Cuando ando siendo y estando sin esperar, sin intención, sin miedo puedo permitirme. Es en ese momento presente donde puedo ver y ser vista, compartir y sumar, estar y habitar-me.
¿Cuántas veces andando por tu camino te cruzaste con alguien o con alguna situación inesperada que rápidamente sumó y modificó tu mirada?. Ese es el momento del intercambio amoroso de almas.
Cuando ando siendo y me permito intercambiar y relacionarme no sólo con el entorno sino también con el otro, sin miedos, sin intención.
Cuando me saco la armadura, esa que me puse por el dolor, por la desconfianza, por miedo a sufrir. Cuando simplemente estoy sin esperar y me abro a la vida es ella quien toma el comando y me trae las situaciones que necesito para evolucionar y seguir creciendo.
Así, al abrirme al encuentro me abro a la experiencia y puedo dejar que sea ella quien me guíe, es allí donde me reencuentro con la niña viviendo desde la inocencia del aprendizaje, viviendo como único el instante presente recupero el asombro.
Recupero mi inocencia y la frescura de lo nuevo y me expando, simplemente porque dejo que la vida entre nuevamente en mí.
Puedo rendirme así al intercambio amoroso de alma a alma. Me permito, desde el sentir, abrirme y entregarme a cada momento.
Ahora puedo hacerlo diferente, comienzo a vivir desde la apertura a la vida. ¡Confío! Confío en mi capacidad de cuidarme y de elegir. ¡Sí puedo elegir! Cómo, cuándo, dónde.
Siento, siento a cada momento y sólo utilizo la razón cuando la necesito. Dejo de vivir desde el juicio, desde el miedo, desde la culpa, desde el deber ser, desde el afuera y hago exactamente lo mismo desde otro punto de vista, desde otra mirada.
La mirada de la libertad, la mirada del amor, la mirada de la expansión. ¡Vivo! Vivo desde dentro, sin
pensar en hacerlo perfecto, sin pensar en ser aceptada, sin pensar en el afuera.
Sí, es así cuando uno se recupera a sí mismo después de tanto andar. Valora y se valora. Ama y se ama. Comparte y se comparte.
Se libera y libera al otro porque ha podido encontrar dentro la fuente de la vida y la sabiduría. La flor de la ambrosía florece en el momento exacto de conciencia y madurez, y es para compartir. Sólo nos llevamos el amor que somos capaces de dar.
Sólo perduran los actos de amor con los que podemos inspirar. Nada nos pertenece, pero sí podemos disfrutar de todo e inspirar a otros a transitar el camino del amor.