Celina iba a la escuela si acertaba el horario… le quedaba a unos pasos, pero sus días no eran muy ordenados. Le gustaba charlar de esto y de lo otro con la gente que esperaba el ómnibus en la paradita frente a su casa, apenas una tapera. Con ella, Beatriz, su hermanita.
Se apañaban para vivir, para encontrar motivos para reír. Un día alguien intervino, y la vida de las nenas tuvo otro sesgo. Hábitos de orden, higiene y estudio. Una cama tibia, horario para las tareas, maestras y compañeros y una casa especial, con hermanos como ellas, llegados de acá y de allá.
El lugar de la seguridad fue el “Hogar Divina Misericordia de Jesús”. Los brazos de la acogida, la voz tranquilizadora que les enseñó el lugar, fueron los de Carolina Pedrozo, la antepenúltima hija de doce hermanos criados por Don Juan María Pedrozo y Eliza Pintos, Celina amaba el orden de su casa nueva. La escuela era el lugar de los descubrimientos.
Beatriz era menos dedicada, menos dada al autocontrol y más amiga de los sueños grandes. Una aprendió el valor de las rutinas, la tolerancia, el compartir y la otra pudo soñar ser violinista porque estaba la presencia segura y tranquila de Carolina, que así, pequeña, serena la voz, un lugar calentito para los dolores justo en mitad del regazo, regenteaba alegrías, sinsabores, conflictos de los chicos cuyo primer aprendizaje era con-vivir.
El pequeño Pablo Carvalho, superados los miedos del desarraigo de una casa con problemas, le confió a Carolina que él quería ser bombero. Al Cuartel de Bomberos acudió ella, porque el niño necesitaba un aliciente.
Hubo que hacer una excepción, porque no daba la edad. Cuando el juez de familia decidió el destino definitivo, el Hogar y el Cuerpo de Bomberos despidieron a un Cadete. Carolina fue puente, otra vez. Hoy Pablo –que la llama tía- se desempeña en la División de Bomberos de San Carlos de Bariloche, mientras culmina sus estudios secundarios.
Papá Juan María quería que su pequeña fuera maestra. La ambición de la niña era ser enfermera. Por entonces no lo sabían; anidaban en ella condiciones innegables para lo uno y lo otro: para una docencia que ejerció con tenacidad, firmeza cuando hizo falta, mucha empatía; para el ejercicio de sanar, de atender el dolor, calmar el sufrimiento los dieciocho años que estuvo al frente del Hogar de Niños, respaldada por sucesivas comisiones Directivas, Instituciones señeras – Municipalidad, Hospital de Área, Cooperativas Agrícola y de Electricidad- y muchos colaboradores, voluntarios y toda una comunidad que aprendió a ser solidaria porque los ojos, el gesto de esa pequeña mujer lo demandaban.
Carolina creció y se formó en una familia numerosa. Hija de Juan María Pedrozo, colaborador en la Administración del Establecimiento Laharrague, junto a don Eugenio Spohn y Otilio Ferreyra , y de Eliza Pintos, su esposa brasilera. En ese ambiente de colonia, libertad, tiempo y oportunidades para jugar y divertirse mucho, transcurrieron los primeros años junto a sus hermanos Ana, Ramón, Argentino, Teresa, Joaquina, Adriano, Angélica, Juan, Carmen y Oscar.
Doce hermanos bullangueros y traviesos que sin embargo tenían que someterse a la estructura un tanto rígida de las familias de entonces. Juegos, diversión y deberes, en perfecto equilibrio. De casa se salía para trabajar o estudiar.
Papá hubiese preferido que Carolina jugara más a la maestra, pero la niña ya había elegido: le gustaba más curar y escuchar, que enseñar y conducir. Ni uno ni otra sospechaban que al cabo habría tiempo y oportunidad para ambas misiones. Para una, un título que testimoniaba la elección, para otra, condiciones, y lo que fue poniendo la vida como posibilidad y desafío.
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Los hermanos fueron creciendo. Muchos escogieron la Policía, o fue lo que estuvo a mano. Carolina terminó la primaria en la Escuela Nº 254 y por alguna razón no siguió la secundaria. Tenía diecisiete años –había nacido el 28 de octubre de 1957- cuando finalmente los padres la autorizaron a trasladarse a Posadas, a casa de Titi y Duma Duarte, que la acogieron como a una hija, para que pudiera cursar el Bachillerato acelerado nocturno.
