Hay varias maneras de acariciar con el alma: dar nuestro tiempo, prestar nuestra atención, pero hay una que lo encierra todo y es ponernos en el lugar del otro, esto que llamamos empatía; poder salirnos de nosotros mismos para tratar de entender sin juzgar lo que siente o piensa la persona que tenemos frente.
Cuando ejercitamos mirar al otro poniéndonos primero en su lugar, aparecen ante nosotros un mundo de situaciones que quizás no las habíamos considerado, y comenzamos a entender por qué actúa como actúa o por qué piensa como piensa.
Es un acto de amor, porque no se trata de nosotros, no somos la estrella a ser mirada y escuchada sino al revés; el foco está puesto en poder tocar el corazón que tenemos frente porque hemos construido un puente partiendo del otro hacia nosotros.
Actuar con empatía no significa estar de acuerdo con el otro en la manera de ver o sentir, sino que es tomarnos el tiempo antes de actuar, de poder entender cuál es la realidad que el otro está viendo de su situación; es tener la humildad de asumir que no tenemos toda la verdad y que la mejor comunicación se da cuando podemos entender las dos partes que forman el todo.
Esto sólo se puede dar si tenemos la convicción de querer hacerlo, porque no es fácil, y requiere esfuerzo que muchas veces, al principio, se da de un solo lado. Para poder ponernos en el lugar del otro necesitamos primero aprender a escuchar, tener una “escucha activa” que no se anticipe a dar respuestas, que no juzgue, sólo escuchar y atender a cada detalle.
De este acto de respeto y amor que es escuchar, surge la comprensión y ahí es cuando empezamos a construir el puente que une corazones, el simple hecho de tratar de entender genera en el otro la misma reacción, porque al no juzgar ni querer imponer nuestra posición el otro entiende que no es necesario levantar murallas. No hay defensa porque no hay ataque.
Actuar con empatía además es considerar que todos pasamos por situaciones diferentes, y de ahí construimos nuestras razones, nuestra verdad. Es tener la humildad de reconocer que no somos dueños de “la verdad” sólo de lo que creemos que es nuestra verdad.
La empatía es la caricia del alma más bonita y nos enseña que es dando como se recibe.