Por: Lic. Sergio Dalmau
Si de algo se habla en nuestro país es de fútbol y de las constantes crisis económicas. En ese contexto, hace unos días escuchaba un senador uruguayo decir que el problema de Argentina “es que está lleno de argentinos”. Mediante ese chiste, el legislador quiso fundamentar por qué el país atraviesa constantemente sus turbulencias y sin lugar a dudas, sentí que ubicó en un lugar bastante incómodo a los casi 50 millones de personas que nacimos aquí.
Nos tienen envidia pensé, si está claro que, a pesar de todo, no hay nada más lindo que ser argentino. Nos tienen envidia el senador y las tantas otras personalidades del mundo de la política uruguaya que en su momento se pronunciaron de la misma forma. Haciendo un repaso de los últimos años, los ejemplos sobran.
Corría el año 2002 y Argentina transitaba la peor crisis política, económica y social de su historia. En ese momento, en Uruguay la situación también era crítica, motivo por el cual dos periodistas llegaron a compararla con la del país vecino, algo que despertó el enojo del entonces presidente Jorge Batlle.
“Los argentinos son una manga de ladrones, del primero hasta el último”, dijo Batlle en el estudio confiado de que la cámara estaba apagada, pero equivocado en así pensarlo. “No nos compare o ¿usted es un ignorante absoluto de la realidad argentina y uruguaya? Somos dos países diferentes. ¿Sabe la clase de volumen de corrupción que tienen?”, agregó.
Otro mandatario que se refirió a la situación argentina en varias ocasiones fue el expresidente José “Pepe” Mujica. “Los argentinos tienen todo, pero se lastiman, se pegan cada mamporro que Dios me libre”, dijo este año en diálogo con La990. No obstante, en 2021 había declarado que Argentina estaba “desquiciada”, luego de destacar lo “maravillosa” que es con los recursos que tiene.
Se mueren de ganas de ser como nosotros, volví a pensar. Si somos el país de las maravillas naturales. Es la Argentina de Messi, Maradona, Fangio, Scola y Ginóbili. Es el país de Charly García, el Flaco Spinetta y Mercedes Sosa. Es la tierra de Borges, Favaloro, el papa Francisco y muchos más. Y aunque les duela, Gardel es más argentino que el mate y el dulce de leche.
Todavía con el tema resonando en mi cabeza, inicié un debate con un amigo uruguayo. Le planteé mi indignación y expuse cada uno de mis argumentos; él me escuchó y en parte me dijo que tenía razón, Argentina tiene muchas cosas que envidiar y el problema no pasa por ser argentino.
Automáticamente la sonrisa se me dibujó en el rostro y pensando que había ganado una discusión que nunca fue tal, me disponía a finalizar la conversación. Pero, el debate estaba lejos de terminar y era su turno. El problema no son los argentinos me dijo, el problema es su excesiva cuota de viveza criolla remató.
Me expuso una reflexión que hace un tiempo había encontrado en la web. La misma sostenía que “la viveza criolla no tiene nada que ver con la simpatía o con la espontaneidad. Es una inclinación o actitud persistente a enfrentar y resolver situaciones grandes o pequeñas de la vida sin respetar las posibles normas, pautas, estilos o formalidades que tradicionalmente las regulan”.
“Se trata de una tendencia a eludir las reglas, sean del tipo que sean, a desobedecer las consignas legales, sociales, éticas o morales y jactarse de ello. Es una actitud de constante desafío a la autoridad y sus normas, a violar ostensible o sigilosamente prescripciones y principios en muy variadas situaciones. El tránsito puede ser uno de los ejemplos más recurrentes, pero también, en el comercio o en el uso de bienes y servicios, se puede detectar esta inclinación a creerse más astuto que los demás”, me dijo.
“No resulta suficiente eludir o violar esas pautas o reglas, sino que el complemento es la jactancia. Hay que reírse o burlarse de la norma o consigna eludida o transgredida, así como de la autoridad que la impuso, ufanarse y compartir esa violación con otros, para así intentar demostrar que uno es más sagaz, más inteligente que la mayoría de los mortales”, sentenció.
