Ana Konvalski (80) nació en Cerro Corá y se crió en Villa Venecia, a unos 25 kilómetros “hacia el fondo”. Después, Enrique, su papá se mudó e instaló un molino de harina de maíz y una herrería. En una nueva mudanza, esta vez a Tacuaruzú, el hombre puso un negocio de ramos generales. Pero como la escuela quedaba lejos, a los cinco años, Ana fue a vivir con su abuela, Sofia Danieluk.
Cuando tenía once, sus padres decidieron venir a Posadas donde, por avenida Bustamante compraron un terreno e instalaron un comercio y un bar. Todos estos “movimientos” convirtieron a Ana en una jovencita dinámica, inquieta, que “quería tener mi dinero”, y salió a buscar trabajo. “Hice de niñera en casa de Ortíz, que era el primer despachante de aduanas. Un día, al llevar a los chicos a la escuela, pasé por calle San Lorenzo y vi un cartel en la Mercería Pilú que decía: necesitamos chica para el mostrador. Me presenté y al otro día comencé a trabajar”. Estuvo allí durante dos años hasta que conoció a Pedro Timoteo Laczeski, quien luego sería su esposo, “porque el muchacho estaba apurado para casarse”.
Un vecino, que fue testigo de casamiento, les prestó una casa, pero ya de novios “compramos la propiedad donde vivo. Un mes pagaba mi marido, con su sueldo de docente, y al otro, yo. Luego fuimos edificando de a poco y nos llevó 40 años construir a nuestro gusto”.
Su historia como carismática comenzó cuando sufrió un desplazamiento de cadera y el traumatólogo le dijo que la quería operar. “Le respondí que no me iba a tocar, que Jesús me iba a curar. Y él me contestó: otra vez usted con su Jesús. Una señora que escuchó el intercambio de palabras, me dijo anda a verlo al padre Gustavo González, de la parroquia San Alberto, que es sanador. Después de un tiempo volví a caminar”, recordó esta amante de la música divertida como la “kolomeika y el banerón” que en sus 80 “bailé hasta más no poder”.
Como se lo hizo saber el mismo Monseñor Joaquín Piña, “usted es una mujer carismática, tiene un don especial. El padre obispo observaba mi forma de ser y me dijo: Anita, vos tenés algo especial. Ah, no sé, contesté. Me contó que se iba a Roma y que, de paso, se iba a cruzar hasta Polonia para averiguar mi parentesco con Santa Faustina, porque, según él, me parecía bastante a ella. Hasta el momento, veía su imagen en la iglesia, pero no sabía que teníamos un parentesco. Piña, averiguó y me trajo la novedad”, añadió.
Contó que, durante su casamiento, un tío de mi esposo les regaló un crucifijo que, luego, Ana colocó en la cabecera de la cama. En un viaje a Córdoba “compré un rosario de madera, y al año siguiente, un crucifijo con un Cristo coronado”, que añadió al anterior. Y un día “pasó algo raro. Después de dos o tres años el rosario comenzó a iluminarse. Le despertaba a mi marido, y le decía ¿ves algo? Me decía que no, que seguramente no era para él”. De esta manera, “sufrí nueve meses” hasta que, en una ocasión, le contó lo sucedido al padre Hugo Salaberry, de la parroquia Nuestra Señora de Itatí, donde es ministro de la Eucaristía, y asiste cuando su salud lo permite.
“No me tome por loca, pero esto es lo que me pasa, y lo hablamos después de la misa. Usted va a ser instrumento del señor. Puede que le pida que vaya a evangelizar, lo que implicaba salir los viernes con el grupo de la parroquia, puede pedirle que vaya a alentar a la gente internada en los hospitales o sanatorios, pero más bien, usted tiene el don de sanación. Ah, no. ¡Yo eso no voy a hacer!. Porque me van a llamar ‘payesera’. A usted no le importa lo que diga la gente, usted tendrá que hacer lo que él le va a pedir, y se le va a presentar. Y él le va a decir lo que va a querer”, le aseguró el sacerdote, y “me fui”.
El 8 de julio a las 3, se le apareció Jesús. “Me tocó el hombro y me dijo: Escucha, tú curarás a la gente. Os daré esta oración. Me pegué el susto de mi vida y me metí debajo de la cobija porque se iluminó mi dormitorio, y un aroma a perfume de sándalo y rosas invadió la habitación. Eso quiere decir que la virgen estaba junto pero no la vi, del susto que tenía. No sabía qué hacer”, relató.
