Como casi todo lo que propuso el Gobierno argentino durante este año, lo que en un principio se anunció como auspicioso y con grandilocuencia, terminó siendo un fracaso. Ocurrió acaso con el tema más relevante del año que concluye: la escalada de los precios. Nada menos que una “guerra” contra la inflación fue anunciada tiempo atrás, pero a la vuelta de todos estos meses, el resultado no podría ser peor.
Fue así durante todo el año y, por tanto, no podría ser distinto al final. La decepción del cierre fue el bono que se anunció en respuesta al reclamo de una mejora salarial. Cuando comenzó a gestarse la idea de una suma fija fue con grandes aspiraciones, pero a la luz de lo oficializado termina siendo un mínimo bono de alcance acotado. Llega sin fuerza después de un año con inflación rozando los tres dígitos e indicadores de pobreza e indigencia que ahora también afectan a los trabajadores asalariados.
“Puede ser insuficiente, pero es lo que podemos”, se justificó ayer la ministra de Desarrollo Social, reconociendo que la asistencia es escasa. Incluso fue más allá y alegó que el Estado está limitado frente al “objetivo de empezar a controlar la inflación”. La “guerra”, tal el anuncio oficial, se declaró ayer perdida… y por escándalo.
Es el enorme y eterno problema de la mayor parte de la dirigencia argentina: la venta de expectativas.