Hace 50 años, con insistentes sacudones, la hermana de Cristina “Tochi” Rottoli Laszecki (64) intentaba despertarla para darle la peor noticia, la de la explosión de la lancha “Pirizal”, que se llevó la vida de su joven madre: Erna Laszecki (32), dejando desamparados a ella y a sus tres hermanos menores.
Hace 50 años, en la madrugada del 8 de enero de 1973, su vida y la de sus hermanos Marta (13), Elina (11) y Guillermo (4) cambió por completo. A pesar del paso del tiempo, los recuerdos todavía pegan fuerte, y a pesar del paso del tiempo “Tochi” clama por justicia. Pero “no quiero justicia como resarcimiento económico. Estoy molesta con los funcionarios que permitieron que esto sucediera. Lo que me duele es la irresponsabilidad del Estado, que permitiera que, a pesar de que se venía la tormenta, esa lancha saliera. Fue como la tragedia del Paraná, solo que una fue de día y la otra de noche. Me habían dicho que el caso no estaba cerrado, pero no me sirve, ¿a quién le voy a reclamar?. Fue una injusticia. Es fuerte porque perdí a mi mamá, pero también perdí a mis hermanos, perdí mi hogar, el núcleo, lo que éramos nosotros. A partir de ahí, vivimos separados. Yo fui a Córdoba, dos quedaron acá, otra fue a Bernardo de Irigoyen. Nos repartieron como cuando reparten a los perritos. A nosotros no nos cuidó el Estado; estuvo ausente, y hubo dos países involucrados que hicieron la vista gorda”, manifestó quien, a un mes de cumplir quince años, se convirtió en el “soporte” de esta pequeña familia posadeña.
Erna estaba en pareja con Julio, un hombre oriundo de Mar del Plata, que se desempeñaba como crupier en el casino de Posadas. Él se había ido a pasar Año Nuevo con su madre, y volvió el 6 de enero de 1973 para celebrar la fiesta de Reyes Magos con su “nueva” familia. El domingo 7 de enero, por la noche, hacía calor, y la pareja decidió salir a tomar algo al centro de la ciudad o, en su defecto, ir hasta la casa de una de las hermanas de Erna, ya que “no había mucho por hacer aquí, además de ir al cine, a restaurantes como El galeón o El español, o a una confitería bailable”, comentó.
Vivían en el barrio 25 de Mayo. “Tochi” llegaba a su casa desde el sanatorio, donde estaba cuidando a su amiga Chabela, cuando divisó a Julio y a su madre que iban a tomar el colectivo para dirigirse al centro. Leonardo Martínez -jefe de Ferrocarriles Argentinos seccional Posadas, que años más tarde sería su suegro-, detuvo el auto que trasladaba a la jovencita y “mamá me habló. Me dijo: vamos a la casa de tía Reina; los chicos quedaron afuera, en la vereda. Cená y esperá un rato porque Topo (Guillermo) no quiere entrar, quiere seguir jugando. Hacía calor, y el barrio era tranquilo. Don Martínez comentó que se venía la tormenta; a lo que mi madre asintió, sin darle importancia”, relató.
Martínez dejó a “Tochi” junto a sus hermanos y le dijo que cualquier cosa que necesite fuera hasta casa, que quedaba a dos casas, atravesando el fondo. Mientras la joven siguió al pie de la letra los consejos de Erna, la pareja, junto a un grupo, decidió cruzar el Paraná para acudir al casino de Encarnación.
“Llegada la hora de dormir, entré a mis hermanos. Mamá me había dicho que me acostara en su cama con ‘Topo’, que cuando ella volviera, me cruzaba a la mía. Y así hice. Le canté a mi hermano, nos dormimos, hasta que sentí que alguien me sacudía insistentemente. Dejame dormir, ¿qué pasa?, pregunté. ¡‘Tochi’, ‘Tochi’!. ¡Se incendió la lancha del casino!, dijo mi hermana. A lo que respondí: ¿y qué problema te hacés si mamá no fue al casino?. Mirá, es de día, agregó, como haciéndome ver que mamá no había vuelto. Abrí la persiana, vi la luz del amanecer y le dije: ¿adónde escuchaste?. Enseguida llegó la respuesta. María Marta, su hermana del medio, escuchaba LT4 en la radio Spica, propiedad de su padrastro. Lo hacía hasta que terminaba la transmisión, a las 2 de la madrugada. Ella escuchó la noticia. Miró hacia mi cama y, al ver que yo no estaba, fue a la pieza de mamá y me despertó. Fue un caos”, manifestó quebrada, al revivir esos trágicos momentos.