Enseguida, comentó la experiencia más fuerte, cuando al nene de su vecina “lo tuvieron internado por más de una semana, y le dieron de alta un domingo para que fuera a su casa a morir junto a su familia. Justo había viajado a Oberá, a la casa de mi prima Marta, que vive en el campo. Y a las 15, me agarró una angustia tremenda y le dije a mi marido, vamos. Alguien me necesita o algo está pasando en casa. Cuando llegamos a la esquina le pregunto a mi comadre que era portera de la escuela de enfrente, qué le pasaba al niño. No sé -contestó- lo sacamos del sanatorio esta mañana. Durante los once días que estuvo internado lloró sin parar. Al tocarle la cabeza sentí como tierra seca, como que tenía el cráneo cuarteado. Lo vi a las 18 y después, a las 21. Le pregunté a la madre cómo estaba, y ella dijo, para mí que está muerto porque sigue como cuando le puse en la cuna. Lo toqué y me di cuenta que respiraba. A la medianoche, a las 3 y a las 6 de la mañana lo volví a ver, y sugerí que le dieran una cucharadita y media de leche para hidratarlo”.
Aseguró que cuando “hice el último vencimiento y al tocar la cabeza al chico, me di cuenta que estaba todo cerrado. Entonces le transmití que el nene estaba fuera de peligro y que lo dejara dormir, todo lo que tiene que dormir. Está agotado, y se va a levantar solo. Durmió desde domingo hasta el martes y se levantó como si nunca hubiera estado enfermo. Esa mujer comentó a todo el mundo. Y empezó a venir tanta gente que no podía ni cocinar”.
Faustina tuvo que ver
Al asistir a la misa del domingo, el sacerdote preguntó a Ana, ¿qué pasó?. Reconoció que le contestó enojada: “Y, lo que me dijo que iba a pasar. Usted me metió en un brete del que ahora no tengo salida. Esa es tu misión -me dijo-. Él te eligió. Y así empecé”.
Durante esos dos años que no podía caminar a raíz del desplazamiento de cadera, “me tenía que cuidar, pero la gente no dejaba de venir. Cuando mejoré, el 8 de diciembre de 2019, me apareció el Jesús de Misericordia y me dijo, estás bien, vuelve a hacer el trabajo que te ordené. La gente sigue viniendo, aunque con el mal tiempo, sólo atiendo casos urgentes. Así es mi vida desde hace más de 40 años. Viene gente de todos lados. Si sé que la persona obró mal, le digo que no la puedo curar. Ella sabe el por qué”.
“Creo que Faustina tuvo que ver. Era el don que ella tenía”, aseveró. En 2016 tenía que viajar a la inauguración del mausoleo de vidrio que en Polonia levantaron para la santa. “Ella está intacta. Le pusieron en un cajón de vidrio, en una cripta de vidrio. Como tengo ese don, me mandaron el pasaje y tenía que hacer el pasaporte, pero no pude ir porque la salud de mi marido se agravó. A esta edad ya no creo que podré”, señaló la madre de Susana y Roberto; abuela de seis nietos y cinco bisnietos.
Y de ayudar a las personas con cosas materiales, “nació de mí, porque veía las injusticias que hacen con la gente. Entiendo que hay que obrar bien en la vida, a Dios no le gustan las cosas sucias. Empecé con quienes no tienen dinero para ir al médico, para comprar los medicamentos. Siempre les digo, les ayudo de esta manera, y ustedes ayúdenme para ayudar a otros. Entonces, siempre estoy tratando de ayudar al prójimo porque lo único que Dios quiere es que tengas tus manos cargadas de bien, no aferrarte a lo material, porque te morís y no llevas nada”, aseguró, quien ama las plantas que abundan en su patio, y a las que riega a las 6, “antes que el sol apretara”.
A cambio de los vencimientos solicita que el “paciente” traiga alimentos no perecederos que reparte entre los que más necesitan. Tanto fue lo recaudado que al comedor “Ellos no tienen la culpa”, acercaron cuatro camionetas repletas de víveres.
“La gente me trae bolsas y bolsas de cosas diversas. Entre ellas, zapatillas, productos de limpieza, pañales, galletitas, muchas de las cuales también donamos al hospital Carrillo. Si traen algo que está roto, lo coso, lo remiendo, para poder entregar en las mejores condiciones”. Además, con las sábanas viejas confecciona camisones y los dona a Maia Ayrault para que mediante su “Asociación Civil Voluntades” acerque al hospital Materno Infantil. También ropas de bebé para el hospital Neonatal.
Las personas que deseen colaborar con la obra de Ana pueden dirigirse a Perito Moreno 5040, del barrio Primera Junta, o bien llamar al (376) 4456636.