Cuando estamos en el camino, siempre llega un momento de confrontar la noche.
Las sombras que sigilosas se mueven sin dar la cara nos observan, nos miden, se nos presentan de tantas maneras. A veces, con un miedo aterrador que nos pone en alerta, sin siquiera planearlo ya buscamos nuestra armadura dispuestos a la lucha.
Otras veces, la rabia, la ira descontrolada, un resentimiento antiguo, aflora con sed de venganza que alimenta la sed de sangre. Esa sensación primitiva de lucha se apodera y, sin excusas, preparamos nuestras armas de brillo oscuro.
Otras veces, el orgullo, primo hermano del egoísmo, alienta desde adentro para no sentirnos menos que nadie, para declarar nuestra verdad absoluta, ponernos por encima del otro y juzgarlo. ¡Ooohhh!. ¡Qué bien se nos da juzga!. Decirle al otro todas sus faltas, a ese otro que no es más que nuestro reflejo.
Y así, muchas razones desfilan ante nosotros para entrar en la “lucha”. Nos glorificamos como guerreros. Peleamos por la verdad, la justicia o cualquier otra bandera que nos sirva en ese momento. Iniciamos nuestras guerras, las internas y externas, contra el estado o la sociedad, contra los pros y los contras de cualquier ideología. Nos posicionamos en la trinchera de uno de los extremos juzgando, midiendo, observando.
A pesar de ser conscientes de todo esto, nos llamamos seres de paz, de amor, de la nueva humanidad. ¡Qué poco nos conocemos! ¡¿En qué lugar nos hemos situado por encima del mundo y la humanidad?! Cuando nosotros somos la misma humanidad con todos sus errores.
¡Cuántas guerras batallamos cada día! Incluso con nosotros mismos. ¡Cuántas guerras nuestras que reclaman verdaderamente estar en paz!
¿Eres un ser de paz?. Entonces, deja tus guerras. Deja de competir, de compararte, de juzgarte a ti mismo. Deja de juzgar a los demás.
Permite que el amor te inunde, que llegue la aceptación. De esta manera, conseguirás la paz.
Nos vamos acompañando.💖