Roberto Néstor Estévez nació en la capital misionera, el 24 de febrero de 1957. Fue el séptimo de 9 hermanos. Cursó la primaria en la Escuela Nº 3 y la secundaria en el Colegio Nacional. En su última carta para su familia, pidió expresamente que recen por él y lo recuerden con alegría.
El teniente Estévez -teniente primero posmortem y Cruz al Heroico Valor en Combate-, vio por última vez a su familia en 1981, cuando arribó a la provincia para hacer un curso en la localidad de San Javier.
Era hijo de Roberto Néstor Estévez y Julia Berta Benítez Chapo y hermano de Julio Roberto, María Mercedes, José María, María Julia, María Josefa, María del Carmen, José Octavio y José Fernando.
Si bien sus hermanos mayores se decidieron por carreras como médico, abogado, contador, bibliotecario, administrativos públicos, “Roberto desde siempre estuvo convencido de ingresar al Ejército. Cuando estaba en quinto año se preparó –porque en esa época era muy exigente-. Estaba decidido, decía que iba a rendir y entrar. Yo le decía que no iba a aguantar”, recordó entre risas su hermana María Julia, en diálogo con PRIMERA EDICIÓN.
Así fue que ingresó al colegio militar, “incluso con excelentes calificaciones. Tuvo uno de los primeros 5 puestos y eligió infantería como la rama que quería seguir, a pesar de que pensamos que iba a optar por caballería, porque siempre decía que iba a ser como San Martín”, detalló su primogénita.
Agregó que ella no estaba muy convencida de la decisión de su hermano porque consideraba que podía estudiar cualquier otra carrera. “Le gustaba mucho la historia y lengua. Además, era un defensor de los más desprotegidos, no le gustaban las injusticias, entonces pensaba que se iba a agarrar con todos y estar ´preso´ todo el tiempo por discutidor”.
La unión entre Roberto y su hermana María Julia era muy fuerte. Durante su primer año en el Colegio Militar, las visitas a Capital para verlo fueron permanentes. “Cada vez que podía me iba. Nos divertíamos muchísimo porque éramos muy amigos. En esa época no había celular, la comunicación era por cartas, kilométricas. Cuando iba a Buenos Aires, íbamos al cine, a comer y como le gustaban mucho los libros, nos metíamos a mirar libros y se nos iban las horas”.
Sus cartas

Las cartas eran muy importantes para Roberto. Incluso estando en Malvinas, su familia recibía noticias suyas. “Yo tengo tres cartas de él, mi hermana mayor también posee algunas”, detalló María Julia.
En el primero de sus escritos a María Julia le hace un listado de cosas que necesitaba para sus soldados. “Me pide que le mande un montón de cosas: medias de algodón, guantes de látex, crema para la cara, vitaminas, galletitas dulces, caramelos y pastillas de mentas. Los guantes eran para que los soldados se pongan esos debajo de los de lana, para que no se mojen las manos”.
Ante esta solicitud, toda la familia comenzó a recolectar las cosas que había pedido Estévez en su carta. “Mi hermana y amigas tejieron bufandas y gorras. También juntamos un montón de cosas, que nos había pedido y se lo mandamos. Por suerte, todo eso a ellos les llegó. Incluso, cuando me manda esa carta me dice, no vayas a pensar que voy a poner una farmacia en el mercado negro es para reforzar las vitaminas que les dan a los soldados y no quiero que se enfermen”, rememora entre risas y nostalgia María Julia.
Dos de las cartas más conocidas del Teniente, fueron las que dejó para su padre “Pipo” (tal como lo llaman los hermanos Estévez) y para su novia Marta. En la primera, que data del 27 de marzo de 1982 se despedía de su familia y agradecía a Dios por el “honor de haber muerto en cumplimiento de la misión”. Apenas rememora María Julia esta misiva, los ojos se le llenan de lágrimas y la voz comienza a entrecortarse.
Experiencia Malvinas
“Era un líder nato y así lo demostró siempre. Desde antes, cuando era chico ya se notaba eso en él, pero incluso sus soldados –que volvieron de las islas y tuve la suerte de conocer- lo recuerdan como un padre. A su corta edad, supo transmitir eso y por esta razón lo recuerdan con tanto cariño. Ellos me contaron que Roberto siempre se preocupaba por ellos, tal como si fuera un padre”, asegura la hermana.
Estévez arribó a Malvinas alrededor del 25, 26 de marzo de 1982. Estaba a cargo del Regimiento de Infantería Mecanizada 25. Falleció el 28 de mayo de ese año, en combate, a sus 25 años, en la batalla de Pradera del Ganso.
De acuerdo a los relatos que pudo recoger María Julia de los soldados que acompañaban a Roberto, el fallece en medio del fuego cruzado. “Muchos años después nos enteramos cómo murió. Él se iba moviendo de pozo en pozo, impartiendo órdenes y tratando de comunicar por radio, la situación al resto de los equipos. En eso, primero lo hieren en la pierna y luego en el brazo. Ahí, ve a Rodríguez sangrando en la trinchera y se arrastró hacia él y vio que no tenía casco porque ellos, al ser de comandos sólo usaban boinas. Entonces se acercó a un cadáver, le sacó el casco y se lo puso para protegerlo. Cuando esto sucede, es alcanzado por un bala, que le perfora el rostro”.
La noticia a los familiares de Estévez, llega mucho tiempo después y de una manera, hasta podría decirse insólita. “Roberto siempre se comunicaba con nosotros e incluso, a través de unos amigos de mi papá que eran radio aficionados, nos mandaba mensajes. Un día mi papá me dice, ‘Roberto murió’. Le dije, Pipo, ¿por qué decís eso? Están en una guerra, no pueden estar mandando cartas. Me respondió que hacía varios días que ya no teníamos novedades de él”.
“Unas noches después invité a mi hermano José María a comer unas pizzas en casa y mientras cenábamos, mirábamos el informativo de ATC, que mostraba que llegaban muchos chicos del sur. El periodista se acerca a los muchachos y le dice, de dónde vienen ustedes, dónde estuvieron, a qué regimiento estaban destinados. Entonces el soldado responde: de Regimiento 25, de Colonia Sarmiento Chubut. Estábamos en Pradera del Ganso, nuestro jefe fue un gran tipo, el teniente Estévez y cortan la transmisión”, recordó María Julia.
Y continuó relatando, que tras escuchar eso, trataban de conseguir más información. Por contactos, durante la madrugada lograron saber que sí, en una lista aparecía que había fallecido. “Al otro día me fui a desayunar con papá y le dije, Pipo, tenías razón, Roberto murió. Los días siguientes se sucedieron las comunicaciones formales e incluso nos pusieron a disposición los recursos para ir a buscar sus cosas al regimiento”.
(Nota publicada originalmente por PRIMERA EDICIÓN el 2 de abril de 2022)