Tiempo atrás, cuando el dólar oscilaba apenas por debajo de los veinte pesos, se decía en el ambiente financiero y mercantil que si la moneda extranjera no trasponía ese monto era nada más porque se trataba de una barrera psicológica.
Hoy, cinco años después, el dólar no sólo rompió con la barrera de los veinte pesos (varias veces y últimamente en apenas un día), sino que con su dinámica se llevó puesta a parte de la estructura económica argentina y de la credibilidad de buena parte de la dirigencia política.
En todo ese tiempo, y desde antes también, las diferentes administraciones fueron rompiendo todo tipo de barreras en esta insana costumbre de desmontar todo lo que pueda estar bien y de exacerbar todo aquello que esté mal.
Ayer, por caso, supimos que se rompió otra barrera psicológica, la de una Canasta Básica por encima de los cien mil pesos para una familia tipo.
El problema con romper estas barreras todo el tiempo y cada vez con mayor frecuencia radica en las consecuencias, que se cuentan de a miles tratándose de familias que viven al día. Porque bajo las condiciones actuales, además, volver de esos lugares se torna imposible en el corto y mediano plazo.