A pesar de las pocas referencias históricas y de las muchas leyendas que lo rodean, se sabe que San Pantaleón nació en el siglo tercero en Nicomedia, Asia Menor, más precisamente en la actual Turquía, por entonces dominada por los romanos.
Su nombre significa “fuerte como un león”.
Eustorgio, su papá, senador y económicamente bien ubicado, era pagano. Su madre, que era cristiana, falleció cuando Pantaleón era pequeño.
Siguió estudios humanistas, dedicándose a la retórica y filosofía. Más tarde, orientado por Eufrosino, reconocido médico del lugar, se consagró a la medicina, que le valió el reconocimiento de muchos
enfermos y de sus parientes.
En un encuentro fortuito dialogó con el sacerdote Hermelao, quien era perseguido por su fe y acción misionera. Al primer encuentro se sucedieron muchos más, en un discreto lugar apartado de la ciudad: Pantaleón le hablaba de sus conocimientos para aliviar el sufrimiento de la gente y Hermelao le comentaba de Cristo y su misión salvadora.
Un día, una pregunta fuerte cambió el horizonte del médico: “Tú que puedes curar, ¿por qué cada día mueren niños y jóvenes… por qué no los salvás? Alguna vez pensaste que hay un Ser Superior, dueño de todo, también de la vida?”.
Una crónica de la época narra que aquella misma tarde, junto al camino, el médico encontró a un niño muerto y cerca, en actitud amenazante una serpiente ponzoñosa. Invocó el nombre de Jesucristo y el niño se levantó mientras el reptil quedó muerto.
Sorprendido, se encaminó al escondrijo del sacerdote y pidió el bautismo para él y su familia.
Su vida cambió de tal manera que a todos los pacientes que pedían sus servicios les anunciaba la bondad y fuerza que había descubierto en Jesús.
Al fallecer su papá, liberó a los esclavos y distribuyó muchos bienes entre gente necesitada.
Un día, después de sus plegarias, trajeron a su casa a un hombre ciego. Pantaleón, invocando a Jesús, tocó sus ojos. El no vidente recuperó la vista y al saber que Cristo lo había sanado, también pidió el
bautismo.
Por supuesto que su fama creció tanto, que despertó envidias… Algunos de sus colegas lo denunciaron ante el emperador Maximiano, cuyo imperio se desmoronaba rápidamente. Como veía
en los cristianos un movimiento subversivo, se puso en marcha la décima persecución sangrienta contra los seguidores de Jesús.
Pantaleón fue detenido y convocado a ofrecer sacrificios a deidades romanas. Él confesó ser médico y cristiano, nunca un brujo, y se negó a reconocer otros dioses fuera del Dios de los cristianos.
Por ello fue condenado a diversos suplicios y finalmente decapitado. Lo sepultaron en Constantinopla.
En Ravello, cerca de Amalfi, se guarda en un frasco de vidrio sangre del mártir, que los 27 de julio se torna líquida.