En ese hogar se desempeñó como niñera, para aliviar los gastos familiares, y logrado el primer objetivo se anotó en la carrera de Enfermería que se abría en ámbitos del Hospital Ramón Madariaga, bajo la dirección del Doctor Hugo Gómez Demaio.
Muchas de las nuevas profesionales, por entonces mayoritariamente mujeres, eran absorbidas por el Sanatorio Nosiglia que apadrinaba la Carrera y otorgaba becas a algunas aspirantes.
La joven Pedrozo fue beneficiaria de una en el segundo año. Realizó residencia por un tiempo en el Nosocomio Pedro Baliña, y la experiencia le iba a resultar fundamental en el destino laboral escogido para culminar su carrera, porque como bien dice “no todo es procedimiento y medicación: a veces hace falta la escucha, el acompañamiento, el sostén afectivo…”, culminó sus prácticas en el Nosiglia, que fue su primer destino profesional, 1981, bajo la orientación del doctor Larzábal, por entonces director del Sanatorio.
Uno de sus hermanos se desempeñaba en la Policía, en Eldorado. Sus contactos con un médico forense, el doctor Verón, dueño y director de la clínica San Miguel lo pusieron en antecedentes de la necesidad de enfermeras diplomadas para el centro de salud.
Carolina aceptó, porque quería estar cerca de su pueblo y su familia. Entre la Clínica San Miguel y el Centro del Doctor Engwuald, transcurrieron doce años. Mientras tanto, se enamoró de Elvio Paredes, compraron una pequeña chacrita en el barrio San Luis, formaron un hogar para que la casita construida con esfuerzo tuviera razón de ser.
Ahí dieron vida a Sebastián, Martín y Patricia. Carolina, enfermera, ama de casa y mamá, cubrió suplencias y vacaciones en el Sanatorio Dallman mientras continuaba en funciones en Eldorado.
Entonces se acercó a ella Mario Cabañas, delegado local del PAMI. La obra social precisaba enfermera con experiencia. Presentó su currículum y fue designada.
Un sueldo del estado nacional y la ansiada seguridad laboral. Fue bueno, porque sobrevino la crisis del matrimonio que dejó a la familia a cargo de mamá. Con los hijos transitando la adolescencia, vino la oferta de Mónica Barrios, trabajadora Social.
El Hogar de Niños “Divina Misericordia de Jesús”, constituido ya en sede propia del barrio Nuevo Horizonte desde el 12 de mayo de 2002, necesitaba una encargada, una coordinadora que liderara al personal –cocina, limpieza, atención de los niños- y fuera nexo entre la comisión directiva y el juzgado que decidía el destino de los chicos en tránsito por problemas en sus núcleos parentales.
“Es muy difícil”, alertó: niños vulnerables, algunos víctimas de maltrato, excluidos por sus condiciones –pobreza extrema, discapacidades, abandono-. “Vas a poder”, alentaron los hijos, casi en edad de dejar la casa para continuar estudios superiores. Conocían de qué madera estaba hecha su madre.
Sólo pidió un ingreso seguro, estabilidad laboral –era cabeza de familia– y apoyo, con el que contó siempre: la comisión Directiva, apoyatura de equipo médico: clínico y psicológico, y psiquiátrico, cuando ameritara. Pudo contar siempre con la pediatra Ángela Martínez, la psicóloga Micaela Dórper y en situaciones de crisis el doctor Pedro Caminos, además de profesionales del Hospital de Área.
Ingresó al Hogar como “encargada” –en los hechos una directora- el 4 de agosto de 2002. Tuvo siempre un equipo de colaboradoras, señoras, madres ellas también. Pero para Carolina no hubo horario fijo.
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La emergencia –problemas previsibles de salud, crisis de angustia o ansiedad, brotes provocados por una enfermedad de base- podía convocarla a cualquier hora, pero siempre encontró el apoyo de otras instituciones: la Municipalidad con su Dirección pertinente, algunos miembros especialmente dedicados de las sucesivas Comisiones Directivas.
Aunque siempre se prefirió ingresar a los niños a plena luz del día, pudo ocurrir algún evento, una urgencia y hubo que estar con las palabras, la postura, los brazos abiertos que no siempre recibieron la espontánea respuesta positiva.