Siguiendo con su explicación, me comentó que el “vivo criollo” se jacta de su conducta, se siente audaz e intocable; las normas y sus consecuencias no se le aplican a él y a su situación circunstancial; por la fórmula del mínimo esfuerzo, de la comodidad, de realizar siempre las cosas a su manera, la viveza criolla se siente ganadora, más aún, invencible. Alardea y ostenta su picardía como si fuera un galardón, un trofeo.
A veces, este sentimiento de triunfo se ve reforzado por un razonamiento economicista: es cierto y no descarta el vivo criollo la posibilidad de que se le apliquen sanciones si lo descubren infraganti de la conducta transgresora. Pero hechas las evaluaciones, los pros y contras de esa eventualidad, sigue adelante con su transgresión pues es consciente de que la sanción, si lo descubren y se la aplican, será leve, casi inexistente.
Por lo tanto, la conclusión que extrae es simple y lógica: es buen negocio violar la norma x o z pues a) es difícil que lo descubran, b) si lo descubren, la sanción, multa o castigo es leve, c) siempre existe la posibilidad de negociar una reducción de la pena y d) los resultados de la transgresión son muchas veces suculentos, pues no ha tenido que devolver o reponer lo adquirido o realizado indebidamente; se ha guardado el botín, aunque no sea material, sino simplemente psicológico o espiritual; es decir, se auto-aplica la famosa frase “¿quién me quita lo bailado…?”
Para la viveza criolla lo foráneo, por el mero hecho serlo, es pernicioso, malo, inconveniente de copiar. Hay que buscar y encontrar nuevas maneras y fórmulas de hacerlo, autóctonas, aunque lleve mucho más tiempo, se corran más riesgos, y en definitiva sea menos eficiente y eficaz. Pero será “nuestro”, realizado “a nuestra manera…”
El debate continuó y antes de irse me aclaró que la viveza criolla tampoco es una condición única del ser argentino, se trata más bien de una condición rioplatense, también presente en uruguayos y actualmente casi tan mundial como el coronavirus.
Finalmente se fue y si bien durante la conversación no declaramos a un ganador, muchos de sus argumentos hicieron que me cuestione varias acciones y actitudes.
La viveza criolla está en cada uno de nosotros que elige quedarse con la foto de la “Mano de Dios”, en aquel que llama ídolo a Messi por pelearse con los árbitros y no por cada una de sus gambetas o cientos de goles. Se hace presente en cada una de nuestras omisiones o mentiras piadosas para acceder a un beneficio. La viveza criolla cobra fuerza cuando hacemos trampa para ganar en un juego o nos copiamos en un examen. Cuando nos quedamos con un vuelto, cuando nos anticipamos en una fila.
“Hecha la ley, hecha la trampa”. “Total, si no robo yo, robará otro”. “El vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”, hemos dicho o escuchado más de una vez…
Con viveza criolla nos criamos, la pregonamos y nos moldeamos. Después queremos dirigentes que hagan lo contrario a lo que siempre mamaron.
Y en el ámbito político, la cantidad de casos es infinita y tan solo unos ejemplos bastan: ocultar tras objetivos de bien común intereses particulares o de grupo, la apropiación de tierras, la desmesura en las promesas de campaña, las mentiras para conseguir sostenes monetarios, los ardides para inducir a los ciudadanos a participar de actos, la confección de fichas de afiliación falsas, la compra de votos, “hacer votar a los muertos”, las amenazas al simpatizante del contrario, la venta de influencia desde la función pública o desde la amistad con el portador de poder, los casos de corrupción como los fraudes al fisco, la extorsión o los sobornos.
Todo eso nos abunda y cuando nos va mal nos quejamos. Desde afuera se horrorizan y aquí adentro casi todo lo normalizamos. El tiempo fue pasando, atravesamos varias crisis y tenemos un sinfín de problemas. Nos hicimos mucho daño y ya no alcanzan las soluciones pasajeras.
No se trata de ser argentino, agradezco esa bendición del destino. Vivos hay en todos lados, en cada uno de los rincones del planeta. El vivo es ajeno a su patria, el vivo no distingue bandera.