Cuando “Tochi” salió del dormitorio, no encontraba sus zapatos porque “Topo” había estado jugando con ellos. “Pedí a las chicas que no lo despertaran, y corrí hasta la casa de los Martínez. El hombre ya se había levantado. Encendió la radio, escuchó las noticias y le estaba mandando a su hijo Jorge (mi futuro cuñado) a que fuera a vernos. Me abrazó, me contuvo. Me dijo que estaban dando una lista, que en ella estaba Julio, pero no mi mamá. No escuchó su nombre, me dijo; y propuso ir a buscarla. Le dio las recomendaciones a Jorgito, y nos fuimos”, narró.
Llegaron al puerto, pero no había mucha información. Les decían que fueran a los sanatorios, que estaban rescatando los cadáveres. “Recorrimos la zona. Fuimos a Bomberos, donde nos dijeron que los cuerpos que sacaban del agua eran trasladados a los sanatorios. Y que la gente rescatada, también estaba ahí. Prefectura había entregado a la prensa la lista de la gente que partió hacia Paraguay. En una aparecía mamá, en la otra, no”, detalló. Así empezó el derrotero.
“Mi tía y madrina Valeria, le dijo a mi mamá en el cumpleaños de ‘Topo’, el 20 de noviembre de 1972: ‘¡Ay hermana! No cruces en lancha para ir al casino, ¿no tenés miedo? No sabés nadar. ¡No quiero que cruces!’. Ella respondió: ‘No pasa nada’. El 8 de enero, se produjo la tragedia”.
En un paréntesis, fueron al sanatorio a buscar a “Beba”, la esposa de Don Martínez, que había pasado la noche con Chabela. Sugirieron a “Tochi” que no entrara a ver a su amiga que quería mucho a Erna, para que no se enterara y se pusiera mal. Don Martínez la dejó con “Beba” y fue hasta la morgue, porque habían dicho que hasta ese sanatorio habían traído el cuerpo de una mujer. Fue una falsa alarma. Fueron hasta Prefectura Naval, que funcionaba en una casa con escalones, que se inundaba mucho. “Ahí la gente ya era insoportable. Una mujer, que se ve que me vio en el puerto y que escuchó mi reclamo, me quiso abrazar llorando y yo me la saqué. El agua nos llegaba casi a las rodillas, y no paraba de llover. Había llovido desde el momento en que se produjo el hecho; se detuvo por un rato, y continuó”, agregó.
Mientras subían los escalones, “Tochi” divisó a las hermanas de su mamá, que eran ocho, y a unos tíos. El jefe de dependencia los llevó a un salón/oficina para que pudieran hablar tranquilas. Mientras, una de sus tías fue a buscar a los hermanos de 13, 11 y 4 años, que estaban solitos en la casa del barrio 25 de Mayo. Los llevaron a la casa de Ema, que es quien crió a Guillermo. “Cuando llegó la noche, mi tía me dijo que le haga dormir a ‘Topo’, pero él no se quería sacar los zapatos. En su media lengua me decía: ‘Tati, mamá va a venir a buscarnos’. Le dije que no; que mamá no vendría más a buscarlo porque se había ido al cielo. ‘Mamá murió’, le dije. También me retaron por eso, pero había que decirle. Siempre me sentí un poco madre de ‘Topo’. Los que siguieron, fueron cinco días muy duros. Para la búsqueda. Salieron embarcaciones del Club Rowing, del Pirá Pytá, y todos los particulares que tenían medios, ayudaban a buscar. La gente de Posadas que tenía lancha, salió a buscar cuerpos, a rescatar. El Paraná no era tan ancho como ahora, tenía muchas islas que la represa tapó”, detalló. El cuerpo de Julio, su padrastro, apareció el miércoles.
