Un día cualquiera se cruzaron en la calle un hombre y una mujer bajo la lluvia.
Se miraron y ella lo invitó a ampararse bajo su paraguas, como llovía copiosamente él la invitó a cobijarse en la confitería de la esquina. Tomaron café y descubrieron que tenían mucho en común.
Pasaron los días y el tiempo les demostró que estaban comenzando un amor muy fuerte, pero casi imposible.
Decidieron cuidar sus sentimientos y como señal verse los días de lluvia.
Eran los pasajeros de esos días inestables para muchos, pero inolvidables para ellos. Caminaban felices bajo el agua bendita de la lluvia. Sus almas se conectaban cada día más, pero dicen que los grandes amores no siempre llegan a concretarse. Se habían conocido un poco tarde, el destino ya había marcado sus caminos separados.
Pero desafiantes, los días de lluvia seguían sus encuentros, disfrutando su amor en instantes imborrables.
Los años pasaron. Un sábado cualquiera, la lluvia era lenta, triste, ella esperó al pasajero de su corazón de tantos años, su café se enfrió y él no llegó. Salió a la calle con pasos lentos, la vida le recordaba sus veinte años de encuentros.
Alguien después de un tiempo le comentó al pasar que esa persona, su amor eterno ya no estaba en esta vida.
Había partido definitivamente y ahora ella sentada en esa confitería sigue frente a una tasa de café recordándolo a través del vidrio, llora por dentro esperando volver a encontrarlo en el más allá cuando Dios decida su partida.