En 1923, cuando tenía apenas semanas de vida, a Hachiko lo enviaron en un tren, dentro de una caja, en un viaje de dos días hasta Tokio. Era un regalo para el profesor Eisaburo Ueno.
Cuando éste y sus alumnos lo vieron, pensaron que estaba muerto, pero le acercaron una taza de leche y recobró fuerzas.
Creció fuerte y cada día acompañaba al profesor a la estación de tren y aguardaba su regreso.
Un día Ueno tuvo un derrame y ya nunca más volvió. Pero Hachiko fue cada día a la estación a buscar a su amo, que ya nunca regresaría.
La gente que pasaba por la estación lo cuidó y alimentó durante diez años, hasta que un día como hoy, 8 de marzo, pero de 1935, murió. Lo enterraron junto a su dueño.