Días de agobio
El viernes 12 de enero, “Tochi” quería estar en su barrio. Es que el puerto “era un espectáculo. La gente gritaba, se reía, se mofaba (hacer burla grosera o despreciativa) ante la tragedia. Venía el helicóptero trayendo el cuerpo atado, envuelto, sobre las casillas de la villa emplazada sobre la ribera. Y como no podía detenerse, los soltaba sobre el playón, cerca de Prefectura. Personal preparado venía, los levantaba, y la gente se reía, diciendo, por ejemplo: ‘mirá como viene ese’. Entonces ¿qué ibas a esperar ahí?. Además de tu dolor, ¿recibir la burla?. Entonces Juan, mi abuelo materno, propuso esperar e ir él mismo a hacer el reconocimiento cuando tocara. No quiso que sigamos yendo nosotros”, expuso con tristeza.
Comentó que no se sentía bien adonde estaba, “necesitaba volver a mi casa. Fui a la casa de mi amiga Chabela, que ya había recibido el alta médica. Cuando llegué, escuchamos que apareció un cuerpo. Era toda una novedad porque después del miércoles ya no aparecieron otros. Cuando llegó Don Martínez, como buen correntino tradicionalista, se enojó porque estábamos con el aparato”. La noticia hacía referencia al cuerpo de Erna que apareció en Itá Ibaté, Corrientes, hasta donde la había arrastrado la fuerza del agua. Temprano en lo mañana, la habían encontrado los prefecturianos.
Cuando Juan reconoció los restos de su hija, lo hizo por un escapulario que llevaba puesto, y una cadena de oro de Santa Teresita, que era de “Tochi”. Hicieron el velatorio porque, cuando llegó a Posadas, el cementerio ya estaba cerrado. El entierro fue el 13 de enero.
En la madrugada del 14, “Tochi” se despertó por un sueño en el que veía a su mamá caminando, “con el vestido cuyo modelo compartíamos. Ella tenía uno celeste a cuadrillé y yo uno rosa. Venía descalza, y me decía que se había salvado, que la muerta no era ella. Y a partir de ahí era dormir, y el sueño, dormir, y el sueño. El mismo sueño siempre”, reveló.
“Tenía 32 años. Era una ama de casa monumental, hermosa, imponente, rubia de cabello largo. Me decía que yo tenía que resurgir siempre de las cenizas. No quería ser vieja, tener arrugas. Siempre hablaba conmigo, me preparaba respecto a mis hermanos. Me contó su historia de amor con mi papá, ‘Tutti’ Rottoli, que era un bohemio. Cuando pasó lo que pasó, él salió a buscarla en la lancha con ‘Taitá’ De Haro.”
Dos años más tarde, cuando estaba viviendo en Córdoba, en casa del tío “Pipo” Rottoli, hermano de su papá, “Tutti”, unas compañeras del colegio “Mater Purissima” -Patricia Luján y Mariela Capelli-, que sabían que tenía problemas para dormir, le recomendaron que fuera al neuropsiquiátrico. Cuando empecé a ir, el psiquiatra me dijo: “Vos no aceptás la muerte de tu mamá. El día en que aceptes esa muerte, vas a dejar de soñar eso. No viste el cuerpo, es tu negación”. Cuando vine a Posadas, hablé con mi abuelo porque el profesional que me atendía sugirió que me abrieran el cajón. Mi abuelo Juan se enojó y, en su alemán atravesado, me dijo: “Mi ikita… . Me causó dolor reconocer a mi hija, verla quemada, comida por los peces. Entonces mi tía me acercó la cadena y el escapulario. Me entregó, lo miré y le dije que estaba bien, que lo guardara”.
