Como cada 25 de abril, hoy se conmemora el Día Mundial del Paludismo, establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el objetivo de generar conciencia sobre esta enfermedad potencialmente mortal transmitida al ser humano por la picadura de mosquitos Anopheles, y que en nuestra región es más conocida como malaria.
Este año, la OMS redobló su apuesta contra el paludismo y a la concientización le sumó una meta concreta: detener su transmisión en 25 países durante los próximos tres años.
El cálculo optimista del organismo internacional tiene no obstante bases sólidas: de los 87 países que aún padecen con el paludismo, 46 notificaron menos de 10 mil casos de la enfermedad en 2019, casi el doble que dos décadas antes.
Y a finales de 2020, 24 habían notificado la interrupción de la transmisión del paludismo durante tres años o más, entre ellos Argentina y Paraguay, que también está entre los 11 que recibieron la certificación oficial de haber erradicado dicha enfermedad de sus territorios.
Más allá de que la malaria ya no sea una amenaza directa en la región y de que esté en retroceso en gran parte del mundo, no conviene perder de vista su peligrosidad: en 2019, la OMS estima que hubo 229 millones de casos de paludismo y 409 mil muertes por esta enfermedad en 87 países.
Independientemente de la lucha por que muchas más poblaciones sigan el camino de liberarse definitivamente del paludismo, hay que concentrarse también en mantener ese estatus a nivel local, sin olvidar que en su momento Argentina ya gozó de él pero se descuidó y volvió a sufrir sucesivos brotes de los cuales sólo hace tres años logró salir por completo.
“El éxito (del objetivo del “paludismo cero”) está impulsado, en primer lugar, por el compromiso político que a menudo se mantiene durante muchos decenios, incluso después de que un país haya eliminado el paludismo”, remarcaron desde la OMS en vísperas del Día mundial que se celebra hoy.
Valga este recordatorio en tiempos de creciente pobreza, indigencia y condiciones ambientales adversas, principal caldo de cultivo de la enfermedad.