Tras una semana repleta de tensiones por la implosión que se produjo en el oficialismo con la salida de Martín Guzmán, la designación de Silvina Batakis resolvió el problema técnico inmediato, pero deja abiertos los mismos frentes que gestionaba Guzmán y agrega otros no menos importantes. El fondo de la cuestión sigue siendo la política y su incapacidad para sumar voluntades de manera de encaminar las cosas hacia una salida.
La agónica continuidad de Guzmán no tenía razón de ser bajo las circunstancias en que se daba. Al fin y al cabo, ninguno de los socios líderes del Frente de Todos, salvo el presidente Alberto Fernández (un fuerte reflejo del estado de las cosas) lo sostenía. Pero en los últimos tiempos hasta el apoyo del jefe de Estado había disminuido al no atender los reclamos que hacía el extitular del Palacio de Hacienda.
Fue justamente esa falta de respaldo político la que siempre puso a Guzmán al filo de la salida y la que profundizó la incertidumbre sobre toda perspectiva de una mejora económica.
Quizás desde el Gobierno se entendió que la salida de Guzmán podría descomprimir algo de la presión que hay sobre la economía. Al fin y al cabo, los cambios en Economía son la primera respuesta de los presidentes a un escenario de crisis.
Sin embargo, la acumulación de problemas al día de hoy es tal que la designación de Batakis, cualquiera haya sido el lugar que ocupaba en el orden de aceptables por los tres líderes del FdT, movió la aguja de presión en el sentido contrario al esperado.
La percepción política y social es que los problemas son tan grandes que la solución ya no depende de nombres sino de formas. Y también que mientras la crisis política no se disipe las incertidumbres imposibilitarán advertir el camino de salida del pozo en el que encalló el país desde hace lustros.