Hasta ahora has intentado evitar el dolor y el castigo. Ambos fueron instrumentos de control y aprendizaje utilizados en la era que acaba de llegar a su fin.
Sin embargo, al repetir los patrones aprendidos, tú mismo te has convertido en castigador: si los demás no hacen las cosas como tú las harías o como se lo exiges entonces los castigas.
Castigas con gritos, con silencio, con caras largas, con indiferencia, con abandono e incluso con venganza.
Todo esto, además de destruir tus cuerpos físico, emocional y mental te aleja de las personas que dices amar.
Los podrás tener a tu lado, pero no están cerca de tí. No están unidos a ti, porque si bien los retienes, pierdes la conexión con ellos.
Por ejemplo, yo iba a casa de mi suegra, pero no podía tener afinidad con ella. No podía tenerle confianza porque sabía que las palabras que yo decía serían utilizadas en mi contra.
Tenía que callarme la boca, ir y comer. ¿Y sabes cómo terminaban todos los domingos? Con un dolor de estómago terrible. Al manipularme a mí y a mi pareja, destruyó una relación.
Y mi pareja también me castigaba. Al salir de esas comidas, yo lloraba 15 días seguidos.
Y los castigos pueden ser tan sutiles que ni te das cuenta: Una palabra dicha como al azar o una conversación entre madre e hijo después de que yo me iba.
¿Te das cuenta del daño y la destrucción que provocan los deseos de manipular a las personas que están a tu alrededor?
Como tiene un extraordinario miedo al abandono, el manipulador se apega a las personas de su entorno. Justamente por esto es muy difícil separarse de un manipulador. Su trabajo es constante y efectivo, porque lo aprendió desde muy pequeño. Tiene maestría en la manipulación, porque para él es un instinto de supervivencia generado desde una edad muy temprana y desde el hogar mismo.
Si estás haciendo en mayor o menor medida todo esto que te he contado, detente ahora mismo.
No vale decir: “Pero es que mi hijo es un desastre y me toca intervenir”. “Si no controlo a mi marido hace lo que quiere”. “Es que mi mujer es una inútil y tengo que estar detrás de ella todo el tiempo”. “Es que si dejo a mi mamá sola no sé lo que le puede pasar”.
No subestimes a nadie y deja que cada uno manifieste su condición divina. Permite que cada uno se manifieste a su manera, y jamás le digas a alguien que tiene que cambiar. Respeta de forma absoluta a todos, y si la conducta o la forma de ser de otro te molesta, aléjate sin reproches.
Lo único que debes exigir del otro es la verdad; su verdad.