Según la religión que se trate, la Pascua encierra un significado particular. Para los católicos y cristianos, es el triunfo de la vida sobre la muerte y la resurrección de Jesús que mantiene la esperanza de su regreso a estas tierras para salvarnos.
Para el judaísmo, significa el triunfo de la libertad sobre la opresión y la esclavitud a la que ese pueblo estaba sometido por Egipto.
De uno u otro lado, implican siempre la esperanza de un mañana mejor, de que los tiempos duros y sacrificados que se debieron vivir hasta llegar a este día de júbilo, trajeron aparejados mejoras para quienes los vivieron.
En una Argentina donde reina la incertidumbre, la falta de oportunidades para varios millones de ciudadanos, donde muchos no tienen el acceso a cubrir las necesidades más básicas, este domingo de Pascua debe llevar ese mensaje de fe y esperanza de que puede haber tiempos de superación.
Para ello, deben aparecer dirigentes y gobernantes capaces de reemplazar las vicisitudes de este presente por certidumbres que faciliten las construcciones personales y comunitarias.
Sin certidumbres -generadas desde quienes tienen las responsabilidades de liderazgos que han sido confiados en la democracia-, ningún emprendimiento nacerá sólido y será capaz de crecer lo suficiente para generar beneficios sociales y económicos tan necesarios para revertir la crisis que abunda en la actualidad.
Entonces, este día de reflexión religiosa debe servir para pensar que aún pueden aparecer quienes lideren esos tiempos esperanzadores, en contextos propicios para sacar del borde del precipicio a quienes llegaron hasta allí, empujados por tantos años de desaciertos y malos dirigentes.