La célebre Juana de Arco, Santa y heroína francesa, nació el 6 de enero de 1412 en el seno de una familia campesina. Su infancia transcurrió durante el sangriento conflicto enmarcado en la Guerra de los Cien Años que enfrentó al delfín Carlos, primogénito de Carlos VI de Francia, con Enrique VI de Inglaterra por el trono francés, y que provocó la ocupación de buena parte del norte de Francia por las tropas inglesas y borgoñonas.
A los trece años confesó haber visto a San Miguel, a Santa Catalina y a Santa Margarita y declaró que sus voces la exhortaban a llevar una vida devota y piadosa.
Unos años más tarde, se sintió llamada por Dios a una misión: dirigir el Ejército Francés, coronar como rey al delfín en Reims y expulsar a los ingleses del país.
Acabado su cometido, Juana dejó de oír sus voces interiores y pidió permiso para volver a casa, pero ante la insistencia de quienes le pedían que se quedara, continuó combatiendo, primero en el infructuoso ataque contra París de septiembre de 1429, y luego en el asedio de Compiègne, donde fue capturada por los borgoñones el 24 de mayo de 1430.
Entregada a los ingleses, Juana de Arco fue trasladada a Ruán y juzgada por un tribunal eclesiástico, acusada de brujería. Fue declarada culpable de herejía y hechicería y acabó por retractarse de sus afirmaciones. Sin embargo, luego recusó la abjuración y reafirmó el origen divino de las voces que oía, por lo que fue condenada a la hoguera.
Fue ejecutada el 30 de mayo de 1431 en la plaza del mercado viejo de Ruán.
En 1456, Juana de Arco fue rehabilitada solemnemente por el papa Calixto III, a instancias de Carlos VII, quien promovió la revisión del proceso.
Considerada una mártir y convertida en el símbolo de la unidad francesa, fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920, año en que Francia la proclamó su Patrona.