Casi sin pensar se realizó un nuevo encuentro internacional de la familia Menezes de Sá, que durante el pasado fin de semana se vio envuelta en momentos de algarabía, alegría y camaradería. La reunión se llevó a cabo en la sede del Aeroclub de Jardín América, hasta donde llegaron invitados de los lugares más recónditos, en el afán de compartir y estrecharse en un prolongado abrazo, amenizado por canciones, juegos y buena música.
Claudio Jair Sá Pinto, uno de los nietos mayores de Don Francisco, actuó de anfitrión y contó a Ko´ape, detalles de este evento tan particular. Contó en mayo era el cumpleaños del abuelo y que no importaba en qué lugar se encontraban, todos iban a saludarlo y a festejar tan grato acontecimiento. “No importa adonde estuviéramos, desde cualquier lugar, nos íbamos. Ellos primero vivían en El Soberbio, después en la zona de Leandro N. Alem; más tarde se trasladaron a Brasil, por cuestiones de salud, y siempre asistíamos a la fiesta del abuelo”, contó, quien en esta ocasión se ocupó de la organización de la reunión.
Cuando Francisco falleció, sus descendientes se siguieron encontrando tanto los doce hijos que tuvo con Iracema junto a los nietos y bisnietos. La última reunión se produjo hace tres años. “No nos podíamos juntar por la pandemia, y así fue pasando. Incluso teníamos miedo al pensar que a alguno de los tíos lo podía llevar el COVID porque la situación se presentaba muy fea, pero, gracias a Dios nada de eso pasó”, narró.
Sostuvo que “somos una familia muy cristiana, cantamos mucho, durante todo el fin de semana. Los sábados vamos a la iglesia Adventista del Séptimo Día, entonamos himnos. Tenemos un sistema de salud muy bueno dentro de la comunidad, que tiende a una alimentación saludable, no hay bebidas, drogas ni cigarrillos. Eso es un pilar para toda la familia, además de la parte espiritual. Y gracias a eso se ven los resultados en la salud porque la mayoría son personas mayores y gozan de buena salud. Y eso es muy importante”.
Sá Pinto admitió que este encuentro no estaba programado. Pero el 21 de febrero fue el cumpleaños de su madre, Elvira; el 24 de febrero, el del tío Juan y, el 4 de marzo, el del tío Pedro. A esto se sumaba que Juan venía a Brasil, proveniente de Nashville, capital del estado de Tennessee, Estados Unidos. A alguno de los tantos miembros se le ocurrió decir: “Vamos a ir a Jardín América para estar junto a Elvira en este día especial, comemos allá y visitamos a algunos otros integrantes de la familia. Como nos enteramos que venían, empezamos a organizar y vinieron diez de los doce hermanos (cuatro residen en Misiones)”, relató quien armó todo “en un poquito más de un mes”, dando la bienvenida a 83 personas de las 203 que componen la familia Menezes de Sá.
De esta manera, el encuentro se llevó a cabo con la presencia de Oscar y Pedro, de Porto Alegre; Carlos, de Miraguaí; Euclidez, de Santa Rosa, todos de Brasil. También Juan, de Estados Unidos; Helena, de Posadas; Nadir, de Montecarlo; Telmo, de San Vicente; Elvira, de Jardín América, y Luis, de Hohenau, Paraguay. No pudieron estar, por razones de salud, Orlando (82), el mayor, de San Pablo, y Alsira, de Entre Ríos.
Para Sá Pinto, el encuentro fue la excusa perfecta para que hijos, nietos y bisnietos “nos juntemos en un fin de semana lleno de emoción, alegrías, música y charlas, donde también abundaron los abrazos y los ricos platos elaboraros con mucho amor por los participantes. Realmente estamos agradecidos a Dios por poder realizar y disfrutar de una fiesta familiar de tamaña magnitud. Sólo nos queda agradecer a Dios por este privilegio”.