Ver el escapulario, le dio cierta tranquilidad. Pudo dormir un poco mejor. “Dejé de tener el sueño, que era lo que más me aterraba. No quería dormir porque sabía que iba a soñar, y no quería que ella me apareciera y me dijera estoy viva, esa no soy yo, ese no es mi cuerpo. Era siempre el mismo sueño, siempre, siempre. Descalza. Cuando murió tenía un vestido naranja con flores, con un escote precioso. Porque era monumental, hermosa, imponente, rubia de cabello largo”, expresó.
Añadió que esa “discusión” con el abuelo Juan también le trajo tranquilidad. Es que “le pedí que me abra la tumba, y como él era el padre y me negó, tenía derecho y yo era menor”.
“Esa madrugada cuando salí de la habitación de mi mamá, imaginé que era de noche, en medio del río y que ella no sabía nadar. Ella era devota de la Virgen del Perpetuo Socorro, que estaba en la pieza en dirección a la puerta. La miré y recé, pero supe que no iba a sobrevivir. Mi padrastro sabía nadar, pero le tenía miedo al río. Decía: ‘Sé nadar en el mar, pero tengo miedo al río’ ”.
A partir de ahí, el sueño era que “mi mamá resucitaba. Los cementerios que veía en sueños eran de película. Me aparecía de entre las tumbas, charlaba conmigo, y me decía: ‘me tengo que ir’. Tengo una conexión muy grande con mi mamá. Debe ser porque maduré de golpe, suplí el rol de madre de mis hermanas y tomé responsabilidades a tan corta edad. Dirán que estoy loca, pero cuando empiezo a soñar con ella, les digo a mis hijos (María Emilia, María Laura, María Isabel, Santiago y Joaquín): ‘¡Cuídense!. Mamá me está advirtiendo que me prepare’. Y si sueño tres días seguidos con la casa del barrio 25 de Mayo, lo más probable es que alguien se muera. Es como que ella me advierte. Si sueño una vez, va a pasar algo, pero no tan grave. Dos o tres veces significa tragedia, es algo fuerte lo que va a pasar”, explicó.
Nietos, en días especiales
Narró que cuando sus hijas María Laura y María Isabel estaban embarazadas, ocurrió algo muy curioso. Ambas esperaban que sus bebés nacieran para fines de enero. Las fechas probables de parto eran el 24 y el 26 de enero, respectivamente, pero a modo de broma les decía que iban a nacer para el día de mi cumpleaños, que es el 12 de febrero. Vivía en el barrio Los Pinos, cuando la llama uno de sus yernos y le pregunta si podía ir a su casa. Cuando llegué me dijo: “Mañana -8 de enero-, le hacen la cesárea a María Laura.” Por dentro pensé en no recordarles la fecha. A las 21 del 8 de enero nació Matías, 33 años más tarde.
El 11 de enero su otra hija embarazada le comentó que se iban unos días a las playas de Ituzaingó, a lo que “Tochi” le reprochó “porque la panza estaba muy grande. El 12 regresaron, volando, a someterse a cirugía. Y nació Jeremías. Entonces mi madrina me dijo: ‘Esos chicos nacieron para calmar tu dolor, para que no recuerdes con tristeza’. Y me calma, pero también tengo presente a mamá. No puedo separar las dos cosas”, alegó.
En busca de testimonios
La protagonista de esta historia admitió que siempre quiso saber “cómo fue el momento de mamá. Siempre quise saber qué estaba haciendo. Pude hablar con una de sus amigas, Yiyi Lenke de Ceballos, quien en la tragedia perdió a su esposo, que era propietario de la farmacia Astor, en Moritán y Alberdi. Me contó que salieron del casino contentos porque habían ganado mucho dinero y se subieron a la lancha, que estaba muy llena. Como era el último viaje, todos querían volver –había muchos que usaban la lancha para ir o venir de manera gratuita-.
