Por: Myrtha Moreno
Robertito, Manolo y Julián fueron a jugar al fútbol en la canchita a dos cuadras de su casa. Allí los esperaban Federico y los demás amigos del barrio. Pedrito era el dueño de la pelota por lo tanto el que daba las órdenes sobre cómo formarían el equipo, dónde, cuándo y contra quién competirían.
Esa tarde el sol llagaba las pieles y aunque las mismas estaban curtidas y ellos acostumbrados a traspirar la camiseta pateando la redonda, a veces descalzos, decidieron que tomarían unos tererés de agua con cocú, bajo la sombra de los árboles que rodeaban el terreno.
En un momento, Julián se deslizó silenciosamente metiéndose entre la maleza que estaba tan alta como él.
Sus diez años recién cumplidos todavía no le habían enseñado lo que es el peligro, el miedo. Lo guiaba únicamente la curiosidad, el deseo de descubrir insectos, plantas, alguna piedrita con forma rara… Cuando vio un claro, se detuvo para sacarse las espinas y los abrojos que tenía en el short, zapatillas, medias, remera y hasta en la piel.
Bufando y recriminándose por la mala idea que tuvo de introducirse en lo que para él era una selva, no se dio cuenta que alguien de su tamaño se había parado detrás, hasta que el personaje le habló así:
Si se te tribuca la fuca
No faltes a la fronta
Frente a frente formarás
la facha de la fericola.
Frondosa, frondosa
La fresca fricada
Febrilosa y francada
Frillará en la trifulca.
Julián, más curioso que asustado miró detenidamente al que le hablaba en ese lenguaje sin sentido, por lo menos para él. Era más o menos de su altura pero tenía cara de anciano, de anciano sonriente, bondadoso.
En la cabeza llevaba un gorro rojo en forma de cono cuya punta terminaba en un pompón violeta que le rozaba la oreja izquierda.
A pesar del calor, vestía un saco de paño color verde bosque con tres grandes botones. Los pantaloncillos, también rojos, terminaban en la rodilla, atados a los costados con cordones que finalizaban en pequeños pomponcitos. Y el calzado era como una zapatilla que finalizaba en una punta doblada hacia arriba con otro pompón.
A Julián, el ver ese personaje, le traía recuerdos de los cuentos que le contaba su abuela cuando era muy chiquito. ¡Cuánto extrañaba a su abuela!
El ser extraño hizo unos ademanes y susurró algunas palabras en ese extraño léxico y aparecieron otros individuos de las mismas características formando una gama de coloridas vestimentas que en un suspiro le quitaron todas las molestias, de las cuales se estuviera quejando, con una suavidad cercana a la ternura.
Y como el niño perdiera la orientación, lo alzaron entre todos y lo llevaron al borde del terreno por donde había iniciado su aventura. Desde allí lo saludaron y desaparecieron.
Sus amigos le preguntaron dónde había estado y él les contó lo sucedido. Ellos se rieron y le dieron mucho tereré porque decían que todo eso fue una alucinación a causa del calor.
Él sabía que no porque su abuela le había enseñado quiénes eran estos hombrecitos y confió que cada vez que tuviera algún problema podría recurrir a ellos. Es como si hubiera entendido aquel mensaje extraño.
Ese día jugó como nunca, fue el goleador de la jornada, Pedrito le permitió elegir los jugadores, entregándole el mando del partido, fue feliz.
Sobre la autora
Myrtha Moreno nació en Resistencia, Chaco. En Presidencia Roque Sáenz Peña recibió y ejerció de Maestra Normal Nacional y formó parte de la comisión de la primera Casa de la Cultura.
También se desempeñó como docente en El Soberbio, Colonia Flora (Puerto Leoni) y Posadas, Misiones, donde se afincó hace más de cincuenta años.
También se dedicó a la pintura, estudiando con el profesor José Fernández, realizando varias exposiciones colectivas. Pero lo mejor que le pasó en la vida es haber dado a luz cuatro hijos que a su vez la llenaron de felicidad con veinticuatro nietos y seis bisnietos. Ha participado en varias antologías provinciales, nacionales e internacionales. También recibió premios provinciales y nacionales.
Socia de SADE Misiones- Participante en “Taller Literario Ñuvaití.