Un campeón no soviético en mucho tiempo, en un duelo que a punto estuvo de no celebrarse por su culpa y que, de hecho, se negó a participar en la revancha al año siguiente.
Ése era Bobby Fischer, el excéntrico estadounidense que, en plena Guerra Fría, protagonizó junto al hasta entonces vigente número uno Boris Spassky el que todavía hoy, medio siglo después y ya en otra centuria, se recuerda como el “Match del Siglo”.
A tal punto fue importante ese torneo que llevó a las primeras planas de diarios y noticieros al ajedrez, un deporte por entonces más popular que hoy, pero no de consumo masivo.
Se disputó entre el 11 y el 31 de julio de 1972 en Rejkiavik (Islandia), escenario ideal para reforzar el concepto de “guerra fría”. Pero a punto estuvo de no celebrarse. Es que Fischer reclamaba más dinero y otras exigencias en torno a la luz, el sonido y otras cuestiones de ambiente.
El segundo día sólo pudo ser convencido de participar a último momento, ante la expectativa de un premio de 150 mil dólares para el ganador y ya con su rival impaciente ante el tablero y con el público -más simpatizante del amable y simpático soviético que del brillante pero huraño neoyorquino- desbordando la sala.
El match se fue desarrollando con altibajos, pero con claro dominio de Fischer, ante un Spassky que cometió más errores de los habituales, hasta que el 31 de agosto llegó el momento: tras una victoria en la 21ª ronda, con 12,5 puntos frente a 8,5, el estadounidense sentenció la partida y rompió con décadas de hegemonía de la Unión Soviética en el “juego ciencia”.
Después de esta hazaña, Fischer se retiró y la defensa del título de campeón del mundo no llegó a materializarse. La Federación Mundial de Ajedrez no quiso cumplir su cada vez más larga lista de exigencias de Fischer y, finalmente, concedió el título de 1975 al entonces joven ruso Anatoly Karpov, sin necesidad de competir.