De los casi 8 billones de personas en el mundo, la mayoría prefiere no tener conflictos, sin embargo, en gran parte, los problemas que padecemos son creados por nosotros mismos.
Cada vez inventamos armas más destructivas, incentivamos la cultura del odio, manejamos muy mal las diferencias y lo peor es que ni siquiera nos preocupamos por eso.
El pensamiento “al menos en mi entorno está todo bien” ya no va más. No podemos permanecer indiferentes ante lo que le sucede al otro.
¿Cuál es el problema?
En gran parte creo que pasa por la desconexión y la falta de interés en los demás. En esta carencia de mirada de otredad, damos más relevancia a lo que no nos gusta del otro -juzgando y dividiendo- que a lo que nos une y asemeja.
Todos los días al despertar dejamos que la mente vuele hacia el futuro, planificando y programando el resto del día. Hacemos planes, nos preparamos mentalmente para esa presentación, para la reunión, la clase, la oficina, los documentos, ¡los pagos! La mente no para ni un minuto.
Esta desconexión del aquí y ahora, nos permite la presencia. El presente es el único momento desde el cual intervenir realmente.
En este sentido, creo que la palabra que nos puede ayudar es “interdependencia”. Lo que sucede en un lugar repercute en el otro. Nadie se salva solo, la pandemia de COVID dejó sobradas muestras. Sin embargo, parece que muy poco hemos aprendido.
En este mes del niño, les propongo dejarnos guiar por ellos, imitarlos, que nos recuerden como era correr libremente, cómo se sentía trepar al árbol, sonreír a cualquiera más allá de los antecedentes o el status social. ¡Es enorme la capacidad pacificadora de una sonrisa!
¿Alguna vez pensaste que apenas te das tiempo para sentir? ¿No extrañás sentirte como los niños otra vez? ¿Qué hacías cuando eras niño? Seguramente jugaste, gritaste, te divertiste.
Los niños son alegría, recordemos eso. Parece que al crecer vamos obviando las muestras de afecto y la perdemos. Un niño sonríe 400 veces al día, a medida que crece y se vuelve adolescente, sólo sonríe 17 veces al día y cuando adulto sólo lo hace ocasionalmente.
Dejemos de lado los prejuicios y las inseguridades, pongamos la inteligencia al servicio del amor. Todos tenemos el potencial de dar afecto, estamos preparados biológicamente para hacerlo.
A los niños les debemos intentar ser mejores, tener esperanza, ser valientes, dejar de ser el centro, dar amor y ternura infinita.
Procuremos una niñez amorosa para todos los niños, no sólo para nuestros hijos. Que todos puedan ser felices todos los días.
Prueben con una sonrisa a cualquiera, no sean escépticos. Celebremos el niño que fuimos.