Pudo ocurrir la frialdad, llantos, pataletas, rechazo, reacciones atendibles del miedo, que hubo que ir revirtiendo con cariño y con firmeza. Además de nutrición adecuada, higiene, techo, hubo que generar hábitos de orden, rutinas que regularan la vida y fueran creando el clima de confianza para labrar vínculos. Levantar la autoestima y el respeto por la integridad del otro es la más difícil de las “lecciones” a impartir y recibir.
Claro que en todos esos años hubo agobio y sensación de soledad, porque no todos fueron triunfos. La letra de la ley es fría e imparcial cuando decide. No tiene ojos amorosos, ni perspicacia, ni instinto de conservación. Pretende ser objetiva y reguladora, nada más.
A sol y a sombra
Carolina Pedrozo fue encargada del Hogar por dieciocho años. Concertó su trabajo con la conducción de su hogar. Tres hijos: Sebastián, hoy fonoaudiólogo, Martín, que buscó acá y allá, que probó, porque la vida es ir pillando de todas partes, hoy organizador de eventos, disc jockey, operador de radio, y Patricia, que después de acompañar muchas jornadas a su madre para no quedarse sola en casa unió su vida a la de un policía aeroportuario destinado en Puerto Iguazú, y que después de la maternidad de dos niñas está a punto de culminar su carrera de maestra jardinera.
No cejó porque se sintió avalada. Cuando la crisis matrimonial la dejó sin móvil para asistir a sus labores, hubo la oferta del pastor Pedro Kalmbach de trasladarse al pueblo, a un departamento que la facilitara el cumplimiento de rutinas y horarios. La casa del barrio quedó a disposición de Patricia y familia.
Pedro Kalmbach, como en su tiempo también el Pastor Karl Hains Graff fue un auxiliar importante para la salud mental y espiritual de los chicos y el personal del hogar. Asistía invariablemente los domingos con su guitarra, escuchaba necesidades y daba clases de valores, sentado al nivel de los chicos.
Caro recuerda la entereza de la familia Garciarena, la disposición de Lidia para resolver problemas con diplomacia y aplomo. El apoyo permanente de Blanca Figueroa –“Cuca”- de Miño, la familia de don Germán Müller, Estrella Algamis, Silvia Gross, Norma Neu, Lidia Anríquez y Gustavo Rodríguez y otros miembros de sucesivas comisiones.
Hubo presencia de miembros de distintos cultos. Siempre que solicitó hubo atención psicológica para los niños y el personal, porque la encargada estuvo siempre atenta a los desbordes que puede provocar la tensión de las crisis.
Pidió y agradeció la participación de la comunidad. Reconoce que Montecarlo gestó y conservó su matriz solidaria. Que hubo muchas familias que llevaron a sus hijos a jugar con los chicos del hogar, y que ese intercambio siempre fue bienhechor para unos y otros: para los que merecían una tarde diferente y para los que se daban la oportunidad de ver más allá de su realidad de “quiero esto y aquello también”.
El Hogar fue pensado y organizado para albergar niños de hasta doce años. La complejidad social llevó a atender casos extremos: adolescentes con problemáticas graves de adicción y delincuencia juvenil, abandono, chicos rechazados o escapados de otras organizaciones. Entonces temblaron los cimientos: hubo que replantearse misiones y objetivos.
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Carolina logró sostenerse en esa vorágine y llegó la Comisión liderada por Eugenio Schwiderke, quien logró movilizar no sólo a la comunidad local y sus estamentos sociales y de salud. Golpeó puertas de Juzgados, Ministerios, Secretarías. Demandó la atención de Vicegobernación.
Tramitó y consiguió subsidios importantes para optimizar la infraestructura edilicia y el funcionamiento de la casa, para que los niños estuvieran adecuadamente atendidos. Los internos con problemas mentales severos siempre tuvieron profesionales que los trataran.
No siempre se pudo todo, por eso, cada proceso de adopción exitoso, cada regreso a un hogar reconstituido, generaron la tranquilidad de la misión cumplida.
Cada historia de dolor mereció el acompañamiento de todos. Carolina, sus colaboradores y los miembros de la Comisión recuerdan siempre el sufrimiento y superación de un niño con pie bot, una malformación tan severa que lo obligaba a desplazarse arrastrándose. No podía incorporarse.
