
Si el camino del crecimiento comienza con la restitución de la democracia republicana, la condición para ello es la recuperación moral de los argentinos comenzando por los dirigentes. La actitud colectiva indispensable para esa recuperación moral es reemplazar la indiferencia por la participación.
Debemos aceptar que los reductos del poder están compuestos por quienes no vienen de afuera: nacen en el seno de nuestro pueblo que no termina de despertar. Son testimonios incuestionables de la situación la naturalización de la frecuente participación en ilícitos de policías, gendarmes, prefecturianos, jueces y políticos que además al encubrir corporativamente a los partícipes del festín, comprometen severamente el rol de las instituciones que tienen el deber de reprimir el delito. Al interferir la tarea de aquellos que con honestidad combaten en desigualdad estos flagelos, todo termina con el mismo resultado: aumentando la pobreza como cobrando vidas, sobre todo entre las comunidades más indefensas. Se trata de un gatopardismo potenciado no para que todo siga igual, sino cada vez peor.
La interminable sucesión de planes sociales insustentables, desde hace años alimenta la indiferencia y constituye la más cruda confesión de la incapacidad política de crear legítimas fuentes de trabajo para millones de argentinos que no ven otro recurso asumiendo una subsistencia indigna que sustituye la cultura del trabajo por la de la dádiva.
En definitiva, para cambiar el sentido de la curva descendente de la decadencia y lograr una verdadera mejora de la situación en especial de los niños y los jóvenes, trocando la desigualdad en igualdad, la exclusión en inclusión, las promesas incumplidas en realidades, en fin, la declinación en crecimiento para todos, sólo queda apelar a la reserva moral que subyace tal vez adormecida en la mayoría, sin distinciones sociales, económicas o políticas para vivir honestamente el ejercicio de los valores que una vez supieron forjar una nación – imperfecta a la luz de los valores sociales de hoy- pero significante en el concierto de las naciones del mundo.
Es hora de abandonar la indiferencia adoptando la participación en cada una de las instancias comunitarias que ofrece la sociedad, exigiendo sin rodeos la vigencia de la ley por sobre los intereses del poder, la rendición de cuentas y la custodia de las instituciones republicanas que sustentan la democracia, para que quienes no nos representan dejen de ocupar los lugares estratégicos de conducción.
Habrá que instalar en el imaginario colectivo la aspiración compartida de recuperar los valores de nuestra genética histórica. Sobran ejemplos de generosidad y patriotismo en nuestra historia pasada y reciente para encontrar el sendero perdido. Recién entonces, cumplido el proceso compartido de la recuperación moral, reivindicando la dignidad del trabajo, la austeridad, la solidaridad, la justicia y la igualdad sin privilegios, habrá que dialogar participativamente para ejercer la política de verdad: la que persigue el bien común.
Todo será difícil y seguramente largo, pero como leí en un grafiti pintado desprolijamente sobre una vieja pared, con la verdad de la filosofía popular que resume el clamor de la esperanza: “Todo lo que vívidamente imaginemos, ardientemente deseemos, sinceramente creamos y con entusiasmo emprendamos, inevitablemente sucederá”.
Arquitecto Fernando Dasso
Garupá (Misiones)