El legado del abuelo
“Hablamos de todo un poco, pero más se canta de lo que se habla. Hay música gauchesca, folclórica, los viernes y sábados es el turno de los himnos en gran cantidad. Solemos cantar todo el fin de semana, uno deja por un rato la guitarra o el violín, y lo agarra el otro. Todos cantan. Es así, sin descanso. Es un ambiente de mucha música”, agregó.
Los hermanos se encuentran, y charlan. “Eso es muy lindo. Me crié en ese estilo de vida. Muchos piensan que debemos ser aburridos por el hecho que no tomamos. La persona que nos hizo el servicio nos decía, no toman una gota de alcohol y es increíble lo que se divierten. Cómo cantan, y lo bien que la pasan. Ahora, gracias a Dios, el lunes por la tarde el último de los viajeros llegó a su casa, y para mi recién ahí termina la fiesta, cuando sé que todos están en sus hogares, bien, en orden”, comentó el segundo de los nietos, que el año que viene cumplirá 60 y deberá ser oficial, nuevamente, de anfitrión.
Celebró que “tenemos una familia de más de 200 personas y a lo largo de los 80 años, solamente sepultamos a cinco miembros. Eso también es increíble, no tenemos fallecidos, solamente por alguna enfermedad terminal o los abuelos que ya estaban entrados en años. Es una bendición”.
Al referirse a Francisco, contó que el abuelo era una persona simple, siempre humilde, pero muy culta (hablaba en idioma alemán, italiano, portugués, español) y, en 1927, siendo aún muy joven, ya enseñaba en una escuela en Brasil. “Siempre fuimos una familia humilde pero la mayor riqueza que él nos dejó es la fe cristiana, la parte espiritual, y la unidad”, acotó.
Recordó que el apellido Sá proviene de los fundadores de Brasil, “por lo que tenía una herencia a reclamar, pero nunca lo hizo, no tenía interés en bienes o dinero. Trabajaba, tenía sus chacras y doce hijos. Siempre se dedicó a la agricultura, en Brasil transportaba maderas tiradas por diez yuntas de bueyes, entre otras tantas cosas”.
Francisco falleció el 2 de febrero de 2001, por lo que “compartí bastante con él, jugábamos a las bochas. Era trovador, payador, tocaba violín y guitarra, al igual que la abuela. Todos tenemos un poquito de ellos. La música y la alegría están siempre presentes. Los nietos fuimos tomando de sus enseñanzas, hay nietos que son pastores, intentando seguir esa línea, intentando ser buena gente. Intentamos que todos nuestros hijos sean buena gente que, por estos días, es una riqueza importante”.
Todos sus descendientes hablan castellano porque todos vivían en Misiones y después fueron emigrando por distintas razones, no por una cuestión exclusiva. “Misiones pasó por distintas etapas y en ocasiones, quizás era mejor estar en otro lado, que acá. Gracias a eso, hoy tenemos en Tatuí, Sao Paulo, por ejemplo, en la iglesia adventista una de las editoras de libros más grande de Sudamérica, que consume tres equipos de papel de manera diaria. Una de mis primas es jefa de edición. Mi tío mayor volvió hacia allá a raíz que mi prima ya se había afincado en ese lugar. En Estados Unidos tenemos familia, al igual que en Alemania”, relató, orgulloso de sus raíces.
Casi de imprevisto
En esta oportunidad, como no fueron tantos los visitantes, la organización “fue como una invitación mía. Es que cuando regresamos de vacaciones mamá me dijo, van a venir los tíos Juan y Pedro a comer un asado acá en casa para celebrar nuestro cumpleaños. Ella en su inocencia no entiende que todos iban a querer venir. Entonces le dije, bueno mamá, yo voy a organizar. Los invité, y contraté el servicio. Tenemos muchos lugares en los que podemos hospedar así que solamente tuvimos que afrontar los gastos por tres camas de hotel, lo demás quedaron alojados en nuestras casas ya que varios residimos en Jardín América”.