Hubo que golpear puertas, hacer guardias, demandar atención hasta que en el SAMIC se consiguió interesar al doctor Cattalin. Cuando el profesional vio la magnitud del desafío al que se enfrentaban, le preguntó al chico “si te arreglo los pies ¿qué vas a hacer?” “¡¡¡¡jugar a la pelota!!!!”.
Ocho intervenciones que demandaron terapia, aparatos y botas que había que renovar periódicamente, además de manejo del dolor, ejercicios posturales, en medio de rutinas propias del hogar, que tenían que sostenerse. El Hogar ya no estaba en condiciones económicas de sostener los costos de un tratamiento tan prolongado.
Fue Caro quien encaró con fundamentos a la jueza responsable para que habilitara la adopción del menor. Fue un final venturoso: en un lapso breve, hubo familia, en la provincia de Córdoba. Hoy hay futbol, patinaje y alegría.
Seis años transcurrieron entre la llegada de un pequeñito, en un cajoncito, en posición fetal, los pabellones de las orejitas casi desprendidos y el momento en que, despertando en el hospital de una crisis severa –era epiléptico, entre otras patologías- pronunció ante el rostro sorprendido y conmocionado de Carolina su primera palabra: ¡¡¡MA- MÁ!!. Había aprendido a andar sujeto al delantal, a las piernas, colgado del regazo de la única persona que podía cumplir ese rol, pero jamás había pronunciado palabra alguna… empezó entonces.
En algún momento, la Navidad empezó a ser conflicto en la casa de los chicos Paredes…” ¿Por qué siempre tenemos que celebrar en el hogar…?” “porque tenemos todo lo que precisamos, porque se puede dar tiempo y un regalito a alguien que no va a tener más familia que la nuestra.Nosotros, Papá Noel y algún miembro de la Comisión son todo los que ellos tienen…porque vamos a recibir inocencia, alegría y muchos abrazos”.
Nunca más se discutió ni el lugar ni la manera del festejo. Los Paredes lograron innovar un poco y sumar más invitados propios a la mesa grande de la Nochebuena en el Divina Misericordia…
Carolina Pedrozo podría contar cientos de anécdotas… historias tristes, alegres, chistosas, ingenuas… Tuvo empatía, anduvo al ritmo de tantos niños que siempre iban detrás de todo. A veces tuvo que recorrer caminos nuevos, atemorizantes, oscuros y cerrados, abrir huellas nuevas.
Siente que cumplió su ciclo, que se puso en los zapatos del otro –incluidas las botitas incómodas del niño que no podía caminar-. Cómo olvidar la aterradora noche en que unos desaprensivos intentaron entrar a ¿robar?, trepando a la planta alta para descolgarse desde las ventanas sin rejas. Estuvo como escudo en la sombra cuando los adolescentes ingresados generaban terror a los pequeños, mitigando sus miedos, mientras se convencía “también están sufriendo, por eso lo hacen”.
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Su labor es conocida. Mereció espacios en la prensa local, regional. La galardonaron, y fue justo. Recibió la distinción “Félix Escobar” de parte del Movimiento Pedagógico de Liberación, el 24 de marzo de 2016, y el Premio “Nosotras: mujeres protagonistas de Montecarlo”, el 8 de marzo de 2021, en el marco de las celebraciones por el Centenario de la localidad.
Ahora quiere brindarse desde otro lugar. Se puso a las espaldas la responsabilidad de liderar un equipo de trabajo y sabe lo que significa. Conoce cómo se tramitan un deseo, una recomendación, una orden, un legajo.
Por eso ahora quiere ser parte de esa Comisión para la que tuvo tanto reconocimiento y de la que obtuvo apoyo. Sabrá ponderar qué pedir, cómo orientar, qué priorizar en una Organización que siempre tendrá que dimensionar con cuidado, porque su misión es rescatar, vincular, resguardar a nuestros seres más vulnerables, aquellos que propician futuro.
En tanto, más tiempo para la familia. Recordar junto a Ramón, Ana, Adriano, Joaquín, Angélica, Juan, Oscar y Carmen, los hermanos, a Juan Cruz y Eliza, esos padres laboriosos, y a Ernesto, Teresa y Argentino, que ya no están. Disfrutar de la alegría de Silvana, Sofía y Priscila, las nietas que le dieron Martín y Patricia. Tiempo para los vecinos, para contemplar cómo crece Montecarlo, y respirar profundamente sabiendo que puso manos y corazón…!
Por Verónica Stockmayer, 13 febrero de 2022