Días pasados transitaba por una plaza céntrica y presencié cómo, una mujer llorosa que estaba evidentemente angustiada y apenas vestida pedía ayuda, nadie se le acercaba ni le prestaba atención.
Más allá del desenlace de la situación, me resultó muy duro pensar que la indiferencia hacia los otros empieza a convertirse en lo habitual.
Si eso sucede en situaciones en las que nos hallamos al lado de quien lo pasa mal, cómo extrañarse de que no nos movilice el terror de una guerra que sólo vemos por televisión, el dolor de las víctimas de una catástrofe, la humillación y el riesgo derivados de la represión política en un país lejano o la gravedad del daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos con la irresponsable actitud hacia el equilibrio ecológico del planeta.
¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿En qué queremos convertirnos?
Pensemos en lo más sencillo y próximo, ¿cómo nos vinculamos con nuestros vecinos?, ¿qué pasa con ese adulto mayor o la embarazada de pie en el colectivo?, ¿qué haces si presencias actitudes irrespetuosas en la calle?
¿Hacia dónde vamos por este camino?
Lo peor y más preocupante es que estas conductas son el ejemplo que interiorizan nuestros niños y niñas. Es urgente modificar el rumbo, estamos sembrando una peligrosa cosecha de violencia y deshumanización.
Paradójicamente, mientras eso sucede se escucha en boca de políticos, medios de comunicación y agentes sociales la palabra “empatía”, cada vez más, hasta desgastarla.
La empatía, concepto psicológico relativamente nuevo, implica –en contra del egocentrismo– interesarse por el otro sin prejuicios para entender lo que siente, las motivaciones de su conducta y devolverle no consejos banales o simplistas, sino un apoyo -a veces únicamente el respetuoso silencio para escuchar- que le permita no sentirse solo sino comprendido, aunque no se le aporten soluciones prácticas.
La empatía constituye un pilar fundamental de la inteligencia social y de la convivencia armónica. Una de las investigadoras más conocida en este ámbito, Brené Brown, considera que ser empático implica al menos cuatro capacidades: a) la habilidad de ponerse en el lugar de otro sujeto y admitir su punto de vista como válido y real; b) la no formulación de juicios de valor acerca de esa experiencia; c) la identificación de la vivencia emocional de otra persona, y d) la aceptación respetuosa y la expresión verbal de esa emoción compartiéndola con el semejante.
Lo más interesante de esto es que la empatía se educa. Prestar atención a la educación emocional, al desarrollo de la empatía, fomenta el desarrollo cognitivo y la calidad del clima escolar, aspecto que, a su vez, revierte en mejores rendimientos académicos y en la prevención de cuestiones tan distorsionadoras del ambiente escolar como el acoso entre compañeros, las transgresiones disciplinarias, el fracaso y el abandono prematuro de las aulas o el deterioro de la salud psico-física tanto del alumnado como de los docentes.
Con una escucha empática podemos mejorar el mundo. Comencemos hoy.