Contó que ese fin de semana “almorzamos por separado, fuimos juntos a la iglesia, jugamos al pool y cantamos juntos a la noche en un espacio que tengo. Un primo, que es propietario de una pizzería, se hizo cargo de la cena, y el almuerzo se trasladó al predio del aeroclub”. Las hermanas del anfitrión -una vive en Posadas y la restante en Jardín América- se ocuparon de la decoración, que fue sencilla, nada fastuosa, “porque para nosotros eso no es lo importante”.
Reiteró que el año que viene “será mi cumpleaños, así que nuevamente correrá por mi cuenta. Pero para mí el mayor placer es que vengan. El día domingo estaba luminoso, único, con muchos chicos, que se van criando en ese ambiente”.
Para esta ocasión iban a venir los 12 hermanos, pero la tía que vive en Entre Ríos, tuvo que venir dos semanas antes para un encuentro similar, organizado por los parientes de su esposo, y como no está muy bien de salud, otro viaje de doce horas no era conveniente movilizarse. Y el tío mayor, que está en Sao Paulo, debía quedar a cuidar a su esposa, que estaba complicada de salud. La última vez se juntaron todos para un casamiento, hace unos cuatro años”, señaló, quien se siente querido por los tíos “porque soy uno de los mayores. Mi tío menor, Euclides, tiene 62 años, o sea que nos criamos juntitos”.
El encuentro más grande se planifica para noviembre de 2023, cuando Claudio cumpla los 60. Para esa oportunidad prometieron la presencia todos los hermanos. Será otra vez Jardín América el epicentro de una nueva velada.
Doce hijos y tiempo para compartir
Entre tantas anécdotas, Sá Pinto relató que, apenas llegado a estas tierras, Francisco pasaba el río Uruguay a nado a lomo de mula en cada ocasión que necesitaba transponer el cauce. “Estaban en El Soberbio en el medio del monte, de la nada. Eligió el kilómetro 34 para comenzar de cero cuando vinieron a establecerse a Misiones. Había en aquel entonces una iglesia y una escuela adventista, adonde cursaban mis tíos. Ya había muchos brasileros en esa zona”, rememoró.
Iracema, su abuela, era la partera en la zona, pero “no tengo idea de la cantidad de niños que habrá traído a este mundo. A veces pienso y me sigue sorprendiendo que, aún teniendo doce hijos, tenían tiempo para dar atención a otras personas. En su casa tenían lo indispensable y con eso se conformaban”.
Agregó que su abuela cocinaba una polenta italiana “que era como un pan grande y la ponía sobre una tabla, y la cortaba con un hilo, en lugar de hacerlo con cuchillo. Era la base para comer con poroto, para ponerla sobre la plancha de la cocina, para comerla con leche, o con huevo. Es que en su casa abundaba el maíz que cosechaban en familia. Hasta la actualidad existe en esa zona una picada denominada Molino, haciendo alusión a que ahí se molía el maíz. Y eso era la base para todo. Pero los chicos nunca reclamaban que eso no la querían comer, se comía lo que había. Había siempre leche y huevos, y ellos plantaban todo. Lo que se salía a comprar era la sal y alguna otra cosita, lo demás era producción propia”.
Cuando el matrimonio se afincó en ese lugar, no había nada. “Debían aguantarse con lo que tenían. Hubo mucha miseria, y cuando se acomodaron, todos vivieron bien. Como vivían en la comunidad, se conocían y se ayudaban entre sí a pasar por esos momentos difíciles. Pero no era nada fácil para los inmigrantes” dijo, y alegó que ellos “trajeron diversidad, cultura, conocimiento, a la provincia. La nuestra es distinta a cualquiera. Es muy rica por la cultura, por la gente, mucho de eso gracias a los inmigrantes”.