Días atrás, mientras desarrollaba una exposición a ejecutivos de la Fundación Mediterránea, el economista Carlos Melconian, que recientemente cobró más notoriedad por una reunión con la vicepresidenta, lanzó una consulta a los presentes.
El extitular del Banco Nación durante la era macrista preguntó si trascender esta etapa de la crisis con un salto inflacionario del 140% -en vez el 90% proyectado-, sería considerado una “crisis” de acuerdo a los paradigmas históricos del país o si, de lo contrario, sería un escenario tolerable aún con el deterioro que se sumaría al ya existente.
Sorpresivamente la mayoría del auditorio asintió.
La respuesta ancla en dos premisas manifestadas en esta misma columna infinidad de veces: el constante corrimiento de los límites y la velocidad que va adquiriendo la crisis que se desarrolla desde hace años. La estructura económica argentina está desmadrada en cada uno de sus aspectos y cualquier movimiento genera consecuencias negativas.
Estrambóticas e infinitas renovaciones de deuda en pesos, dependencia de dólares que no se generan y que convergen en una batería de variantes propias de un Estado en deterioro, cotidianas remarcaciones de precios (algunas justificadas y otras por las dudas), progresiva pérdida del poder adquisitivo. Los problemas se acumulan en cada estrato, aunque claramente los más preocupantes tienen que ver con que los precios son cada vez mayores para consumir lo mismo. Las explosiones que se venían dando por etapas ahora confluyen casi el mismo tiempo y maduran en cuestión de días merced a las pésimas administraciones.
Oportunidades para zafar no faltaron. Hubo un préstamo monumental que se escurrió y que, al no haber sido empleado para fines productivos, explica en buena parte el estado de las cosas. Hubo también fuerte ingreso de divisas por un superávit comercial inédito que se deglutió el déficit fiscal. Hubo fenomenales primeras y segundas oportunidades que pésimas administraciones se dejaron pasar por impericia o se desperdiciaron por ambiciones y falta de empatía social.
El daño es tan alevoso que se volvieron a correr los límites y hoy podríamos llegar a aceptar que una inflación de 90% no sería tan dramática como una de 140%, justo el año en el que nos aseguraron que sería de 29%. El mérito de convencernos es de buena parte de la dirigencia… claro.