Cuando todos subieron, los Ceballos se sentaron, y mamá y mi padrastro quedaron parados. La lancha tenía el motor en el medio. Su amiga vio una pequeña ventana rota, y le dijo al marido: ‘¡Ay Raúl!. ¡Mirá si pasa algo!. Erna y yo, que somos grandotas, no vamos a poder salir por esa ventanita!.’ Se rieron, festejando el dicho, y explotó la lancha justo cuando terminaba de decir esa frase. Ella misma me contó que, por esa ventanita, pasó junto a su marido. Que lo único que ella recordaba eran gritos. Contó que a mi mamá no la vio más: “Solo sentí gritos, me tiré al agua y Raúl me decía que me saque la ropa, la remera, los zapatos, y que flote.” Vio que alguien, que no pudo distinguir entre las llamas, el viento y la lluvia, se tiró sobre su esposo. Él le decía que se salvara por los chicos, que eran pequeños. Se hundió y, al volver a sacar la cabeza como queriendo soltarse de ese cuerpo que lo asfixiaba, le gritó: ‘Salvate por los chicos.’ Repitió eso tres veces y se hundió. Ella se iba a dejar morir. Pero recordó esa frase, y nadó. Si leen notas de la época, fue la mujer que el guardia de seguridad o sereno del Club Pira Pytá rescató cuando estaba cerca de El Brete.
“En una madrugada la vida nos cambió para siempre. Pesa que no me despedí de ella, no la besé, no nos abrazamos. Me llamaba Pepa (por Pepita la pistolera). Los vi irse hacia Uruguay y Monteagudo para esperar el 5 que los llevaría hasta el centro. Era la mayor, tenía 14, al mes cumplía los quince, que los pasé en medio del luto. En ese entonces se usaba, y eso también te marca”.
El ex concejal “Pepe” Villalba ratificó estos dichos al manifestar que esa lancha rebosaba de gente, y que el motor había empezado a forzarse por la acción del viento y la tormenta. El baqueano quería desviarla al puerto, con muchas más personas de las permitidas, y cuando explotó estaba en la zona del anfiteatro. Cuando sucedió la tragedia, y como no sabía nadar, Villalba se subió al techo de la lancha. Y en ese lugar estuvo hasta que escuchó que un prefecturiano le dijo que se tirara al agua, que le iban a alcanzar los salvavidas. Se le habían quemado las plantas de los pies porque aguantó arriba del techo hirviendo.
Buscando un rumbo
Como sabían que Erna estaba en pareja con un empleado del casino, aquí en Posadas no la dejaban realizar apuestas. Entonces, por lo general, cuando Julio tenía libre los lunes, se cruzaban a Encarnación. Era un entretenimiento. “Estimo que en la lancha había unas 75 personas, aunque decían que eran menos, pero entiendo que nadie va a asumir la responsabilidad del estado de la lancha de bandera paraguaya, y del Estado ausente en los controles. Muchos cuerpos no aparecieron. En la zona del barrio 25 de Mayo donde vivíamos, hubo nueve muertos; en una sola familia hubo tres (la madre y las dos hijas). El que iba a ir junto a su esposa y no lo hizo, porque le falló la mucama, fue el basquetbolista Rody Olmedo, dirigente del club”, rememoró.
En el caso de los Rottoli Laszecki, “nos afectó a todos, pero estuvimos siempre unidos, juntos. Aunque yo tuve que vivir todo. Si pasaba algo, se me informaba a mí porque en mi familia se respetaba el mandato del hermano mayor. Mi mamá decía: ‘Cuando yo no esté, vos vas a ser la que va a ocupar mi lugar.’ Lo asumí muy joven. A mi hermano lo crió mi tía. Él tuvo un hogar; nosotras íbamos rodando de una familia a otra. Siempre sentíamos que estábamos de prestado en alguna casa”.
Reiteró que los sentimientos “eran muy fuertes. La orfandad, la ausencia de un padre en una etapa difícil como la adolescencia. La ausencia de mamá, de perder mi hogar, de perder a mis hermanas. A veces subía por la calle Suiza, y miraba mi casa de lejos. La dueña me dijo vení cuando quieras, pero nunca lo hice, nunca me animé a ir y decirle que quería pasar”.
En Córdoba recibió contención de su familia paterna, hasta que regresó a Posadas y se enamoró de Leonardo Martínez, que era el chico “que me gustaba del barrio y me propuso matrimonio”.