Confía, simplemente confía. ¿Cómo abrir el corazón después de tanto? ¿Cómo no temer? ¿Cómo no esconderse? Confía, simplemente confía.
La vida tiene un gran propósito y no es menester desperdiciarla.
Cuando tú tomas la decisión es la vida misma la que conspira para traerte de nuevo a su fluir.
Cada acto es el germen del anterior y el producto del subsiguiente, entonces sólo detente y ordénate. Observa la calidad de tus pensamientos, emociones y verás la calidad de tus acciones.
Observa y asume aunque duela. Asume y luego vendrá el cambio impulsado por tu nueva visión.
Simplemente asume, mira de dónde vienes, lo que estás repitiendo. Lo que traes que no es tuyo, lo que te gustaría y no lo haces.
Asume con sinceridad la calidad de tus acciones el dolor de tus heridas, el silencio de la soledad. Asume y ponte en marcha para tu propio cambio, el cual sólo se puede dar cuando hayas tocado fondo, cuando no encuentres salida, cuando el pecho se abra del dolor.
Sólo en ese momento de rendición absoluta a lo que es, tu cuerpo se abrirá al cambio, entonces ya tu mente cansada de mirar hacia afuera buscando posibles responsables y culpables de tu dolor, tu misma mente, esa que trabaja hacia afuera comenzará a enfocarse hacia dentro.
Mueve, mueve tu interno. Nada nos obliga a sufrir, nada nos obliga a quedarnos donde no hay, nada nos impide cambiar, es sólo nuestra fantasía interna, es sólo esa expectativa o esa idea preconcebida.
Abrirse al cambio es aceptar la incertidumbre. Florecer después de la tormenta se puede al igual que la naturaleza.
Busca tu manada al igual que los animales. Pájaros del mismo plumaje vuelan juntos. Ellos te entenderán, hablan tu mismo idioma. Seguramente pasaron antes por tu lugar y te tomaran de la mano.
Simplemente pide a tu interno, él te esta esperando. En el mismo lugar de siempre, dentro, en el silencio que construye o destruye.